Fernando Mires 09 de septiembre de 2024
@FernandoMiresOl
A primera vista no pueden ser más diferentes. Aparte de
que en estos momentos ambos países concitan la opinión pública mundial, nada
parece tener que ver uno con el otro. El primero, sufriendo una despiadada
invasión territorial desde la Rusia imperial de Putin. El segundo, sufriendo
una dictadura, la de Maduro, una que del modo más impúdico ha robado la
soberanía a su propio pueblo para luego castigarlo con persecuciones, cárceles,
muertos, entre ellos una gran cantidad de niños.
Una segunda mirada, sin embargo, nos permitirá advertir
que ambas naciones, Ucrania y Venezuela, se encuentran vinculadas en el trazado
que diseña la contradicción fundamental de nuestro tiempo; y esa es la que
separa, para decirlo con Popper, a los partidarios de la “sociedad abierta” y a
los que defienden el orden derivado de una “sociedad cerrada”. Una línea
divisoria que no tiene nada de nueva. La única novedad es que ahora esa línea
cruza los firmamentos de la realidad global. Precisamente desde esa perspectiva
global, la guerra que tiene lugar en Ucrania, la que en el pasado
reciente habría sido solo una de las tantas querellas locales que asolan al
mundo, adquiere una dimensión que obliga a casi todos los gobiernos a definir
posiciones a favor o en contra de Rusia.
DEMOCRACIAS Y ANTIDEMOCRACIAS
No se trata, claro está, que la desatada hacia Ucrania
sea una guerra mundial, pero sus efectos son mundiales. Para nadie es un misterio que Putin no actúa en Ucrania
solo en representación de Rusia sino en común acuerdo con la mayoría de las
dictaduras del planeta, incluyendo por supuesto a la de su epígono
latinoamericano: Maduro.
Todas las dictaduras del mundo, también las tres
latinoamericanas (Cuba, Nicaragua y Venezuela) pueden ser consideradas como
miembros reales o potenciales de la zona de influencia de Putin. Una zona no
geográfica, pero sí geoestratégica.
El mismo dictador ruso no se ha cansado de repetir que su
guerra no es solo contra Ucrania, o en contra de la UE. Tal vez ni siquiera lo
sea en contra de los EE UU. Pero sí es una guerra en contra de Occidente,
entendiendo por Occidente a todas las naciones democráticas del mundo.
Justamente en ese sentido entiende Putin sus alianzas con la China de Xi y con
el Irán de los ayatolas. La de Ucrania es, vista desde la pupila putinista, la
primera guerra en un conflicto de dimensiones mundiales.
No estamos entonces frente a una guerra de las culturas o
de las civilizaciones, vaticinadas a fines del siglo XX por corrientes
culturalistas como las que representa Samuel Hungtinton, sino frente a una
guerra que se da entre distintas formas de gobierno.
Japón e Inglaterra, para poner un ejemplo, mantienen
notables diferencias culturales pero, desde una visión geoestratégica, son
partes del mismo bando. A la inversa, desde el punto de vista cultural, la
Rusia ortodoxa de Putin, el Irán de los ayatolas, la China
capitalista-confusiana de Xi, y la Venezuela caribeña de Maduro y su grupo de
ladrones, son naciones culturalmente muy diferentes, pero estratégicamente
vinculables.
En términos más literarios que políticos podríamos hablar
de una rebelión de los gobiernos bárbaros (culturales pero no
políticos) en contra de los gobiernos políticos. Si se quiere, dos modos de
ejercicio del poder. Uno, en la que el dictador, tirano o autócrata, se sitúa
por sobre la Constitución y por lo mismo en contra del derecho nacional e
internacional. Otro, formado por gobiernos constitucionales y pueblos
constitucionalizados (ciudadanías), ajustados a normas y leyes. Estos últimos
están obligados a preservar las leyes internacionales y a combatir a todos los
que pretendan violarlas aunque sea en nombre del dios de los dioses. Putin se
permitió esa violación y, como era de esperar, las naciones democráticas
reaccionaron en defensa, no solo de Ucrania, sino de la normatividad jurídica
formada desde 1945. Los partidarios de Putin, entre ellos las tres dictaduras
latinoamericanas mencionadas, al apoyar al dictador ruso, delatan con esa
decisión su predisposición a violar al derecho internacional cada vez que lo
estimen conveniente.
Hay pues una relación intrínseca entre la legalidad
nacional y la internacional. Es por
eso, si en los EE UU y en otros países políticamente occidentales existe
preocupación por la abierta violación al derecho nacional llevada a cabo en
Venezuela desde el día del monstruoso fraude, es porque entienden que,
justamente gracias a esa violación, otras naciones latinoamericanas (pienso en
Bolivia, Honduras, El Salvador) se sentirán motivadas a violar el derecho
internacional, como ya en parte lo han hecho. Desde esa perspectiva, si EE UU
se vio una vez obligado a permitir en su vecindad a una Cuba estalinista, no
hay ninguna razón para que hoy se sienta obligado -gane Trump o Kamala- a
permitir una Venezuela putinista. La razón es la siguiente: La Guerra Fría de ayer
era fría, cuando más tibia. La guerra iniciada por Putin en Ucrania es en
cambio caliente. Muy caliente. De este modo, la presencia ilegal e
ilegitima de Maduro en el poder significa un peligro geoestratégico para todo
el continente latinoamericano.
