Por Mitzy Capriles de Ledezma,
17/09/2017
Mentiras y más mentiras fue lo
que sobresalió en la larga perorata que Nicolás Maduro escenificó en la
inconstitucional y fraudulenta Constituyente, ante una audiencia cautiva donde
se veían las mismas caras recicladas a lo largo de estos últimos 18 años. Los
desgastados argumentos, aderezados con malos chistes y payasadas, no
entretienen a nadie con elemental sentido común, mucho menos a un pueblo
agobiado por una infinidad de problemas, comenzando por la hambruna que se
profundiza en un país donde comer se hace muy difícil para una familia que
todos los días confirma que los precios de los artículos esenciales aumentan
escandalosamente, y que eso es en la vida real lo que técnicamente se llama
inflación.
Ante esta tragedia, Maduro sale
de nuevo con los mismos cuentos chinos y su retahíla de embustes, con lo cual
lo que produce es más irritación en una ciudadanía que no lo soporta. Por eso
el grito de solicitud de cambio retumba cada vez con más fuerza en todos los
rincones de Venezuela. Es cinismo del más rancio salir nuevamente con la pose
ensayada de prometer una investigación de lo ocurrido hace años en Cadivi,
cuando Maduro sabe quiénes fueron los que guisaron con los dólares que se
entregaron para comprar comida y medicinas.
Ya es conocido que lo menos que
hicieron fue traer alimentos e insumos para surtir los centros de salud. Se
robaron miles de millones de dólares. Es más, hay que darle un mínimo de
crédito al exministro Jorge Giordani, quien lo admitió públicamente al
reconocer el desastre que funcionarios y amigotes de este régimen perpetraron,
a sus anchas, con las divisas que ahora están en los paraísos fiscales del
mundo, mientras aquí se raspa la olla para pagar los intereses de la gigantesca
deuda pública con la que esta mentira de revolución hipotecó el futuro de todos
los venezolanos.
Nicolás Maduro está agotado y
consumido en su fracaso. No tiene nada en el portafolio que se pueda llamar
acciones económicas y sociales para sacar a Venezuela del pantano en el que la
hunden. Por eso reincide en los anuncios chamuscados que no apuntan más allá de
las medidas policiales, como esa de “supervisar los precios” de 50 productos.
Es una política que nada tiene de economía y sí mucho de policial. Es repetir
los operativos de persecución que terminan en matracas y extorsiones, mientras
la inflación sigue volando muy alto. Los trucos de Maduro no dan resultados
ante un pueblo que no les cree “ni el Padre Nuestro”. Se mantienen en el poder
por la fuerza, por la arbitrariedad y por las componendas que les permiten
continuar al frente de un régimen descalabrado, repudiado por más de 90% de los
venezolanos.
La “genialidad” de Maduro es
devaluar y devaluar para repartir bolívares que nada valen ante una escalada
inflacionaria que se desplaza como una tromba, y se lleva por delante a la masa
de trabajadores que no se dejan engatusar con esos continuos aumentos de
salarios que son “pan para hoy y hambre para mañana”. Y en ese vía crucis
estaremos penando mientras no se produzca un cambio de régimen.
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