Claudio Nazoa 07 de noviembre de 2017
@ClaudioNazoa
Querida
Bere:
Hace
trece años te nos fuiste. Cuando partiste a Cataluña, España, me pareció una
locura que una connotada profesora de Química de la Universidad Central de
Venezuela renunciara a todo para ir tan lejos a probar suerte, dejando atrás
una vida.
Te
marchaste cuando aún no estaba de moda huir del país. No sé de dónde sacaste el
olfato para, de alguna forma, intuir el tsunami de destrucción que se
avecinaba.
Te
fuiste dejando años de amor dedicados a la universidad más hermosa del mundo:
la Universidad Central de Venezuela. Difícil fue despedirse de las Nubes de
Calder en el Aula Magna y del reloj de la Plaza del Rectorado, que aún te
extraña recordando tus años de estudios.
Sí, la
nostalgia me impulsa a escribirte, quizás porque al igual que mi hijo Daniel,
quien ahora vive en Francia, fuiste pionera de algo tan malo como que la gente
a la que uno ama emigre con el corazón en Venezuela… nos estamos quedando sin
familia y sin amigos.
Conozco
tus éxitos. También los de Beatriz, tu hija. Joven maravillosa y casi médico
quien, al igual que más de 1 millón de venezolanos, se vio obligada a buscar
ilusiones y una vida normal en otro país.
Tus
esperanzas, tus mejores deseos, querida Bere, viven aquí, en Caracas, desde
donde hoy, golpeado, te escribo. Sin embargo, lo hago esperanzado porque creo
en el futuro. Todos los días salgo a la calle para pegar los pedacitos de país
que esos malucos diablos rojos han destruido. Sí. Esta situación cansa y es
difícil, pero la asumo. Es lo que me ha tocado vivir.
Estamos
unidos desde nuestra feliz niñez, desde que nuestros padres, Balbino Blanco
Sánchez y Aquiles Nazoa, nos enseñaron que la infancia podía ser pobre pero
nunca triste.
Balbino
y Aquiles, poetas y soñadores, llenaron nuestros corazones con alegrías.
Siempre fueron enemigos acérrimos de imbéciles, dictadores y autoritarios, sin
embargo, tú y tu hermana, al igual que yo y los míos, jamás dejamos de tener
sueños ni de luchar por ellos. Somos la prueba de que para ser millonarios, lo
menos que hace falta es tener dinero.
Nuestros
padres, con inteligencia, creatividad, tenacidad, humor y amor, nos enseñaron
que la felicidad no depende de un dictador ni de un gobierno desastroso. La
felicidad siempre está a nuestro lado cuando al abrir los ojos y contemplar el
Ávila nos damos cuenta de que, a pesar de las adversidades, Balbino y Aquiles
escriben y le recitan a la vida que, después de todo, siempre será bella.
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