viernes, 18 de noviembre de 2011

Elogio de lo venezolano


Por Julio T. Cabello, 22/10/2011

No sé si algún día volveré a Venezuela. Ni sé tampoco si algún día me he ido. Sueño todos los días con vivir en lugares como Copenhague, Mérida, Sidney, Lima, Boloña, San Francisco o de vuelta en Caracas y los años van pasando y sigo en la medianía de Miami.

Pero lo venezolano -lo sé ahora, no lo sabía antes- lo llevaré adonde vaya. Hay un modo de hacer las cosas, un conjunto de valores y principios que nadie te enseña pero que están ahí, en el besito de la maestra y en la vieja del banco del parque, en el saludo hosco pero cariñoso del portugués y en la invasiva amorosidad de la familia, en la grandilocuencia celebratoria con la que creemos debe marcarse un hito de cada pendejada que alcanzamos.... el mensaje está en el envoltorio.

En nuestra manera despilfarradoramente hermosa de soñar, en nuestra pasión por el baile. En nuestra necesidad compulsiva por reír y entre muchas otras escenas y hábitos cotidianos vive nuestra manera de creer natural el mundo, la que nos ha moldeado, sin necesidad de clases ni sermones de nacionalismo, sin manual, una forma de relacionarse que se queda adentrada en el ADN del comportamiento de uno como individuo, pase lo que pase, y que, por antonomasia y en consecuencia, lo hacen a uno una suerte de embajador vitalicio del carácter venezolano.

La ética, el grado de valentía que uno decida tener, el psique y sus aprendizajes, el volumen con el que quiera asumir sus vocaciones, ya es cosa genética y del libre albedrío. Pero otras, otras no, otras vienen del terruño en el que uno nació y creció. El contenido está en sus formas, que se ha traspasado irremediablemente a nuestra constitución, no importa donde estemos.

De esos contenidos implícitos que habitan nuestras formas me siento muy orgulloso y agradecido. Finalmente no es sino gratificante quitarse los complejos y decir contento, esté uno donde esté, que es venezolano y eso le complace. Al fin y al cabo no hay nacionalidad sin virtudes y mucho menos sin miserias. Así que yo escojo las virtudes y las abandero (con modestia, sin desconocer las cojeras), tanto como puedo -mis limitaciones tengo-, irremediablemente, adonde vaya. Pero eso no lo inventé yo: si algo tiene la venezolanidad es que no se amilana frente a nadie: nunca se cree inferior.

De ser venezolano me gusta que soy y espero que los otros sean cariñosos. Dar un besito hasta para ir al baño y abrazar a los amigos siempre que los encuentro para conversar. Me agrada la idea de que visitarse sea una costumbre frecuente, formal e improvisada -es indiferente- y que la gente se muestre y se ofrezca la casa para pasar un rato, como si ella fuese la mejor extensión de si mismo.

Soy un irremediable cultor de la música, seguramente porque la venezolana es una sociedad absolutamente melómana, donde bien se escucha Beethoven, salsa brava o comercial, tecno, pop, reggaeton, merengue, baladas, boleros, trova y las más fusionadas versiones criollas de todos los géneros. Me gusta cantar, como casi todo venezolano, canto en la calle, al bañarme, en el carro o desprevenido en una oficina. Y si una letra me gusta mucho, la comparto, porque los venezolanos vemos en las canciones obras literarias como un niño que descubre el alfabeto.

La gente que se ríe es la que entiendo. No es que desconfíe de ellos, pero la gente seria, que no se enajena para burlarse de lo que hace, o simplemente no se relaja ignorando que nada es de vida o muerte, no la entiendo. Entiendo a los que necesitan un chiste cada cinco minutos. Se buscan para hacerse un comentario socarrón, y administran varios pensamientos al mismo tiempo. Eso lo aprendí en Venezuela. Que la vida sea divertida en una cola, en un velorio, en una fiesta, en una clase o detenido por un policía, siempre se puede reír. Hay que pasarla bien., Ahora.

La idea de que los amigos son una extensión de la familia, y que muchos de nuestras amigos vienen a casa al tiempo que la familia y nosotros vamos a sus casas al tiempo que sus familias, y que los cumpleaños, los cumpleaños de sus hijos, los cumpleaños de sus novios y novias, de sus maridos y esposas, son parte del rito social amistoso, me es connatural. No concibo la vida sin amigos, sin un grupo de cómplices con quienes quejarme de un jefe bobo o compartir la buena fortuna de un período de la vida. Los venezolanos somos reconocidos en todas partes por ser amistosos y eso lo traemos entre las hojas del pasaporte.

No quiero ponerme a enumerar hábitos como en uno de esos correos colectivos que llegan incesantemente celebrando nuestras arbitrariedades lingüísticas, que si las groserías para mostrar afecto, que si las acepciones que nos inventamos. Maneras propias hay en todas partes y las ideas que nos habitan en gran medida por ser venezolanos no son muchas. No tenemos una noción muy compleja y estructurada de cómo somos, el nuestro es una nacionalismo pueril, para bien y para mal, pero esas cuatro o cinco ideas que habitan nuestra cotidianidad definen meridianamente nuestra vida para siempre:

Que la vida es para divertirnos, o, al menos, para compartir con los amigos, que siempre es un lindo gesto mostrar lo tuyo para compartirlo, que no estamos solos, que hasta podemos querernos y, en las malas, reírnos o cantar, pues siempre vendrá un día mejor.

¡¡Cómo no le va a gustar a uno ser venezolano!!

Publicado por:
http://blogs.eluniversal.com/blogs/diaspora/111022/elogio-de-lo-venezolano

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