Lo primero que ustedes podrían pensar es que, en tiempo de
globalización, alguien pueda perder su tiempo hablando de “diáspora”. Por
supuesto debemos atender al origen de esta palabra, que, como ustedes saben,
proviene del hebreo y se refiere a la dispersión del pueblo judío, después de
la destrucción del templo de Jerusalén, cuando se regaron por el mundo, aunque
todos los años lloraban por el regreso a su antigua patria.
Cuando las fronteras nacionales quedan borradas por movimientos
universales y en continentes enteros han desaparecido las diferencias legales
derivadas del nacimiento, no parece apropiado que nosotros, miembros de una de
las naciones pequeñas, podamos dedicar nuestro tiempo al drama de la emigración
masiva.
Contrariamente a lo que ustedes puedan pensar o presentir por mi
trayectoria política de tantos años, de la cual, por cierto no me he
arrepentido nunca, no voy a referirme a esta diáspora venezolana desde un punto
de vista político, aunque es casi imposible considerar casi ningún problema
humano y analizarlo sin que se tenga, por obligación, que hacer referencia a
situaciones políticas.
Como observación lateral y, antes de entrar en tema, querría acotar que
en nuestro país, por lo menos por ahora, han ganado las fuerzas que condenan a
la política y los políticos como grandes responsables de males y calamidades.
En realidad, como lo saben ustedes, la política es una actividad universal, que
participa en cuanta labor ejerce el hombre. Desde la elección del capitán de un
equipo de fútbol o de una reina de belleza, hasta la selección de un presidente
de república, están regidas por normas y reglas que, aunque se quieran
disimular, son políticas. Cuando se quiere segregar a los profesionales de la
política, para sustituirlos por otros que no conocen su oficio, los resultados
nunca han sido buenos.
Pues bien, en los últimos años, prácticamente a partir de 1994, es decir
hace unos 18 años, se inició un fuerte movimiento de emigración de venezolanos,
porque la crisis bancaria que se desató ese año hizo desaparecer a muchos
rangos de empleo y dejó a millares de especialistas, profesionales y empleados
de larga experiencia, en diversos sectores de actividad, sin posibilidades de
obtener empleos remunerativos. Esto lo digo porque fui testigo, estando ya en
Miami, de las oleadas de personas que llegaron durante ese período político
precedente al actual.
A medida que se agudizaban las condiciones de falta de oportunidades,
derivadas fundamentalmente de la desaparición de las inversiones privadas y la
transformación radical de las públicas, un número cada vez mayor se inclinaba,
por razones puramente laborales, a explorar el mercado de trabajo en diversos
países.
Por otra parte, también comenzaron a surgir dudas acerca de la calidad
de la educación, temores por la seguridad de bienes y personas y una serie de
otras razones. Puedo asegurarles que los que menos alimentaron ese caudal de
emigrantes fueron los políticos, sobre todo porque el tipo de trabajo y la
experiencia que acumulaban sólo era posible en su propia tierra. Allí,
señalados por dedos burlones y perseguidos por enemigos gratuitos o muy bien
pagados, se quedaron hasta que, por diversas razones, un número relativamente
pequeño de ellos se han visto obligados a solicitar asilo político o
diplomático en otros países, o convertirse en exiliados voluntarios.
No existen estadísticas oficiales acerca del número de emigrados
venezolanos. Algunas cifras y estimaciones hacen oscilar el número total entre
1 y 2 millones de personas, con perfiles muy definidos. De acuerdo con
estimaciones e informes diversos se habla de que entre 400 y 500 mil de ellos
son profesionales universitarios, gerentes o empresarios. Aunque podría ser un
simple promedio, formar a cada uno de estos emigrados ha tenido un costo
nacional, es decir los gastos incurridos por el sistema educativo nacional y los
pagados por las respectivas familias, cercano a los 400 mil dólares, es decir,
que la salida de este grupo humano representa una pérdida directa de cerca de
200 mil millones de dólares, pero si tomamos el valor presente del flujo de
ingresos que perciben estas personas, suponiendo una vida útil de 30 años e
ingresos medios de $ 45 mil anuales, equivalentes a unos 700 mil dólares cada
uno de ellos, tendríamos un total esperado de 350 mil millones de dólares.