Como es probable, al verse repudiado por la mayoría de
las democracias regionales, Maduro intensificará las de por sí muy intensas
relaciones que mantiene con las dictaduras iraní y rusa. Eso significará abrir
un tercer foco de conflicto mundial (el primero es Ucrania, el segundo
Palestina). Un conflicto que no interesa enfrentar ni al gobierno
norteamericano ni a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. Esa es la
razón que explica por qué Maduro no es apoyado por los principales gobiernos de
la izquierda latinoamericana (Lula, Petro, Boric). Esas izquierdas han entrado
de lleno al juego político democrático. Tal vez quieran seguir denominándose
antimperialistas (la verdad, son solo anti norteamericanas) pero no al precio
de aparecer defendiendo a una de las dictaduras más corruptas y desprestigiadas
de toda la historia latinoamericana, como es la de Maduro. De ahí que el actual
interés de esas izquierdas sea apagar el incendio provocado por el fraude de
Maduro antes de que se extienda a un nivel continental. El problema es que no
saben cómo.
UCRANIA Y VENEZUELA DIVIDEN A LA POLÍTICA INTERNACIONAL
Volvamos a la pregunta inicial: ¿Qué es lo que tienen en
común la guerra en Ucrania y el conflicto político venezolano? Una
respuesta es que ambas naciones, una invadida desde el exterior,
otra invadida desde el interior, han obligado a
las instancias políticas de los respectivos continentes a
definirse frente al agresor.
En Europa, con relación a Ucrania, observamos un campo
dividido en tres franjas. La primera une a gobiernos dispuestos a apoyar a
Ucrania sin condiciones y ella está representada por las naciones escandinavas,
los países bálticos, Polonia e Inglaterra. La segunda está constituida por el
eje franco alemán, dispuesto a apoyar a Ucrania pero siempre bajo ciertas
condiciones, entre ellas, no estirar la tensión para que Puttin no extienda su
guerra hacia toda Europa. La tercera franja está formada por gobiernos que van
desde la complacencia hacia Moscú hasta llegar a una colaboración vergonzosa
con el agresor. A esa tercera franja pertenecen, entre otros, la Hungría de
Orban, la Eslovaquia de Fico, la Turquía de Erdogan, la Italia de Meloni
(policía buena) y Salvini (policía malo).
En América Latina, los gobiernos de derecha y centro, que
son la mayoría continental, más el gobierno de Chile, se oponen radicalmente a
que Maduro logre presentarse como ganador de unas elecciones que perdió. El
trío formado por la izquierda democrática busca un, hasta ahora, imposible
acuerdo con Maduro. La tercera posición, formada por los gobiernos jurásicos de
la izquierda latinoamericana, optan por apoyar al fraude para satisfacer a sus
supuestas bases anti-occidentales. Maduro en consecuencia, vea por
donde se lo vea, es un factor de división internacional. Así resulta evidente
que muchos gobiernos latinoamericanos, sobre todo los de izquierda, preferirían
que Maduro no existiera.
Tanto la invasión a Ucrania como el fraude electoral de
Maduro pueden ser considerados como dos momentos en la larga lucha que se da
entre el orbe democrático y el anti-democrático. En cierto modo vivimos la
Guerra del Peloponeso de Tucídides, pero ampliada a escala global. Lo más
probable es que esa lucha se extenderá a lo largo del siglo XXl. Ninguno de los
dos frentes tiene la victoria asegurada.
Desde esquinas donde priman posiciones catastrofistas no
han faltando expertos que nos anuncian el fin de la democracia occidental. Hay
signos que podrían incluso avalar esa creencia. En verdad, nunca antes el mundo
democrático había enfrentado a un conjunto tan organizado de dictaduras a
escala mundial. Sería absurdo entonces negar que la democracia, en gran parte
de la tierra, se encuentra amenazada por fuerzas exógenas y endógenas. Pero hay
también signos contrarios.
Francis Fukuyama, entre otros autores, ha anotado en un
reciente artículo que el 2024 ha sido en general favorable a la consolidación
democrática. En efecto, tanto en las elecciones de la UE, como en Polonia,
Francia e Inglaterra, los sectores democráticos han, si no derrotado, por lo menos
neutralizado el avance de los nacional populistas, mal llamados de extrema
derecha. En América Latina a su vez, la condena continental al fraude
de Maduro es mayoritaria y la posibilidad de consolidación de una izquierda
democrática a nivel regional es cada vez más posible y necesaria.
Según Fukuyama, el avance democrático persiste, aunque a
paso mucho más lento que en el pasado reciente cuando el crecimiento del
espacio democrático fue simplemente vertiginoso. En el marco de ese antagonismo
que se da entre la democracia y sus enemigos, la guerra de liberación
nacional de Ucrania y la resistencia política que tiene lugar en Venezuela se
han convertido en símbolos de las luchas democráticas de nuestra era.
Sí, sin dudas: Ucrania y Venezuela son dos naciones muy
diferentes, pero el destino de ambas está ligado por muchas más razones de las
que nos es posible imaginar.
Después de todo, este mundo es un solo mundo.
Fernando Mires
@FernandoMiresOl
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