lunes, 30 de abril de 2012

Cocinando a fuego lento


Historia de la Pastelería Danubio,
Por Toti Vollmer, 23/03/2012

Una muchachita andina. Un joven de Budapest. Una arepa y un strudel. ¿Qué probabilidad estadística había de que se encontraran y decidieran escribir una historia a cuatro manos? Pues pareciera que por lo menos una muy feliz, porque el día en que Evelia y Pal se cruzaron hace un bojote de años en Au Gourmet, en la esquina de Ibarras, comenzó a contarse un cuento muy bonito.

Y como casi todo lo inexplicable, la culpa es del destino, o eso asegura Evelia contundente, mientras gana confianza y se dispone a relatar 42 años de anécdotas.

Cuenta que Pal llegó muchacho y aprendió el oficio de pastelero y de papá en estricto venezolano. Trabajaron juntos en el famosísimo Castellino y terminaron de especializarse en la Pastelería Selva. A los 18 años de casados resolvieron, a instancias de Evelia, que había llegado el momento preciso de montar “un negocito” -como lo dice ella con la voz salpicada de nostalgia. Sumaron sus prestaciones y en 1970 hicieron suya esa esquina de Mata de Coco entre las calles Guaicaipuro y San Marino, para convertirla en referencia obligada de cuatro generaciones de caraqueños.

A Evelia se le dilatan la mirada y el relato cuando habla de esa época. Cuenta del riesgo, delsacrificio, del trabajo duro e intenso, pero de la certeza de que el momento de independizarse había llegado, de cómo fue una decisión de familia, de cómo su marido creó y perfeccionó recetas de su tierra y mejoró algunas nuestras, y de cómo sus tres muchachos le entraron de lleno al sueño de sus padres. Se llena de orgullo por saber que construyó más que un negocio, un legado. La receta de permanecer, dice Evelia, es la fidelidad: el cachito, la selva negra o el pastelito que se comió el primer cliente hace cuatro décadas es exactamente el mismo que se comen sus nietos hoy. Las recetas de Pal siguen intactas a pesar de los años y de la rotación de manos que han laborado en las cocinas de Danubio. Y eso, señores, se llama tradición.

- Este relato salió de un riquísimo café compartido con la señora Evelia Kerese en la terraza de Danubio Santa Rosa.
La mamá de Alejandro, Pablo y Andrés, que es una contradicción de severidad y blandura, protección de lo suyo y orgullo desmedido por los resultados, jefa y cómplice, nos cuenta con una sombrita de pena que “nosotros no sabemos hacer más nada”. Sra. Evelia, y nosotros, los venezolanos, aplaudimos que sea así. Gracias por haberle dedicado 42 años y los que faltan por endulzarnos la historia.

Alejandro Kerese
“Cuando paso cerca del mesón de las tortas, la cuál fue mi responsabilidad en otros tiempos, no dejo de recordar los diciembres en los que trabajaba con todo el grupo hasta la madrugada. Aunque eran otros tiempos el compromiso crece y siento el orgullo de decir que somos la mejor Pastelería de Caracas”.

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