Editorial El Observador 04 de febrero de 2018
Se
frustró la nueva tramoya de Nicolás Maduro al excluir a la Mesa de Unidad
Democrática (MUD) de la elección presidencial para evitar participación
opositora y conducir de hecho a la dictadura venezolana al sistema de partido
único.
El
gobernante chavista había recurrido antes a otra triquiñuela para seguir en el
poder, pese a que más del 70% de la población lo rechaza. Al adelantar para el
30 de abril la elección que debía realizarse en diciembre, Maduro buscaba
restarle tiempo a la desbandada MUD para reorganizarse detrás de un candidato
único.
Pero
Acción Democrática (AD), integrante de la MUD, logró reunir a tiempo las firmas
necesarias para inscribirse y poder participar de la elección. AD es uno de los
partidos tradicionales que gobernaban Venezuela hasta la emergencia de Hugo
Chávez.
Otro
partido opositor, Primero Justicia, del excandidato presidencial Henrique
Capriles, intenta también poder inscribirse en los próximos días.
El
líder de AD, Henry Ramos Allup, ya anunció su postulación presidencial. Como
Capriles y Leopoldo López, los dos dirigentes principales de la oposición,
están proscritos, a los venezolanos les queda ahora la opción de encolumnarse
detrás del lema de AD para vencer a Maduro.
No
puede descartarse, sin embargo, que el patético dictadorzuelo, temeroso de una
derrota si los votantes se expresan libremente, intente alguna otra jugarreta a
través del Consejo Nacional Electoral, servil al chavismo como todos los
organismos de la estructura estatal. El Tribunal Supremo de Justicia fue quien
ordenó a la autoridad electoral prohibir a la MUD que se registrara para la
elección. Su disparatada sentencia estableció que recién podría inscribirse
dentro de seis meses, cuando la elección será dentro de tres.
Los
manotazos de Maduro ignoran la abrumadora oposición de los venezolanos,
hastiados de vivir en la miseria, sin alimentos ni medicinas, agobiados por una
inflación de más del 2.000% y sometidos a la salvaje represión armada de toda
disidencia.
Las
horrendas condiciones de vida de los venezolanos se agudizan día a día, lo que
genera mayor protesta popular. Miles de niños mueren por desnutrición, con
padres que ni en la basura encuentran restos de comida para alimentarlos.
El
país ha perdido el 42% de su producto interno bruto en los últimos cuatro años,
en gran parte por la caída de la petrolera estatal Pdvsa, buque insignia de la
economía pero actualmente al borde del colapso por administración deficiente y
vasta corrupción.
Aislado
por la mayoría de los países y las sanciones de la Unión Europea, Estados
Unidos y Canadá, solo el respaldo de Rusia y China, por intereses geopolíticos
de influencia en la región, le daban cierto respiro a la dictadura chavista con
refinanciaciones de su deuda externa, declarada en default por las
calificadoras de riesgo a fin de 2017. Pero el descalabro ha llegado a tal
punto que China está restringiendo ese alivio, al abstenerse recientemente de
refinanciar US$ 5.000 millones de la deuda venezolana.
Pese
al empecinamiento de Maduro y de la estructura militar que lo sostiene en el
poder, el cáncer chavista naufraga en la ruina financiera y el hartazgo de su
pueblo, rechazado abiertamente por el mundo democrático, con la silenciosa
excepción del gobierno uruguayo. La esperanza es que finalmente se vaya en
abril y por la vía legítima. El temor es que Maduro y sus acólitos militares no
acepten el veredicto de las urnas.
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