domingo, 26 de noviembre de 2017

‘En Venezuela no hay futuro’, por @guirei24



Guillermo Reinoso Rodríguez 26 de noviembre de 2017

A los 66 años de edad, cuando esperaba disfrutar de una modesta pensión, la vida le dio un giro a Roque Díaz, quien dice que volvió a nacer, pero sin reales (dinero), sin casa ni carro, sin amigos y fuera de su país.

Díaz es uno de los miles de venezolanos y colombovenezolanos que han llegado a Colombia huyendo de la grave crisis política, social y económica que enfrenta el vecino país. Migración Colombia estima que 470.000 han ingresado, pero las ONG que les prestan atención humanitaria a esos migrantes creen que son más de un millón y que esa cifra sigue creciendo.

Muchos de esos extranjeros se han refugiado en ciudades como Cúcuta, Bucaramanga, Barranquilla, Medellín y Bogotá, y aunque algunos han corrido con mejor suerte porque lograron un empleo, otros viven de vender arepas, empanadas o cambiando bolívares por unos cuantos pesos, mientras que otros más esperan ayuda en las calles.

“En Venezuela no hay futuro”, dice Roque Díaz, quien trabajó en la Asamblea Nacional y afirma que viajó en octubre del año pasado de Caracas a Bogotá, en compañía de una hija periodista. Sus pertenencias eran dos maletas y unos bolívares.

Un mes después, y tras recorrer una ciudad que les era “extraña, intensa y congestionada”, en busca de un apartamento que se adaptara a sus condiciones, se les unieron su esposa, otra hija y su hijo publicista.


Este caraqueño es licenciado en ciencias sociales e historia y su esposa, en idiomas. Ambos son pensionados, pero desde que llegaron a Colombia no reciben mesada alguna, y si la recibieran sumarían entre los dos cerca de 26.000 pesos, lo que difícilmente les alcanzaría para un ‘corrientazo’ para cada uno.

Hasta hoy, todos han sobrevivido con lo que gana Roque como conductor de un automóvil que le prestan, del sueldo de una hija que trabaja en un call center, de lo que su esposa consigue vendiendo mermeladas y de lo que se hace el publicista con la producción de videos.

Y aunque lo que consiguen entre todos apenas les da para sobrevivir en Bogotá, Roque dice sentir “cierto sosiego” porque no están pasando hambre, como les tocaba en Caracas.

“Un salario mínimo en Venezuela solo alcanza para comprar un kilo de arroz y un kilo de pasta; para cubrir la canasta básica faltan como 20 salarios mínimos”, dice este pensionado que completó un año en el país y que ha logrado adaptarse al frío y a las congestiones de la capital, pero en el fondo guarda la esperanza de que pronto las cosas cambien en su país y pueda regresar con su familia, para reconstruir sus maltrechas vidas y, como lo anhela, gozar de la modesta pensión que reciben él y su esposa, ir al cine y comerse un helado en la calle, lo que desde hace años no pueden hacer.

Una historia similar ha vivido Ilich Márquez, un venezolano hijo de un colombiano que en los 70 migró en busca de un mejor futuro. Pero, casi 50 años después, las cosas se invirtieron. Tras ser víctima de un asalto a mano armada en Caracas, este administrador de empresas decidió, con su esposa, una odontóloga, abandonar su país.

Durante dos años la pareja se dedicó a preparar el viaje. Ese fue el tiempo que le tomó a Ilich ir en tres ocasiones hasta la frontera para adelantar los trámites de la ciudadanía colombiana y enviar a Bogotá las maletas.

“No me vine como otros, que han salido sin nada”, dice este colombovenezolano que llegó en enero pasado, con su esposa y su pequeña hija. Durante varios meses la familia sobrevivió con los trabajos temporales que Ilich lograba, hasta que le dieron la oportunidad en una empresa de venezolanos. Ese trabajo lo alterna con la venta de empanadas en la esquina de la calle 140 con carrera 13.

“Colombia no está en el mejor momento, pero estamos mucho mejor aquí que lo que podemos estar en Venezuela”, asegura mientras lamenta que su papá y su mamá continúan en el vecino país, donde, aunque tienen un trabajo, es “muy difícil sobrevivir con una inflación del 800 por ciento”.

La migración ‘gota a gota’ no ha parado

Mientras no se resuelva la grave crisis política, económica y social en Venezuela, no va a parar la migración ‘gota a gota’ de ciudadanos del vecinos país, e incluso de connacionales que en el pasado cruzaron la frontera huyendo de la violencia o buscando un mejor futuro.

Esta es la opinión de fundaciones y ONG que vienen prestándoles ayuda humanitaria a estos extranjeros que se encuentran en precarias condiciones y conocen de primera mano el crecimiento de esa migración, la cual ya afecta principalmente a Colombia y a Ecuador, Perú, Chile y Argentina.

La situación en Venezuela no va a cambiar pronto, y la migración hacia Colombia, que continúa gota a gota, puede ser peor”, advierte Martha Varón, secretaria de la ONG Venezolanos por Decisión y quien hace varias décadas se radicó en el vecino país, pero regresó con toda su familia como consecuencia de la escasez de alimentos y medicamentos.

De hecho, desde Washington, la canciller María Ángela Holguín expresó esta semana su preocupación por los efectos de ese éxodo. “Complica el posconflicto en la medida en que a los recursos que tiene el Estado colombiano para responder a los compromisos que se hicieron en el acuerdo (de paz) –en salud, educación, vías, proyectos productivos– se le suma el costo adicional grande (de) recibir a una cantidad de venezolanos”, explicó Holguín.

Por esto, Guillermo Pérez, director de la Fundación Colombo Venezolana (Fundacolven), señala que el permiso especial de permanencia (PEP), que ha beneficiado a unos 79.000 venezolanos, no es suficiente, y advierte que puede llegar el momento en el que el Gobierno colombiano no podrá atender la creciente población venezolana ni los problemas que eso le genera.

El Estado colombiano debe concienciar a la comunidad internacional de la creciente migración desde Venezuela y de su impacto. Debe ser un llamado a una causa común para ayudar a resolver el problema”, propone Pérez.

Las cifras oficiales de migrantes

Christian Krüger, director de Migración Colombia, calcula que en el país hay unos 472.000 venezolanos, de los cuales 202.000 se encuentran de manera regular (cumplieron con los requisitos exigidos para ingresar al país). De estos, cerca de 79.000 tramitaron el permiso especial de permanencia (PEP), una especie de alivio que les permite incorporarse a la vida laboral, social y económica de nuestro país.

Al resto, alrededor de 270.000, se les venció el tiempo de permanencia y continúan en el territorio nacional; y los venezolanos que ingresaron por trochas se calculan en 170.000.

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