Por Yedzenia Gainza, 14/10/2017
En estos dieciocho años más de uno
–aunque ahora lo niegue o se arrepienta– sabe que este régimen llegó al poder
(y se ha mantenido) gracias a su “ayudita”. Esa ayudita consistió en
votar creyendo ciegamente en las mentiras que contaron o votar a cambio de un
puesto de trabajo o algún otro beneficio. Y quien no ayudó con su voto, lo hizo
todos aquellos domingos que prefirió irse a la playa en lugar de al colegio
electoral.
Por supuesto, hay una gran parte de
los venezolanos que ni por acción ni por omisión ha contribuido al desastre que
ahora nos afecta a todos. Son venezolanos que han hecho todo lo que han podido
para salir de esta tragedia que se ha extendido como la gangrena en el cuerpo
de un país tan hambriento y maltratado como los innumerables enfermos que
intentan ganarle la batalla a la muerte en nuestros hospitales, esos ranchos
que se caen a pedazos y donde cada día aumenta la desesperación mientras
los médicos intentan hacer milagros incluso cuando no hay ni con qué lavar una
herida.
Los errores no han faltado en estos años, las excusas tampoco. Hemos perdido la cuenta de las veces que algunos han “saltado la talanquera” sin la menor vergüenza, nos hemos hartado de promesas que se han desvanecido como el humo de las parrillas que ahora poquitos pueden permitirse un día feriado. La decepción que sentimos es comprensible, llevamos mucho tiempo poniéndole fecha al fin de esta pesadilla: “de diciembre no pasa”, “el 23 de enero se acabó”, “febrero es un mes caliente”, “el 19 de abril es el día”… Llevamos demasiados muertos, demasiados presos, demasiado dolor, demasiado cansancio. La frustración se volvió a casa con los pulmones llenos de gas y los ojos llenos de lágrimas. Parece callada, algunos hasta creen que se ha rendido, olvidan que no hay nada más elocuente que el silencio y que este se romperá cuando haya recuperado la fuerza necesaria para gritar de nuevo, tan fuerte que Venezuela vuelva oírse en cada rincón del mundo.
Por desgracia no podemos cambiar el
pasado, pero sí podemos seguir luchando para cambiar nuestro futuro. Ese
monstruo de las diez cabezas llamado chavismo, se resiste, pero no por eso
debemos rendirnos. No podemos permitir que el mundo crea que el país todavía lo
apoya.
El grupo de narcos que ostenta el
poder se las ha arreglado para que sus alcahuetas llenen de trampas un proceso
electoral que saben perdido si todos votamos.
Porque si estuvieran tan seguros de su
triunfo no
cambiarían a los electores de sus centros de votación, no retrasarían
los plazos, no invalidarían candidaturas, no generarían la confusión a la que
han jugado desde el principio, no gastarían tanto en campaña y, sobre todo, no
se preocuparían tanto por hacer que no vayamos a votar. La sola insistencia del
chavismo por aumentar la abstención debería ser una motivación más para votar.
El país está cansado, mejor dicho, el
país está arrecho. Y tiene toda la razón, pero si queremos que el mundo sepa
que así es, lo mejor es ir a votar, no facilitarle las cosas a Nicolás Maduro
ni a ninguno de sus compinches. Hay que votar, entre otras cosas, para que
tengamos la tranquilidad de haber hecho todo lo posible para acabar con esta
tiranía. Que podamos vernos al espejo sin que el remordimiento nos diga: chamo,
faltó tu voto. Faltó el tuyo que estabas en el país, eras mayor de edad,
estabas inscrito, no estabas preso y tampoco enfermo.
Cuando les hables a tus hijos o
nietos, diles con orgullo que marchaste, hiciste huelga, firmaste, votaste,
volviste a votar, volviste a firmar, marchaste otra vez, hiciste paro de nuevo,
votaste, y volviste a votar… Que cuando te vayas a dormir sientas
la tranquilidad de haber hecho todo lo que pudiste para salvar el pedacito de
país que estaba en tus manos. Porque si cada uno se hace cargo de su pedacito
de Venezuela, muy pronto podremos juntar las piezas y armarla de nuevo.
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