Weildler Guerra 04 de febrero de 2018
Los
miembros de los pueblos indígenas de Venezuela también se están marchando hacia
otros países. Siguiendo la zona costera del Caribe, a través de las cordilleras
andinas o surcando largos trayectos fluviales y selváticos, miles de indígenas
de los grupos yukpa, wayúu y warao se marchan hacia Colombia, Guyana y Brasil.
La grave situación humanitaria que golpea a los venezolanos parece ensañarse
aún más con este tipo de población vulnerable ante la carencia de alimentos y
medicinas, la presencia alarmante de enfermedades como la tuberculosis, el VIH
o la oncocercosis, y a los efectos contaminantes y violentos de la minería
ilegal.
El
éxodo venezolano adquiere formas heterogéneas en cada sector fronterizo. En
Cúcuta, decenas de miembros del pueblo yukpa provenientes de Machiques y de la
serranía del Perijá se han establecido en el área urbana de esta ciudad, lo que
origina fricciones con la población receptora por el vertimiento de desechos
humanos en el espacio público y por roces de carácter intercultural. En el caso
de la frontera guajira el retorno de decenas de miles de indígenas wayúu hacia
el lado colombiano es menos detectable y cuantificable dado que estos no cruzan
por los pasos de control fronterizos habilitados, como Paraguachón, sino que
retornan directamente a sus lugares de origen a través de decenas de trochas
del desierto. La península, vista integralmente, es considerada su territorio
ancestral, no importa de qué lado se haya nacido, ni la jurisdicción formal de
cada país. Sin embargo, la presencia de nuevos ocupantes del territorio agrava
la de por sí ya delicada situación humanitaria de las familias wayúu en el lado
colombiano de la península e implica una carga adicional para los entes
territoriales en materia educativa y de salud. Adicionalmente, en ciertos casos
se han revivido viejos conflictos interfamiliares y también se registra la
presencia de jóvenes indígenas muy experimentados en las densas y osadas
prácticas de la delincuencia urbana venezolana.
En el
lado amazónico la situación de los indígenas es aún más grave. Los warao del
delta del Amacuro recorrieron unos 925 kilómetros en sus canoas para llegar al
norte de Brasil y luego se trasladaron otros 930 kilómetros para alcanzar
Manaos. Hoy se encuentran centenares de miembros de este pueblo amerindio en
esta ciudad brasilera y, en Boavista, muchos de ellos alojados en campamentos
improvisados se encuentran enfermos y dependientes de la caridad pública.
En
Colombia algunos ciudadanos afectados por los efectos no deseados de la
migración venezolana comienzan a exasperarse y a adoptar actitudes hostiles
hacia esta población. Es un hecho que para los dos países la situación es
nueva. Colombia no tiene una tradición como país receptor de migrantes y, al
mismo tiempo, los venezolanos se ven por primera vez obligados al éxodo. Ello
se refleja en lo que una mujer indígena dijo a la BBC: “Cualquier sitio es
mejor que Venezuela”. Y otra añadió, de manera dramática: “Primero pedíamos
limosna en las calles de las ciudades venezolanas, pero luego aquellos que nos
proporcionaban ropa y alimentos se volvieron tan pobres y tan mendigos como
nosotros”.
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