Sashenka García 26 de julio de 2019
@sashenka76
Isabella es mi hijastra y tiene diez años. Llegó a mi
vida con cinco años y cachetes rosados. Nos llevamos bien desde el principio y
aprendimos a querernos desde la mutua generosidad. Ella es mi “Chinchita” y yo
soy su “madrastra buena”.
El 5 de septiembre de 2018, después de profundas
reflexiones entre sus padres, Isa se mudó a Perú con su mamá. Casi cuarenta
años atrás, su familia materna había hecho el viaje inverso. Aquí construyeron
una vida plena y agradecida. A veces la historia da vueltas.
La tecnología permite comunicarse en tiempo real. Una
ventaja que no disipa las ausencias pero las hace llevaderas. Así pudimos
acompañar el proceso de adaptación, el calor del verano limeño, la mudanza al
Cusco, el ingreso al nuevo colegio. Ninguna experiencia transcurre en línea
recta. Pero siempre tuvimos presente que, más temprano que tarde,
llegaría el reencuentro.
¡Ya tenemos pasajes!
En marzo de este año recibimos las respectivas
prórrogas de nuestros pasaportes. Una angustia menos en un país en el cual obtener
la documentación de identidad puede demorar lo indecible. Después de
coordinar fechas y sacar cuentas, Luis y yo adquirimos los boletos con Avior
Airlines el día 27 de mayo. Fecha de salida: 28 de julio. Todo encajaba.
Isabella tendría vacaciones de invierno y Luis cerraría el semestre en la UCV.
Solamente nos quedaba buscar toda la ropa abrigada que pudiera caber en las
maletas para compartir dos semanas en familia.
El 6 de junio de 2019 el presidente de la república
del Perú, Martín Vizcarra, anunció que a partir del 15 de junio todos los
venezolanos que desearan ingresar a su país debían tener una visa. Humanitaria,
de turismo o negocios. Cada una con sus requerimientos particulares. Durante
días vimos desbordarse la frontera entre Ecuador y Perú de migrantes
venezolanos. Titulares de prensa, comunicados de Acnur, todo comenzaba a tomar
un vuelco complicado y doloroso.
Comienza la travesía
Después de pasar el susto, nos pusimos en acción. ¿Qué
se necesita para tramitar una visa de turismo para el Perú? Desde el anuncio de
la medida, el sitio Web del Consulado General del Perú en Caracas, ha realizado
diversos cambios entre los requisitos. Primero se solicitó carta de invitación
apostillada y el pago de un arancel de US$10. A los pocos días se eliminó ese
requerimiento y el arancel aumentó a US$30. Hasta ahora no se explica si la
visa es por una o por múltiples entradas. Tampoco se aclara la vigencia. Un
requisito permanece irrevocable: antecedentes penales apostillados.
Como venezolana, gestionar el documento me llenó de
angustia. Pero así como con el pasaporte, logramos hacerlo sin problemas debido
a que el procedimiento se realiza en línea. Se asigna por número de cédula y
día de la semana. Debimos, eso sí, esperar. Finalmente, en poco menos de veinte
días, tuvimos los preciados documentos.
Otra vez, la vaguedad de la información nos jugó en
contra. Decidimos guiarnos por criterios generales. Imprimimos los documentos
financieros, armamos sobres tamaño carta identificados con una etiqueta,
averiguamos qué se considera en Perú “tamaño pasaporte” y tomamos las fotos.
Cansados e ingenuamente esperanzados, nos dirigimos al consulado. Era jueves,
también. Jueves 04 de julio de 2019.
Una serie de eventos desafortunados
El Consulado General del Perú está ubicado en una
pequeña calle residencial. La cantidad de gente que encontramos a las afuera
superaba con las setecientas personas. En mi terca mirada del mundo, traté de
averiguar cuál de todas las filas era la que correspondía a los solicitantes de
visa de turismo. Todos me respondían lo mismo: es la misma cola para todo el
mundo. Subí y bajé la calle muchas veces, entre el llanto de los niños
pequeños, las caras de cansancio y la puerta cerrada del consulado. Una puerta
que a la fecha no he logrado que me abran.
Ese día comprendí que iba a ser muy difícil. El
Consulado atiende apenas treinta personas por día sin distinción de trámites.
Abre la puerta, entrega los números, ingresan las personas, cierra la puerta.
Ni siquiera en el horario de la tarde, cuando se supone ofrecen información,
logré que me recibieran. El vigilante contestó mis preguntas de forma escueta:
una sola cola para todos los trámites. Sí, treinta por día. No sé, entran los
que estén en la cola, allá afuera se organizan… Increíble, pero cierto.
Nos anotamos en la “lista”. Un grupo de muchachos
venezolanos trataba de poner orden, de responder preguntas, de anotar a todos
los que allí estábamos. Nunca nos habíamos visto, pero poníamos de nuestra
parte. Una cosa era evidente: muy pocos, poquísimos, estábamos allí por una
visa de turismo.
Tocaba volver el lunes a primera hora y así lo hice.
