miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Plan B y otras neurosis


Por Lissette González, 08/11/2011

La emigración de los venezolanos es un fenómeno reciente y la situación política actual es solo una de sus causas.

El turbulento acontecer político de los últimos años ha tenido múltiples efectos que cada quien podrá encontrar ejemplificados en su cotidianidad. El primero de ellos, familias y amigos separados por la polarización política: desde las familias que han dejado de reunirse en ocasiones como bodas o cumpleaños para evitar confrontaciones entre chavistas y opositores, hasta un padre y un hijo que tienen más de diez años sin hablarse. En el pasado no existía tal distancia, ni siquiera entre públicos y reconocidos adversarios; la discusión política era tema de la vida pública, no del espacio privado, la familia, los afectos.

De alguna manera nos la hemos ingeniado para que la política tome todos los espacios y cada detalle de la vida tenga un sentido en nuestro contexto polarizado. Fernando Mires diría que la nuestra no es una crisis política, sino una crisis de la política, pero no entraré yo en esas honduras. Lo cierto es que una buena parte de nuestra sociedad se encuentra atada a seguir neuróticamente cada noticia, cada declaración, cada protesta y para eso Globovisión y Twitter han sido herramientas imprescindibles a las que muchos se han hecho adictos sin remedio. Y en medio de esta sobreexposición a las (desgraciadamente) constantes malas noticias, muchos ya no encuentran posible estar a gusto y por ello han optado por lo que Laureano Márquez llama “el Plan B”: es decir, poner “los pies en polvorosa” y buscarse la vida en otro país.

La emigración de los venezolanos es un fenómeno reciente y la situación política actual es solo una de sus causas. Muchos emigrantes se ven expulsados por la difícil situación económica que ha cerrado empresas o paga mal el trabajo de médicos y científicos que pueden encontrar con su formación mejores condiciones laborales en otro país. La inseguridad y violencia crecientes son también otro gran factor que impulsa a muchos a buscar un lugar más tranquilo para establecer a la familia y criar a los hijos.

Todos estos elementos juntos han dado lugar a la primera gran ola migratoria de venezolanos, de cuya magnitud no tenemos aún noción. Desafortunadamente, carecemos de estadísticas oficiales internas que permitan dar cuenta de este fenómeno: los saldos migratorios externos no aparecen publicados en la web del Instituto Nacional de Estadística y no se han realizado estudios que permitan realizar estimaciones indirectas de la población que ha emigrado. Así que hay que conformarse con fuentes externas, como los censos y registros de los países receptores.

Hice un breve ejercicio para ejemplificar y les cuento lo que encontré: en España la población nacida en Venezuela que fue empadronada en sus municipios pasó de 49.539 en 1999 a 152.395 en 2009; es decir: se triplicó en un período de diez años. Al mismo tiempo cambió su composición: mientras en 1999 el 81% contaba con la nacionalidad española, en 2009 esta proporción alcanzó solo el 57%. Por tanto, la emigración a España no refiere únicamente al retorno de los españoles y sus descendientes. Las estadísticas oficiales de Estados Unidos no cuentan con un equivalente del padrón municipal, pero al revisar los resultados del último censo (2010) encontré que la población de origen venezolano pasó de 91.507 en el 2000 a 215.023 en el 2010, un crecimiento del 135%, lo que significó un incremento de la proporción de la población venezolana entre los latinos en EEUU. Sólo en estos dos destinos tendríamos más de 300mil emigrantes, sin contar los que no hayan sido censados o empadronados (altamente probable en quienes emigran sin sus papeles en regla), más los que residen en muchos otros países del orbe.

En medio de este furor hacia la emigración, en 2001 regresé a vivir en Venezuela luego de unos años estudiando en España. Debo confesar que el 11 de abril de 2002 y el paro a finales de ese año me hicieron dudar intensamente si habíamos tomado la decisión correcta. Pero más allá de ese cuestionamiento interior, lo realmente complicado era explicar a familiares, amigos y conocidos por qué decidimos volver. O, años más tarde, a pesar de la ingeniería financiera que supone sobrevivir cada quincena, por qué no estoy preparando las maletas. La respuesta es demasiado abstracta o idealista para ser comprendida así no más. Por una parte, el arraigo. Quisiera ver a mis hijos hacerse hombres en su país, que sientan que pertenecen y tienen una historia; que la asuman y junto con ella, por ende, una responsabilidad. Por otra parte, quizás es que pido demasiado y no me conformaría con la tranquilidad y el bienestar económico. Necesito más: sentir que lo que hago es valioso y deja huella. Supongo que por eso no me imaginaría fuera de la docencia, aunque mal pague. Por último, creo que tiene sentido, sin más, aunque no haya demasiadas evidencias para el optimismo. Esa es mi apuesta. ¿Cuál es la tuya?

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