martes, 18 de octubre de 2011

Los que se vienen

Por Julio T. Cabello, 07/10/2011

Es un libro, una investigación, que no se ha escrito, pero ha de hacerse algún día, porque los migratorios suelen ser procesos irreversibles, que cambian bidireccionalmente las culturas.

Se calcula que son unos 350 mil los que habitan al sur de Florida.

Los más de los venezolanos se lo toman como una cosa natural, como si mudarse de país fuese un evento frecuente en sus vidas. Muchos que tienen problemas con sus papeles llevan su preocupación de bajo perfil, siempre proliferando más bien sobre sus magníficas posibilidades. Y en general, al venezolano se le conoce por su alegría, su dinero y su nivel: puesto que no se trata de una migración económica: en la mayoría de los casos, los venezolanos que se vienen a Miami tienen estudios universitarios, están más o menos acomodados y extrañan montones. Cómo extrañan los venezolanos.

Rápido se hacen de unos amigos y un network. Las tiendas, los trucos de Doral, las entrevistas prearregladas y un par de atracciones turísticas le hacen una bienvenida a cualquiera.

Pero rápido también (un par de meses?) sobreviene lo natural, el vacío.

Qué hago en este lugar? Cómo se vive de invitado permanente? Por qué nadie se ríe o se angustia con mis chistes y preocupaciones? Porque no sólo no se halla el que se vino, sino que la ciudad no lo halla a él.

Entonces se pone a prueba la capacidad de adaptación de cada uno. No son los peores, pero los venezolanos no son tan buenos para adaptarse como quisieran; no todo es tan fácil como lo pintan ni tan parecido como lo creían. La manera de hacer conexiones, de socializar (si tal cosa ocurre) y de parecer importante no tiene nada que ver con la nuestra. Y eso toma su tiempo captarlo, entenderlo y procesarlo.

Mi estimado es que pasan dos años y medio antes de que un emigrante abra la puerta interna y de veras trate de adaptarse, y no sólo cuestione y encuentre sin sentido todo lo que le circunda.

Claro que, en lo objetivo, en la superficie, son muchos los cambios significativos y positivos que se dan de inmediato: seguridad, vías amplias, tranquilidad, demasiada tranquilidad, quizás.

El venezolano que se vino a buscar un poco de paz porque ya lo enloquecía la paranoia de la inseguridad, encuentra aquí una buena salida. El que busca afecto, rápidamente se entristece. El que busca hacer dinero con trabajo e iniciativas, encuentra muchas oportunidades. El que vino a fanfarronear, rápido se deprime: de lo que se ufana, aquí a nadie importa.

Los que tratamos de encontrar cultura, estamos jodidos. El que tiene sangre de rumba está en su salsa. Y en general, el que es curioso, encuentra. Esta, como cualquier otra porción de tierra en el mundo, está plagada de historias que esperan por nosotros por ser descubierta. Y, también en general, el que no es curioso, está jodido en cualquier parte. Sea París, Cumaná, Montevideo, Boston o Miami, el que no se maravilla por lo que otros han vivido se fastidia, no importa dónde esté.

Izquierdistas, ex izquierdistas y camuflados (a los que les averguenza tener propiedades o una vida aquí, de cara a su entorno en Venezuela), ex empresarios y ex políticos, empresarios y políticos, estudiantes hijos de jóvenes profesionales y muchas familias jóvenes pueblan esta ciudad, en su mayoría socio-culturalmente clase media, que se hacen un presente y un futuro, muchas veces un mientras tanto, al tiempo que resuelven qué viene luego y sus hijos en el colegio comienzan a hacer las raíces invisibles que después nos hará más difícil el transplante.

Sobran por ahí los asilados y, no lo duden, los asilados cazabobos que se inventaron una persecución para que los oficiales de migración americanos sellen una visa de tres años con permiso de trabajo.

Donde estamos hablamos de política, de economía, de Chávez, de Obama, de la oposición, de béisbol, de las venideras elecciones, de Cuba, de la Educación, de los amigos, de la vinotinto, del próximo viaje, del carro, de la caña venezolana, qué buena es la caña venezolana.

Sumergidos en ese universo nos distingue a todos, no importa nuestro rasgo particular, una necesidad por pasarla bien, por ser sibaritas y una permanente urgencia por cambiar las cosas que, en la mayoría de los casos, ni una ni otra vocación han sido sembradas ni están consideradas por la cultura protestante que rige esta ciudad, por muy latina que sea.

Esos sean quizás, a la vez, las carencias y los aportes de los venezolanos a estas tierras adoradoras del trabajo y el sacrificio por la prosperidad. Transformar y pasarla sabroso.

Debe ser por eso que, cuando llegan, los venezolanos indefectiblemente lucen sobrados (no quieren que esa sensación de bienestar y construcción se les esfume), van orondos, no se dan cuenta de que su tono de voz es más alto que el de la mayoría y que, aquí, sus pasados, triunfos, chistes y problemas realmente no le importan a nadie.

Entonces se entristecen. Sobreviene la nostalgia. Y el gueto nace, con mayor o menor intensidad, pero quizás para siempre.

Eso es cuando llegan. Uno, dos, cinco, diez años después son otra historia. Diversa y distinta en cada caso, dependiendo, pero de eso les hablo en otro post.

Publicado por:
http://www.eluniversal.com/blogs/diaspora/111007/los-que-se-vienen

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