Alba Freitas 14 de febrero de 2021
@AlbaFreitasG
Como
parte de la diáspora, la cineasta está interesada en contar la historia de
miles de venezolanos que sufren, dentro y fuera, por la crisis del país. Su
propósito como artista es señalar la realidad para que se genere un diálogo y
cambios de mentalidad. Su documental, fuera de la carrera por el Oscar, le
cambió la vida radicalmente. Está clara: no le interesa hacer ficción. Trabaja
en dos proyectos que involucran a las ONG y a niños que se quedan en el país
cuando sus padres deciden emigrar
A Anabel Rodríguez Ríos la historia de los
millones de venezolanos que migran, se derrumban, huyen y escapan de
Venezuela es lo que la motiva a contar historias en la pantalla grande. La
directora de Érase una vez en Venezuela, una de los tantos
venezolanos de la diáspora, está interesada en reflexionar y, sobre todo,
participar creativamente en un momento tan trágico para el país. Su propósito
como artista es señalar la realidad que se vive para generar
un cambio de mentalidad y un espacio de diálogo, tan necesarios hoy.
Érase una vez en Venezuela fue la candidata por el país a los premios Oscar, en
los que esperaba una postulación en las categorías Mejor Documental y
Mejor Película Internacional. Pero, luego de un esfuerzo titánico, y
el acompañamiento de miles de venezolanos dentro y fuera del país, la cinta,
que ha participado en más de 25 festivales, no logró entrar en la lista de
preseleccionadas.
La historia del Congo Mirador, un
pequeño pueblo de palafitos ubicado en el Lago de Maracaibo, en el estado
Zulia, ha llegado lejos. La película es una mirada a las heridas del país,
de su gente que camina por días en busca de un futuro mejor. La
cinta se filmó durante cinco años y sigue la vida de sus habitantes. Entre la
sedimentación del agua y el abandono de las autoridades, el lugar poco a poco
desaparece por la migración de los lugareños.
El miércoles 10 de febrero Anabel Rodríguez Ríos
participó en un live en el Instagram de El Nacional en el que
habló de cómo recibió la noticia del Oscar, de lo que significó hacer la
película, de la unión que generó el documental entre los venezolanos y de sus
proyectos futuros. Una conversación en la que los participantes, muchos
migrantes, le agradecieron por retratar un país abandonado casi sin esperanzas.
Érase una vez en Venezuela actualmente está disponible en las salas de cine
en Venezuela durante la semana de flexibilización.
—¿Emocionalmente cómo ha llevado el reconocimiento en
redes sociales a Érase una vez en Venezuela? ¿Cómo se siente luego
de saber que no competirá por el Oscar?
—Esto fue una experiencia enorme en todos los
sentidos. Es un impacto no haber tenido el resultado que esperábamos,
trabajamos muy duro. Estuvimos inspirados por el impulso de llevar el tema de
Venezuela a las plataformas. Ahora estamos concentrados en el paso siguiente,
que es presentar la película de forma gratuita en una gira por espacios
públicos del país. Queremos que la mayor cantidad de personas la vea.
—¿En algún momento pensó que la película podía quedar
seleccionada para los premios Oscar?
—Sí pensábamos que era posible, aunque era una muy
pequeña posibilidad, trabajamos para que ese milagro ocurriera. Las
cintas que quedaron tienen el respaldo de grandes compañías estadounidenses como
HBO, por ejemplo. Ninguna película independiente quedó, algo que ocurre a
veces, pero no pasó esta vez.
—¿Considera que el documental no quedó seleccionado
por la falta de presupuesto para hacer el lobby necesario en Hollywood?
—Es difícil para nosotros juzgarlo de esa forma porque
aprendimos con esta campaña cómo funciona el lobby para las películas. Los que
votan son los miembros de la Academia y tú tienes que buscar llegarles como
sea. Solo para mandarle un email a los miembros son 2.000 dólares. Nosotros
apostamos por hacer promoción en redes sociales y enfocarnos en los países
donde están los miembros de la Academia. Es difícil. Pero es un gran
aprendizaje el que nos quedó. Vale la pena dar la pelea por el Oscar. Es útil
que los cineastas sepan que si ese es el objetivo, es fundamental que las
empresas norteamericanas tomen tu película porque así hay más oportunidades. De
todas las estrategias esa es la mejor.
