11 de septiembre de 2017
CARTAGENA.- Así como al llegar a
Colombia, el miércoles pasado, pidió orar por la vecina Venezuela, ayer el Papa
cerró su delicado viaje de cuatro días a este país -para impulsar la paz y la
reconciliación- con un fuerte llamado para que LA NACION de Nicolás
Maduro rechace "todo tipo de violencia en la vida política" y para
que se encuentre una solución a la "grave crisis" que afecta ese
país.
El pómulo hinchado no le impidió al Papa
saludar ayer a los residentes del barrio San Francisco en Cartagena. Foto:
Reuters / Stefano Rellandini
"Desde este lugar, quiero asegurar
mi oración por cada uno de los países de América latina y de manera especial
por la vecina Venezuela", dijo Francisco al final de la oración del
Angelus que pronunció desde el frente de la iglesia de San Pedro Claver, en el
centro histórico de esta bellísima ciudad colonial, patrimonio mundial de la
Unesco.
"Expreso mi cercanía a cada uno de
los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en
esta tierra colombiana un lugar de acogida", agregó, aludiendo al millón
de venezolanos que se han refugiado en Colombia en los últimos años, al
agravarse cada vez más la situación económica, política y humanitaria, en el
régimen de Maduro.
"Desde esta ciudad, sede de los
derechos humanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de
violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que
se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y
desfavorecidos de la sociedad", añadió.
En ese momento, sobre su ceja izquierda
podían verse una pequeña curita y su pómulo hinchado. Enseguida después de
llegar a esta ciudad por la mañana, en efecto, mientras una multitud de fiesta
lo aclamaba al paso del papamóvil, Francisco sufrió un pequeño accidente. Por
un frenazo, se golpeó contra el parabrisas del vehículo, incidente que no pasó
a mayores, pero que causó un susto. El mismo papa, riendo, admitió: "Me di
una puñada (piña), pero estoy bien", según reveló luego su vocero, Greg
Burke.
Ya en el vuelo que lo había traído a
Colombia, el Papa, consciente de que la cuestión venezolana está al rojo vivo
aquí, vista la oleada inmigratoria que amenaza con desestabilizar el país,
había tocado el tema al pedir "una oración para que pueda haber diálogo y
para que el país encuentre una buena estabilidad".
Al margen del nuevo llamado, Francisco
cerró su viaje con una última misa multitudinaria en la zona portuaria de esta
ciudad, en la que volvió a insistir en el tema central de este viaje: la paz y
la reconciliación después de cinco décadas de enfrentamientos.
"Si Colombia quiere una paz estable
y duradera, tiene que dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos,
renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin
amar" y "un paso decidido hacia el bien común, la equidad, la
justicia", aseguró. "La historia nos pide asumir un compromiso
definitivo en defensa de los derechos humanos", sentenció también.
Por la mañana, no bien llegó a esta
bellísima ciudad de la costa norte, visitó el barrio de San Francisco, una de
las zonas más pobres, alejada de la parte turística.
Allí se reunió con víctimas de trata y
prostitución y con vecinos, en delirio por su presencia.
En medio de un clima de euforia caribeña,
se trasladó luego a la iglesia de San Pedro Claver, una de la joyas
arquitectónicas más representativas de la parte colonial de esta ciudad, donde
rindió homenaje a este sacerdote jesuita español (1581-1654) pionero de los
derechos humanos.
Antes de embarcarse en un avión de
Avianca para regresar a Roma, cansado y con el pómulo cada vez más morado, se
despidió: "Quisiera dejarles una última palabra: no nos quedemos en «dar
el primer paso» -el lema de su visita-, sino sigamos caminando juntos cada día
para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad. No
podemos quedarnos parados".
Tomado de:
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