Desde ese punto de vista, la diáspora profesional le cuesta al país más de 500
mil millones de dólares.
La anterior, como ustedes pueden ver, es una cifra moderada,. Porque
podría ser mayor. No toma en cuenta a aquellos que no tienen esa formación,
pero aún si consideramos que el millón restante percibe un ingreso equivalente
a un tercio de esa cifra, ello añadiría unos 240 mil millones de dólares. El
costo de la emigración, desde el `punto de vista puramente económico, podría
llegar a representar 75% de los ingresos petroleros percibidos por Venezuela en
estos últimos 12 años.
Pero la emigración no ha sido únicamente humana, porque la de dinero,
aunque es mucho más antigua, ahora ha crecido mucho más. Hay un hecho que se
hace cada vez más evidente, los controles cambiarios no garantizan que se pueda
evitar la huída de fondos de inversión, pero si garantiza, de manera absoluta,
que no lleguen nuevas inversiones. La salida de capitales, que se hizo crónica
en Venezuela por razones de inestabilidad financiera o de simple afán
especulativo, se ha multiplicado en los últimos años, porque existe una
percepción bastante fuerte de que los propietarios de bienes inmuebles, muebles
y financieros podrían ser despojados de ellos por decisiones ajenas a su
voluntad, por lo cual se calcula que los caudales venezolanos invertidos o
colocados en países extranjeros, en este momento, podrían llegar a representar
unos 300 mil millones de dólares.
Si tomamos como ejemplo las inversiones realizadas en Dubai en años
recientes, cuyo valor, supuestamente, es de 30 mil millones de dólares,
podríamos llegar a pensar que los venezolanos tenemos el capital, la tecnología
y el personal necesarios para realizar una inversión diez veces mayor.
Una información publicada en la prensa de esta misma semana nos indica
que la fuga de capitales, a pesar de todos los controles establecidos, supera
los 20 mil millones de dólares anuales. Cifra que es casi el triple que las
reservas disponibles para realizar importaciones.
Ahora bien, este fenómeno no está concentrado en Miami, donde ustedes han
visto el funcionamiento de varios bancos con capital venezolano emigrado, un
número relativamente grande de empresas financieras, inmobiliarias, hoteleras,
industriales y comerciales, que movilizan grandes volúmenes de dinero y crean
también gran cantidad de empleos. Allí los venezolanos han instalado centenares
de empresas y, gracias a sus conocimientos han logrado cuadruplicar la
producción petrolera con una inversión relativamente marginal, debido a sus
conocimientos de la tecnología de esa industria.
Técnicos, profesionales y empresarios venezolanos están presentes en
Canadá, Texas, España, Portugal, Italia y en muchos otros países. Aquí mismo,
en el Venezuelan Business Club, hay centenares de nuevos empresarios, quienes,
de una u otra manera, están creando las condiciones mínimas para un desarrollo
agresivo y permanente, porque están aportando, aparte de su capital y
profesión, una actitud ante la vida que es particularmente venezolana.
Basada en la creatividad, con una tremenda capacidad para la
improvisación y la búsqueda de caminos originales. Estas características las
hemos tenido desde siempre, pero ahora nos sentimos obligados a sacar a relucir
algunas otras que nos podrían asegurar el éxito. Para ello, veamos el sentido
de solidaridad que desarrolló la comunidad cubana, que llegó a este país con lo
puesto, pero logró crear un emporio y transformar una ciudad, a la que yo
conocí por primera vez en 1960 y hoy es una metrópoli totalmente distinta. Si
aprendemos, como estamos obligados a hacerlo, que la base de todas nuestras
aventuras es, precisamente, nuestra comunidad y si asumimos como tarea
prioritaria incorporar a los compatriotas en nuestra planificación, podremos
crear, a nuestra vez, un verdadero imperio, que es muy distinto del que mencionan
con tanta frecuencia. Juntos somos más fuertes, este es un mandamiento que
tenemos que mantener veinticuatro horas diarias en nuestra mente.
(Conferencia dictada por Luis Prieto en el Venezuelan Business Club el
23/2/2012)
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