LUIS GUILLERMO PALACIOS SANABRIA 03 de diciembre de 2017
“Si el
Norte fuera el Sur”, así titula el cantautor guatemalteco Ricardo Arjona una de
sus innumerables piezas musicales. Este clásico de la discografía crítica
contemporánea, realiza un creativo ejercicio imaginario, al invertir las
coordenadas geográficas, políticas y socioculturales Norte-Sur de nuestro
continente. El contraste realza lo evidente: matices contrapuestos y una
relación hegemónica sometida a recurrentes tensiones, demandas no resueltas y
reivindicaciones insatisfechas. Similar ejercicio propone el término
“Chilezuela”.
La
expresión atribuida a la diputada electa Érika Olivera (RN-UDI), recoge los
comentarios de la atleta y ahora política sobre la grave crisis institucional y
social que azota a Venezuela y los riesgos de replicar la misma en Chile. El
término resultó electoralmente efectivo y las redes sociales –hoy el escenario
a través del cual muchos se dan cita para debatir y “resolver” la compleja
elección chilena del domingo 17 de diciembre– lo asumieron y complementaron,
unos a través del sarcasmo y la sátira política y otros manifestando auténtica
preocupación o temor.
Twitter,
Facebook, Instagram, YouTube y los propios grupos de WhatsApp integrados por
comunidades venezolanas, exhiben imágenes de un falso tuit, atribuido a Nicolás
Maduro, donde manifiesta su “… incondicional apoyo al compañero Alejandro
Guillier, Precandidato Bolivariano a la Presidencia de Chile”; otros,
creativamente, hacen uso de la edición gráfica y difunden imágenes de la
Presidenta Michelle Bachelet y del candidato de la Nueva Mayoría ataviados con
la boina militar de intenso color rojo característica de Hugo Chávez. Algunos,
en idéntico propósito y aludiendo a la masiva estatización del sector
empresarial venezolano, apuntan a la sustitución de marcas comerciales como
UNIMARC por UNIMARX o SODIMAC por SODIMARX.
La
diáspora venezolana radicada en Chile, hipersensible a causa del exilio
impuesto por las precarias condiciones de vida y la radicalización autoritaria
de Maduro, no se hizo esperar y asumió con intensidad el debate electoral,
viralizando un video en donde advierten sobre los riesgos para este país si
triunfa nuevamente la izquierda. El propio candidato Sebastián Piñera, quizá
comprendiendo la inestimable secuela del insumo “Chilezuela”, ha relacionado al
candidato Alejandro Guillier con Maduro, consolidando así el posicionamiento
del tema “Venezuela” en la actual campaña electoral.
En la
práctica propagandística electoral latinoamericana y también en España, se ha
hecho frecuente la referencia al chavismo, su carácter autoritario y caótica
gobernanza, endosando a uno de los actores electorales tales características.
Ocurrió en su oportunidad con Ollanta Humala en Perú, hoy ocurre en Chile con
Alejandro Guillier y en México, de cara a los comicios presidenciales del año
2018, la sombra se posa sobre el precandidato Andrés Manuel López Obrador. Esta
práctica, aunque frecuente, lamentablemente instrumentaliza electoralmente y,
en consecuencia, contingentemente una temática que, por su gravedad, hoy
demanda especial y permanente atención. Al someterla al calor del debate
electoral, corre el riesgo de relativizarse, pues se convierte en un eslogan de
campaña, modificable y desechable.
Más
allá del pegajoso eslogan, es imperativo cuestionarse si la realidad chilena
podría asimilarse a la venezolana. Esto no requeriría de un ejercicio de
imaginación como el propuesto en la canción que referí inicialmente. Es
suficiente una mirada a la transición democrática chilena y los actores clave
que la definieron. También, analizar brevemente el crecimiento lento pero
sostenido de la economía y los índices de bienestar social. Por último, la
expansión democrática que progresivamente robustece la institucionalidad, el
ejercicio de las libertades y democratiza el espectro político nacional. Lo que
podría dar al traste con el modelo democrático chileno, no es precisamente la
disrupción a partir de un actor político autoritario. La auténtica amenaza es
la desigualdad, el régimen centralista y la abstención electoral, temas que
deberá abordar el próximo Presidente y las nuevas fracciones parlamentarias.
Las
relaciones de Chile y Venezuela están atadas por lazos de solidaridad
democrática. El 12 de septiembre de 1973, el Congreso de la República de
Venezuela expresó su repudio al “golpe cuartelario consumado contra el gobierno
constitucional del Presidente Salvador Allende”. En el año 1971, la comunidad
chilena radicada en Venezuela alcanzaba unas 3 mil personas, tras el Golpe
Militar y la instauración de la dictadura, la cifra alcanzó las 24 mil personas
(1980). Entre septiembre de 1973 y enero de 1974, la sede diplomática
venezolana en Santiago recibió 322 personas solicitantes de asilo.
Hoy,
el creciente flujo migratorio venezolano tiene por destino Chile y unos 70 mil
venezolanos se han instalado en este país. Tras los lamentables hechos de
violencia política y la ruptura del orden constitucional, la Cancillería
chilena ha expresado en las instancias internacionales su rechazo a tales
acontecimientos. Asimismo, lidera actualmente los esfuerzos por la restitución
del orden democrático en Venezuela y su sede diplomática en Caracas concede
asilo a los perseguidos políticos.
Finalmente,
estos gestos recíprocos de solidaridad parecen definir una política
internacional de Estado difícil de abandonar, mucho más coherente y
contributiva a la causa democrática venezolana que el posicionamiento de
“Chilezuela”, un insumo electoral emocional, promotor del miedo y desechable.
¿Funcionará? ¿Persuadirá la voluntad del votante? No lo sé, “cuando menos se
piensa, salta la liebre”.
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