lunes, 20 de noviembre de 2017

El “fracaso” de regresar a Venezuela, por @pierast ‏



PIERINA SORA 19 de noviembre de 2017

Cruzar la frontera, dejar atrás el país, “escapar” de la crisis, afrontar una nueva vida. Historias de emigración abundan, las redes se llenan de logros, los casos de éxito destacan. Pero nadie publica la imagen de Maiquetía al volver, derrotado. Los sueños frustrados, los planes mal afinados, las realidades ásperas obligan a más de uno a desandar el camino, a repatriarse

Irse del país se va convirtiendo en norma, única salida para quienes sienten que el agua les llegó al cuello, que el horizonte es turbio. Venderlo todo, quemar las naves, desarraigarse. Pero regresar también es una posibilidad, el último de los deseos, la negación de tantos planes e impulsos.

Quienes hacen el viaje a la inversa se lamentan de su retorno migratorio, pero no descartan la opción de hacer de tripas corazón para marcharse del país una vez más, hacia nuevo destino, aplicando lo aprendido. Es el caso de Matilde Olivares, quien partió en octubre de 2016 junto a su esposo hacia Tenerife, en España. A sus 65 años de edad, optó por vender todos sus enseres y el mobiliario de su casa para levanta el capital que financiaría las alas que la llevarían sobre el Atlántico, y le brindaría un primer sustento al llegar. “La verdad es que vendí todos mis corotos porque yo no tenía pensado regresar. Gracias a Dios el apartamento no se vendió porque mi hija paró la venta”, cuenta aliviada.

Matilde cuenta que los retos que debió afrontar fueron el alejamiento de sus seres queridos, conocer otra cultura y adaptarse al clima. No pudo. Fue vencida por las circunstancias. Desde que salió de Venezuela, la mujer no hizo más que llorar, a pesar de llegar a la ciudad donde su hija reside hace más de una década.

Pero ya a las pocas semanas su estado de ánimo era de decaimiento. Su vástago la llevó al médico, y el diagnóstico no fue alentador: depresión. “Todo el proceso fue muy fuerte para mí. Pasé días sin comer. Cuando mis familiares me llamaban de Venezuela no paraba de llorar. Realmente fueron horribles esos días. El doctor nos dijo que si yo no salía de esta situación podía incluso hasta morir”, confiesa.

Fue entonces cuando tomó la decisión de volver a Venezuela, cruzar Maiquetía al contrario, aterrizar en vez de despegar sobre tierra venezolana. Claro que sabía a qué volvía, a una economía depauperada, a una hiperinflación que hace galopar el costo de la vida, a la inseguridad y violencia que deja regados más de 25 mil cadáveres al año por homicidio, al toque de queda voluntario, a las calles oscuras, a la escasez de alimentos, a la precariedad. “No importa, pasaré roncha en mi país pero estoy con mi familia”, se dijo para alentar su retorno apenas un par de meses después.

Olivares admite que regresar fue un “choque muy grande” pues “me fui huyendo de la situación porque realmente lo que estamos viviendo es muy crítico. Cuando llego, me doy cuenta de que el país está mucho peor a cuando me fui. Quizá no fue la mejor decisión el haberme regresado pero aquí estoy como todos, sobreviviendo el día a día”, expresa. Su trabajo en la cocina de un restaurante de viernes a domingo y su pensión no le alcanzan para afrontar la inflación que, de acuerdo a la Asamblea Nacional, hasta septiembre de este año alcanzó un acumulado de 536,2%.

Por eso Matilde sabe que Maiquetía sí es la salida, Dice que para volver a intentarlo endurecerá su corazón para no tentar un nuevo arrepentimiento. “Volvería a España porque está mi hija y porque se maneja el mismo idioma. Aunque mi problema también sea la edad yo estaría dispuesta a cuidar niños o a trabajar de lo que sea porque la situación aquí está muy pero muy difícil”.

