Por Johans Ramírez, 17/02/2017
Mamá,
Te escribo porque supongo que de tanto
escuchar la historia del inmigrante venezolano que se fue a pasar trabajo en el
extranjero, debes estar muy preocupada por mí. Te lo digo de una vez: estoy
bien. De hecho, estoy muy bien.
No sé tú, pero ya me estoy cansando de
escuchar el relato patético y estigmatizador del pobre venezolanito que se fue
del país y que ahora está limpiando baños y fregando platos en España, en Chile
o en Argentina. Sería bueno que se dejaran de tonterías: muchos de los que nos
fuimos también hemos tenido la fortuna de estudiar y obtener nuestros diplomas
tal como lo planeamos, y de ejercer nuestras profesiones tal como lo soñamos,
sin andar por ahí pateando piedras cabizbajos, llorando de nostalgia por la
familia que dejamos o los amigos, o por El Ávila o el clima o las playas o las
parrillas o las arepas. No te preocupes, mamá, porque en el extranjero también
compramos harina PAN y comemos no solo arepas sino tequeños y empanadas y
pabellón y todo lo que queremos cuando queremos. Solo basta ir a la tienda del
chino o del africano de la esquina para comprar plátanos maduros y caraotas y
hasta la harina para hacer cachapas. Y por lo demás, tampoco te preocupes: en
el resto del mundo también hay montañas maravillosas y playas y amigos. Y sí, aunque
algunos no se lo imaginen: también en Europa se hacen parrillas. Aquí en
Alemania le llaman barbacoas, pero es exactamente lo mismo (ah, y cuando llega
el invierno, uno se abriga bien, y listo).
Muchos de los que nos fuimos no somos
sobrevivientes de un naufragio que publican fotos en las redes sociales solo
para que otros crean que somos felices cuando en realidad estamos tristes y
solos y pasando frío. Cierto, muchos estarán así, pero esa es solo una cara de
la moneda. Otros estamos felices y gozamos de una buena calidad de vida porque
bastante hemos trabajado para merecerla, y porque la suerte nos ha sonreído, y
entonces estamos bien y dormimos acompañados y bien calientes. Y creo que esas
también son historias que vale la pena contar. Porque a veces me siento tentado
a pensar que algunos de los que se quedaron apuestan al fracaso de quienes se
fueron, o niegan el éxito de los que están afuera, quizá para sentirse mejor en
sus colas o en el sinsabor de extrañar países que no conocen. Creo que también
deberían pensar y hablar de los que se fueron con un sueño y no se quedaron
cortos, porque nosotros somos la otra parte de esta historia, y somos la prueba
de que hay muchas otras formas de vivir en el extranjero.
Mamá, no me considero un tipo especial, y
si hoy estoy bien y si no me ha tocado lavar platos, no es porque sea un
enchufado ni porque venga de una familia adinerada. Al contrario, creo que se
debe sobre todo a que la suerte ha estado de mi lado, a que he estudiado y
trabajado con mucha perseverancia, y a que me organicé bien antes de venirme y
lo he seguido haciendo durante los cuatro años que llevo acá. Estoy convencido
de que es el producto de muchas circunstancias favorables y del azar, pero no
por eso menos real. De manera que cuando escuches esos cuentos de los
venezolanos que andan sufriendo por el mundo, diles que tu hijo ha vivido una
experiencia muy distinta, y no para jactarte o para que me alaben, sino para
que sepan que allí, fuera de la crisis, algunos hemos comprobado que sí es
posible salir adelante.
Te amo, desde Berlín,
Johan
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