miércoles, 7 de febrero de 2018

“Venezuela es una tierra que amamos, pero que no se deja amar”, por @el_telegrafo



El Telégrafo 06 de febrero de 2018

Es el presidente de la Asociación Civil Venezuela Ecuador. Su departamento en Quito casi nunca está vacío, recibe a sus compatriotas que están de paso. Ayuda a los que están desorientados con la esperanza de que la vida les sonría.

“Soy gay”, dice Daniel Regalado Díaz sin expresar ningún gesto en el rostro. ¿Qué sentido tiene que, de entrada, haga esa puntualización?

Lo tiene: él vino desde Caracas a Quito hace nueve años porque necesitaba coronar su largo y doloroso año y medio de luto tras la muerte de Sergio, su pareja, en un brutal accidente de tránsito en una carretera cercana a la capital de su país.

Daniel tiene 43 años, es mulato, semicalvo, porta lentes rectangulares de gruesos marcos negros, barba y bigote encanecidos, un pendiente de plata redondo en el lóbulo de la oreja izquierda y viste ropa casual, que le hace ver más joven.

Pese a que nació y vivió en una ciudad caliente, con un clima promedio similar a Guayaquil, el sol quiteño del mediodía aún le sorprende por su fuerza y su penetración en todos los ámbitos de la ciudad y en la piel de las personas.

Mientras bebe un batido de mango en un vaso colmado de hielo se describe a sí mismo: presidente de la Asociación Civil Venezuela en Ecuador, asesor en artes escénicas, administrador de empresas y experto en gastronomía internacional.

Es un venezolano prechavista. Así se define. Desde muy joven decidió que cada año haría viajes de por lo menos un mes para conocer la vida de los otros y eso lo tiene aquí y ahora en el Ecuador.

Paradojas de la vida: era adolescente cuando tomó esa determinación que, al final, le salvó, con años de anticipación, de sufrir las penurias de miles de sus compatriotas que buscan salir de Venezuela por la grave y galopante crisis económica que se vive allá.

No se trata de ideologías ni de aborrecer o adorar a un caudillo como fue el comandante Hugo Chávez o como es su delfín, muchísimo menos carismático y muchísimo menos capaz como Nicolás Maduro.

Al final, a la gente común lo que le interesa es vivir: comer, estudiar, trabajar, amar…

¿Importa, en verdad, quien presida un gobierno cualquiera si los ciudadanos disfrutan de una cotidianidad sin sobresaltos, sin apuros, sin miedos, sin necesidades, sin urgencias, sin angustias?

No. No importa si la situación es esa. Pero sí importa cuando la existencia da un giro de 180 grados y se vuelve un infierno cuya vastedad y alcance es imposible prever y, en esta medida, afecta y sumerge a la población en un tsunami de incertidumbres y terror por el futuro.

El día que Daniel tomó la resolución de irse de su país lo primero que hizo fue renunciar a su trabajo de asesor de diseño en El Nacional, uno de los periódicos más importantes de Venezuela.

Y aunque hoy lo cuenta como una broma contradictoria, le parece que tiene tanta suerte que uno de los directivos del periódico aceptara a regañadientes que se fuera pero que su reacción resultase sorprendente: “Te esperaremos. Vuelve cuando quieras y tu puesto está asegurado”.

Ama el Ecuador, aunque tiene sus críticas a cierta forma de ser de los quiteños, al menos de dos con quienes intentó mantener una relación amorosa estable pero fracasó porque “los quiteños son malcriados”.

Recuerda, piensa, reflexiona y luego lo explica: desde que él era pequeño y vivía con una numerosa familia (hermanos, madre, tías, sobrinos, cuñados), su mamá le enseñó a valerse por sí mismo en lo más elemental.

¿Lo más elemental? Claro, dice: tender la cama, lavar la ropa, cocinar, barrer, arreglar la casa o el departamento, lavar los platos y los cubiertos, ordenarlo todo.

A eso se refiere con “malcriados”. A una mala crianza familiar donde desde niño te hacen creer que todo lo tienes a la mano, que tú no tienes que esforzarte para nada, que para eso, supuestamente, están la madre, las hermanas, las empleadas domésticas, las mujeres de la casa.

Es un obsesivo por aprender cosas, en especial las que atañen a sus vocaciones. En gastronomía, cuando tenía pocos meses en Quito, probó por primera vez una humita.

Ya se había deleitado con el locro de papa, con el caldo de bolas, con el hornado, con el timbushca, pero la humita lo deslumbró.

Y no dudó cómo aprender a cocinarla: recorrió algunos restaurantes de comida típica hasta que en uno de ellos le aceptaron como posillero. Entre idas y venidas del salón a la cocina con la vajilla para lavar, miraba a una maravillosa mujer que era arte puro cada vez que elaboraba humitas. Daniel hoy puede enorgullecerse de ser uno de los gastrónomos que mejores humitas hace en Quito.