Se depuraron las listas y se organizaron por grupos de treinta personas. En uno
de esos grupos quedamos Luis y yo. Intercambiamos teléfonos con los demás, se
nombró un líder y se creó un grupo de WhatsApp. Todos, con historias e
intereses muy distintos, comenzamos a conocernos y a ayudarnos. Nos turnamos
para ir a “montar guardia” en la entrada del consulado para que se respetase el
orden alcanzado. Aunque pocos, los conflictos hicieron necesaria la
intervención de la policía, que además ronda la zona a fin de evitar que la
gente se quede a dormir en las afueras. Estas situaciones me abrumaron. Me
resultaron muy violentas. Así que cuando me tocó el turno, dediqué mi guardia a
escuchar a la gente.
Así conocí a una señora con su nieto de nueve años. La
madre del niño se fue a Perú y al obtener su permiso de trabajo, decidió venir
a buscar a su hijo. Esta abuela angustiada no sabía si debía sacarle una visa
al niño. No logró que la atendieran para darle información. Ella no maneja
Internet. Entre varios hicimos las averiguaciones. No la he vuelto a ver.
Espero que ya su nieto esté con su mamá. Otra señora repetía una y otra vez que
ella tenía que irse. Que su hijo estaba legal y que le había comprado el pasaje
y ella no iba a perderlo. Le explicamos que era peligroso irse así. No logramos
convencerla. Un muchacho la abrazó y le dijo que hablara primero con su hijo y
que seguro él la ayudaría a tomar la decisión. Una pareja de ancianos que
quería viajar por turismo solamente recibió empujones en la puerta. La
funcionaria que abrió brevemente ni siquiera los miró. Como tampoco a la señora
que me comentó llorosa: “no sé cómo decirle a mi hija que no voy a poder ir a
verla. Mi hijo es más fuerte pero ella no”. Mamá es mamá, pienso. Y le expreso
mi solidaridad antes de retirarme derrotada.
De todas las historias que escuché solo una tuvo final
feliz. Una señora de Barquisimeto que logró ingresar al consulado después de
una semana haciendo cola y pudo obtener su visa de turismo. Somos pocos,
reitero. Pero la mayoría de las personas que conocí y que están en la misma
situación que nosotros también tienen boletos adquiridos antes de la medida.
¿Cómo es posible que no evalúen casos especiales? Tanto Luis como yo escribimos
al correo electrónico del Consulado. Nunca respondieron. Cansada de tanta
indiferencia, decidí llevar el caso a las redes sociales.
Un hilo en la pajarera
Desde que compartí la historia en Twitter, el 16 de
julio, he recibido las más diversas muestras de apoyo y solidaridad pero
ninguna respuesta de las autoridades peruanas. He aprendido que según la
Convención de los Derechos del Niño el derecho de un niño a reencontrarse con
sus padres está por encima de cualquier medida consular y que no hay ley que
esté por encima de los derechos fundamentales de las personas. Recibí respuesta
del embajador (E) de Venezuela en Perú quien con toda honestidad solamente pudo
comprometerse a elevar mi solicitud, que es la de muchos.
Respeto las decisiones soberanas de cada país.
Entiendo que la emergencia humanitaria compleja que vive Venezuela repercute en
las naciones vecinas. Sin embargo, soy consciente de mis derechos y procuraré
exigirlos en todas las instancias posibles. Nada justifica el maltrato y la
desidia a la que somos sometidos los ciudadanos venezolanos a las afueras del
Consulado General del Perú en Caracas. Tampoco la improvisación en las medidas
de implementación de sistemas de control. Todo parece una combinación de falta
de preparación con un deliberado interés en desmoralizar a los posibles
viajeros. Queda claro que no somos bienvenidos. Sin embargo, insistimos.
El sábado 20 de julio publicaron en su puerta cerrada
la implementación de citas electrónicas a partir del 26 de julio y la
discriminación de trámites. No está publicado en el sitio Web. Solamente ese
papel sujeto con cinta adhesiva sirve para notificar. Aunque no nos favorece,
esperamos que sí ayude a futuro a los que siguen. Porque siguen y son muchos.
Un giro inesperado
Si algo saco en limpio de esta experiencia ha sido la
capacidad de organización y apoyo entre conciudadanos. He conocido gente amable
y empática. Nos ayudamos, compartimos un café, nos deseamos cosas buenas. Ayer
una señora me preguntó si después de que pasáramos, según la lista, podía
conservar mi número para que le mostrara fotos del reencuentro de Isa y su
papá. Todo es frágil. Luis ya habló con Isabella sobre la posibilidad de que no
lo logremos. Ya casi pasó un año. Y vaya que un año es muchísimo en la vida de
un niño.
El 24 de julio en la noche, nuestro líder de grupo nos
informó que algunas personas, al no contar con los documentos requeridos, no
asistirían al día siguiente al Consulado y que eso haría posible que algunos de
nosotros pudieran ingresar. Otra vez jueves. Por el orden de la lista, ni Luis
y yo tendríamos oportunidad, pero por consenso, en un acto de mucha solidaridad
que con certeza nunca olvidaré, todos decidieron dejarnos pasar primero a los
que tenemos pasaje. No lo logramos, pero queda un día. Y volveremos a
intentarlo.
Al culminar esta crónica todavía queda una esperanza.
Si mañana viernes 26 nos entregan el visado, podremos hacer nuestro viaje y
así, después de tantos contratiempos, darnos el abrazo tan esperado.
Esperemos.
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