—¿Qué sabe de la gente del Congo Mirador?
—Son cinco personas las que quedan allí. Es mi sueño
llegar hasta allá con la cinta, pero multiplica el precio de la gasolina. No sé
si sea posible llevar la película, pero queremos llegar lo más cerca que se
pueda. Me preguntaron si había esperanza de recuperar un pueblo como ese con
personas desplazadas, y como ser humano creo que siempre hay posibilidades. Yo
fui en 2018 al Congo Mirador. Hay gente, de las pocas que quedan, que han
cultivado maíz. Hay zonas en las que incluso llegaron pequeños jaguares. La
naturaleza está tomando control con el proceso de sedimentación que empeora por
el cambio climático.
—Hay una escena medular en la película, la visita de
Tamara, la líder chavista, al entonces gobernador del Zulia, Francisco Arias
Cárdenas. ¿Cómo la lograron? ¿Se imaginó esa escena de esa forma desde el
principio?
—Como equipo de grabación entramos en la Gobernación.
Arias Cárdenas, gobernador del Zulia en ese momento, hacía eventos donde
recibía a los representantes de las comunas. Supimos que iba a ser posible que
los recibieran a ellos. Nos enteramos y fue como quien pesca algo. Seguimos esa
pista e hicimos la gestión con la Gobernación. Él nos recibió tal cual como se
ve en la película. Lo más interesante de la escena es que hay una
naturalización de esa actitud demagógica en la que prometes algo que no se
corresponde con la realidad. Allí uno comienza a entender cómo funciona el
fenómeno humano. Desconozco las intenciones de Arias Cárdenas, pero vimos cómo
funciona la demagogia, de decir cosas que no se corresponden con los hechos. El
plano de esa escena lo consiguió el productor luego de un año del proceso de
edición. Llegó el punto en el que dijimos: tenemos esta toma y a partir de allí
decidimos cortar todo lo que teníamos porque queríamos que fuera el punto
central de la película.
—¿Valió la pena tanto esfuerzo a pesar de no haber
quedado preseleccionada para el Oscar?
—Que Érase una vez en Venezuela exista
es lo más importante para todo cineasta. Nosotros tenemos que ir mucho más allá
porque la película existe cuando hay comunicación con la gente. Para este
momento la cinta es una narración que está entretejida con el momento
histórico, con nuestras heridas, con lo que estamos viviendo como sociedad.
Espero que funcione como motivador para espacios de conversación ahora y a
futuro. Lo intrincado que está la narración con el momento histórico es lo que
creó el vínculo con las personas. Llevo años viviendo fuera del país y eso
implica un quiebre interno fuerte y cuando ves eso en millones de personas, en
tu generación, en los migrantes que se van caminando… Es duro. Cuando ves todas
estas historias de tus hermanos derrumbándose, llega un momento en el que uno
se pregunta ¿eres o no eres? Si vas a ser artista enfrenta esto que está
pasando. Desde los que estás haciendo quizás no puedes cambiar la realidad,
pero si eres artista debes contarlo. Yo lo que espero es sobrevivir y vivir
para contarlo.
—¿Por qué cree que Érase una vez en Venezuela logró
reunir a tanta gente alrededor de la película?
—La película toca la punta del iceberg. Desde el punto
de vista humano, lo que nos está pasando es bastante sensible. Para empezar
están los presos políticos, la falta de libertades, la gente que se muere. Es
como si los demonios se hubieran soltado en Venezuela. Está también la fiebre
por el oro en el Arco Minero. Son temas en los que si uno mete la lupa y lo
cuentas, la sociedad empieza a ver lo que antes no veía y esa es la labor del
arte. En ese sentido duele, como duele esta película. Pero al verlo, comienza
el proceso de cambio y de evolución.