¿Penas? ¿Dolores? ¿Nostalgias? Casi no tiene tiempo para eso. Con la masiva migración de compatriotas tiene mucho trabajo solidario pendiente en su tarea de presidente de la Asociación Civil Venezuela en Ecuador, aprobada oficialmente como ONG por el Ministerio de Inclusión Social el 19 de septiembre del año pasado.

Su departamento, en el sector de Iñaquito, cercano al Quicentro, casi nunca está sin gente: hasta hace poco tuvo como huésped a su sobrino Kevinns, quien llegó con su bebé y que vivió con Daniel hasta que llegara de Caracas la esposa y madre para juntarse y marchar rumbo a Chile, donde ya están con trabajo e incluso tienen alguien que cuida a su pequeño.

Pero no solo da la mano a sus parientes, sino a muchos compatriotas que llegan desorientados y con la única esperanza de que la vida de nuevo les sonría.

Daniel maneja la página web Venezuela en Ecuador para ayudar a los migrantes y para informar al mundo sobre la situación humanitaria que atraviesan quienes han tomado la decisión de buscar una forma de vida digna.

Su asociación la integran médicos, docentes, fisioterapistas, psicólogos, economistas…

Ayudan, sobre todo, a quienes resuelven quedarse en nuestro país. ¿El gobierno podría hacer algo más por ellos?, Daniel critica que los trámites y los costos de los papeles son muy caros y engorrosos. Que en eso podría ayudar la cancillería ecuatoriana.

Pero el 78 por ciento de quienes llegan solo hacen una pausa en su ruta a Perú o Chile.

Por eso es ridículo, según Daniel, que hace medio año, haya brotado cierta xenofobia que, por suerte, ya está olvidándose.

No fue casual, como nada lo es en la vida. La Asociación investigó e identificó al autor de los dos o tres videos que provocaron una reacción inusitada en los ecuatorianos cuando esos videos se viralizaron en las redes sociales.

“Fueron grabados por un individuo que se llama Byron y a quien lo tenemos muy bien identificado. Se jacta de ser ‘youtuber’ e ‘influencer’, pero no es nada más que un delincuente digital”, afirma Daniel.

Los ecuatorianos, afortunadamente, olvidaron pronto los prejuicios que les produjo este sujeto.

“Porque nosotros, los venezolanos, quizás como herencia de la migración europea a nuestro país en la Segunda Guerra Mundial, somos emprendedores: si nos quedamos sin dinero, y tengamos la profesión que tengamos, podemos instalar un puesto de salchichas en una esquina y nos irá muy bien. De hecho, eso es lo que hacemos cuando llegamos a otro país y no nos dan la mano. Nos ponemos a trabajar en lo que sea y afrontamos la vida”.

El “boom” creado en el centro histórico de Quito, por ejemplo, es fruto de esa capacidad. No porque las venezolanas que venden helados hasta las ocho o nueve de la noche han despertado una nueva tendencia en la ciudad, en una ciudad donde hace frío, sino porque sacrifican sus horas, descansan poco, lo hacen de manera original y son amables y graciosas.

En el norte de la ciudad, en cambio, se ha creado otra tendencia: la de vender donuts al paso. Y no es un mal negocio: quienes lo hacen venden cada día entre 35 y 40 dólares.

Muchos de los que se quedan aquí viven en grupo, se reparten las tareas domésticas y ahorran para enviar parte del dinero a sus familias que aún viven en Venezuela.

“Son trasferencias reinvertidas”, aclara Daniel por si acaso alguien pretenda decir que están sacando los dólares del Ecuador. Aquí mismo hacen el cambio en bolívares, en las instituciones adecuadas para ello.

La vida es difícil, pero vale la pena vivirla. Porque la existencia es así.

Te pone al frente desafíos inesperados, soledades, decisiones difíciles de tomar. Pero eso es lo que diferencia a unos de otros.

Como los ecuatorianos que tras la crisis financiera de 1999, fruto de la ambición de los grandes banqueros que robaron el dinero de millones de compatriotas (las cifras nunca se alcanzaron a calcular con exactitud), emigraron a España e Italia y fueron capaces primero de sobrevivir y luego de dejar una huella de trabajo, honestidad, esfuerzo y talento, los venezolanos hacen lo mismo ahora. Y con éxito.

Porque los venezolanos, como Daniel, no lo piensan demasiado cuando llega la hora de viajar.

Como él, cuando vino hace nueve años para olvidar el luto por Sergio, su pareja, los compatriotas que hoy salen de Venezuela lo hacen para rearmar su vida mientras sufren el luto por una país al que aman, pero que no se deja amar. (I)

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