Manuel de la Mancha 09 de diciembre de 2024
Venezuela
ha sido secuestrada por delincuentes. En la anterior entrega establecimos que
ésta era la principal característica de la dictadura. Pero ¿cómo llegamos hasta
acá? Alguien comentaba que la genialidad de Chávez estuvo en unificar grupos
contradictorios en una sola fuerza. Pero muerto aquél, la decantación se
aceleró y dio paso a un complejo entramado criminal que, tras un duro reparto,
devino en una tríada inexpugnable que hoy ejerce el poder. Pero, ¿cuál es su
origen?
Nuestro país se consolidó como una nación dependiente, semicolonial y rentista desde sus inicios. Cimentó una base económica importadora e improductiva que empujó a que su mediocre desarrollo descansara básicamente en la renta petrolera. Hasta la corrupción tuvo como fuente de acumulación la renta y no el esfuerzo “articulador y productivo” del delito, como el caso colombiano o mexicano. Esto creó un tipo de Estado clientelar que engendró un lumpen peculiar y consigo, un particular tipo de delincuentes.
En
esta sociedad es que nace el régimen chavista. Y si bien el periodo inicial
tuvo como base principal de apoyo a ese lumpen, desperdicio excedentario de la
enorme masa empobrecida que formaba parte del cada vez más vasto ejército
industrial de reserva, el uso político de ese segmento social, empobrecido y
rabioso por la caída de la renta petrolera, hizo que el resentimiento y la
revancha social, contrario a la lucha de clases consciente que previó el viejo
alemán, fuese su principal base de sustentación y acción política. Esto le
brindó una naturaleza delictiva desde sus inicios.
Desde
“el hampa está con Chávez” hasta hoy, sobra la evidencia. La creación de
colectivos armados o grupos paramilitares y el uso de la violencia política
exacerbada, el vilipendio y la descalificación, la ofensiva permanente y
arrolladora, el despotismo en toda la actuación del Estado y el desarrollo de
una cultura malandra en toda la actuación política del poder, todo fue
configurando un cuadro idiosincrático particular y característico en la forma
de ejercer la política: se impuso lo que podemos llamar como “la ideología de
los delincuentes”.
Hoy,
presenciamos un complejo entramado delictivo, que abarca desde el “nuevo policía”
matraquero, que te extorsiona para no llevarte preso; el “cooperante” que te
acusa por venganza con cualquier excusa porque tiene algún vínculo policial o
militar; hasta el inaudito, mil millonario y sofisticado saqueo al Estado, todo
ha derivado en la estructura de una tríada que comparte y se distribuye la
labor del asalto nacional. Su botín es el país entero y sus víctimas, toda la
población.
Su
principal proceder es el chantaje, la extorsión y el terror. Y actúan como
cualquier hampón que somete a su presa con su principal recurso: el miedo. Y
ese miedo lo amplifican al extremo más inaudito, creando una pequeña pero
sólida capa social dispuesta a someter a los demás, pero sometida también al
despotismo delictivo de los encumbrados. Esto crea nexos de interdependencia
sumamente sólidos y complejos, cuyo costo de fractura va desde la ruina total y
la persecución, hasta la cárcel o la muerte, como sobran hoy los ejemplos.
Este
cuadro ha alcanzado hoy su máximo desarrollo. Para las fuerzas democráticas y
el mundo, comprender esto es vital. Sobre todo porque la actuación de la
dictadura no es resultado de un cálculo político tradicional dentro de un
régimen democrático liberal. Ni siquiera del tipo de aprovechamiento político
que un partido burgués, interclasista o proletario, pudiera sacar de las
contradicciones interimperialistas, de intereses o de pugnas ideológicas del
momento, sino que su cálculo está transversalizado por la autoconciencia de un
grupo delictivo, dispuesto a cualquier negocio, con quien sea. De hecho, este
aspecto dentro de la naturaleza delictiva, también es clave en la comprensión
política del fenómeno.
Es que
su objetivo es mantener el saqueo, lo que los fuerza a estar indisolublemente
unidos por la necesidad de sobrevivir y de mantener su fuente de ingresos, pero
también su vida. Esto los hace inexpugnables y difícilmente pueda haber una
fractura espontánea en las alturas de la camarilla. Todos están atados a la
coima política como principal método de sostenimiento. Y para ello están
dispuestos a todo. Y todo, es todo.
Y
mientras algunos en la oposición siguen viendo al “fantasma del comunismo”
recorrerle el espinazo, o aprovechan la circunstancia para hacer propaganda
barata contra los socialistas; o los normalizadores se relamen aspirando
compartir algunas migajas del botín, las fuerzas democráticas no logran ver -o
no quieren ver- que la principal característica de la dictadura es esa
naturaleza delincuencial y que esto trasciende cualquier ideología.
Por no
comprender esto quizás aún no se logra una estrategia común. Eso ha tenido
efectos momentáneamente devastadores en el ánimo de la población, que es la
incuestionable víctima. Y mientras las fuerzas democráticas no logren ubicar la
naturaleza de la dictadura, habrá menos posibilidad de derrotarlos en un
horizonte inmediato.
¿Es
entonces el andamiaje legal una fuente de legitimación del poder, o un
instrumento de legitimación de una actuación que no tiene límites? Y frente a
esto, ¿Qué hacer? Hablaremos de esto en una siguiente entrega. Pero queda claro
que no podemos permitir que su derrota sea producto de una sangría externa a
nuestra propia decisión; o fruto de una explosión irrefrenable y salvaje de
hastío y odio que no edifique. Construir un cambio creado por la conciencia, la
virtud de una clase política valiente y el pueblo como principal actor, debe
ser el mejor precedente que brindemos a las futuras generaciones, para que
ellas puedan construir la Venezuela de mujeres y hombres buenos y libres que
soñamos.
Tomado
de: https://elpitazo.net/opinion/la-naturaleza-de-la-dictadura-los-normalizadores-y-la-oposicion-2/
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