Hay varias cosas que como ciudadana pienso. La que más
me preocupa es la naturalización de las prácticas no democráticas, la
corrupción en las elecciones que ya está en la conducta de las personas. Eso se
ve en la película. Eso ocurre en Caracas y en muchas comunidades. A mí me
parece que está la crítica al sistema, que cada vez se vuelve más abusivo
porque ocurre el fenómeno de que un solo ente toma el control. Mi pregunta como
venezolana en la diáspora, intentando entender qué puedo hacer, es qué puede
hacer un ciudadano en una situación en la que el liderazgo tomó control de
muchos aspectos de la vida privada. Te afecta hasta lo más profundo. ¿Somos
solo víctimas o cómo podemos intervenir creativamente cuando las condiciones no
están dadas, cuando uno tiene tanto miedo? ¿Qué hacemos? Hay una suerte
de inconsciencia, tú sigues la ola, buscas acomodarte, aprovecharte. Eso
crece. Esa mentalidad es, a mi parecer, lo que más me preocupa y lo que puede
tener incidencia. La mentalidad que estamos teniendo y que yo considero que es
parte de un fenómeno: hay falta de libertad, pero si tú empiezas a ejercer esa
libertad con responsabilidad rompes con ese círculo. ¿Cómo hacemos en un
sistema totalitario para seguir existiendo y cambiar esa dinámica?
Creo que en Venezuela y lo que se vive, toda historia
es política. Con ella no me refiero a partidista, aunque en la cinta se toca
ese tema. Entender lo político en relación con cómo es el hombre en su entorno.
Queríamos entender cómo es posible que en el Lago de Maracaibo haya tanto
petróleo y está abandonado por el sistema. Eso me fue guiando como a muchos otros
artistas. Por otro lado está la herida abierta de ser parte de la dinámica del
abuso de poder por años. Por supuesto que estando en cualquier ambiente uno
busca algo que refleje esas preguntas y realidades.
—¿Han tenido alguna crítica negativa?
—Cuando Érase una vez en Venezuela se
exponga a todo el país y se haga más extendida en el interior, que es nuestra
intención, quizás nos encontremos con críticas negativas.
—¿Hubo alguna resistencia por parte de los habitantes
durante la filmación?
—Ellos querían. Al principio con Tamara no había mucha
relación. Pero cuando mudaron nuestra casa, le propusimos a ella si nos podía
hospedar como clientes. Creo que esa opción de hacer un negocio primó ante
cualquier dicotomía y nos abrió las puertas. Los políticos que estaban en ese
momento en el poder en el Zulia sí mostraron cierta resistencia. Gajes del
oficio.
—¿Cuáles fueron las referencias al momento de hacer la
película?
—Al comenzar el proceso en 2013 hablábamos mucho sobre
Cabrujas y las imágenes que daba sobre cómo entendía Venezuela. Cabrujas fue
una inspiración para iniciar. En cuanto a lo cinematográfico, en un principio
queríamos hacer una narración observacional como la de Cien años de
soledad o como la película El último tren a casa. Esa
era nuestra ambición, llegamos a la meta como pudimos.
—¿Está satisfecha con lo que logró?
—Es difícil decir que estamos totalmente satisfechos
porque cada vez que la veo me gustaría cambiar muchas cosas de la película.
Pero, en general, estamos listos para seguir. El documental cambió mi vida de
manera radical.
—¿En qué proyectos trabaja actualmente?
—Como cineasta yo hago películas porque quiero
contarnos a nosotros los venezolanos. Mi interés es Venezuela y nuestras
historias. Me mueve el presente. Trabajamos en una historia sobre los
defensores de derechos humanos en el país. Hay más de 40 organizaciones, es una
gran ola de movimiento civil en todas las áreas que atienden la emergencia
humanitaria. Este tema me gusta porque involucra a muchos jóvenes con espíritu.
Quiero entrar en esa realidad para que me dé a mí esa esperanza de continuar
como país. También trabajamos en temas como la infancia en Venezuela. Los niños
que quedan en el país cuando sus padres emigran. Es un tema complicado porque
es toda una generación la que vive esta situación. Trabajaré estos temas en
formato documental, no tengo intenciones de hacer ficción.
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