Europa no siempre recibe con los brazos abiertos al emigrante venezolano, especialmente sin ascendencia comunitaria. Armando Medina pasó de abandonar los estudios en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte) para tomar clases de italiano durante un año. El músico de orquesta, violinista de formación, se preparó antes de partir a Italia: armó el currículum destacando su carrera artística, investigó sobre conservatorios en aquel país y preparó un repertorio para los exámenes que encararía.

Con su pareja subió a un avión, iniciando un viaje a dos bandas, un “miti y miti”, pues el periplo sería un viaje de vacaciones para despejarse de la situación en Venezuela y al mismo tiempo una búsqueda de empleo para quedarse definitivamente. “La decisión la tomé a comienzos de 2016. Compré los pasajes con los ahorros de varios años que juntamos mi novia y yo. Decidimos Italia porque habíamos ido varias veces y ella tiene familia allá, y nos ayudaron bastante con el tema de la comida”.

Pero el cuento de hadas comenzó a oscurecerse cuando le exigieron una beca para tener un cupo en la escuela de música. “Para estudiar como extranjero necesitas una visa de estudio, entonces allá te piden o una beca aprobada por el gobierno italiano con una cantidad de dinero o una demostración física de un banco del país con alrededor de 12 mil euros. Yo toqué mis partituras y me dijeron que estaba en un buen nivel para entrar en cualquier conservatorio, pero lo que me frenó fue el dinero, así que me regresé a Venezuela”, detalla.

Dos meses y dos semanas apenas estuvo en el país de “la bota”. Así, volvió a la inestabilidad económica, a la inseguridad y a la muerte. “Estando nosotros afuera, a un amigo de la infancia lo mataron en Venezuela para robarle el carro”, cuenta. Ahora lo puede llorar sobre la misma tierra mientras evalúa de nuevo cómo emigrar. “No volvería a Italia, pero estoy concretando a cuál país de Latinoamérica me iría”.

Sueños de papel

Al fenómeno de irse y volver se le conoce como migración de retorno. Claudia Vargas Ribas, magíster en Ciencias Políticas y especialista en temas migratorios, explica que entre sus causas prevalece lo afectivo y emocional. Es decir, el emigrante extraña el país de origen y a los familiares que deja atrás. Pero también están las condiciones legales y los estatus migratorios. Por último, se involucran factores asociados al contexto relacionados con las costumbres, los idiomas, la política y la economía de la nación de acogida.

La especialista insiste en que quienes deciden emigrar lo hacen con la esperanza de encontrar mejores oportunidades en otras latitudes. Sin embargo, algunos se encuentran con una realidad distinta a sus sueños. “Resulta que las personas salen con unas expectativas determinadas pero al final no consiguen en ese país destino lo que él o ella se fue buscando”, explaya.

Eso le ocurrió a Darío Matos, quien se desempeñaba como operador de máquina de inyecciones de plástico en Caracas. Pero los aumentos de sueldos decretados por el Ejecutivo hicieron que la empresa que lo empleaba no pudiera pagar la nómina completa. Entonces fue víctima de una inesperada reducción de personal.

Se vio en la calle, sin sustento, con su esposa embarazada y con un hijo de 13 años. La liquidación y los ahorros se quemaban rápido. La desesperación lo hizo moverse, tomar una decisión urgente: emigrar a Santago de Chile por tierra. Para ello juntó su capital disponible -tan solo 300 dólares- y la disposición para transitar el sur del continente en una butaca.

Matos decidió partir y llegó a la capital chilena para trabajar. No perdió tiempo. Estaba dispuesto a todo, embelesado por las historias de éxito de paisanos que se instalaron al borde de esa cordillera andina y lograron sus metas, calidad de vida y reunificación familiar. Se empleó como “copero” -lavando platos- en una distribuidora de alimentos. El oriundo de Maracaibo vio a su jefe convertirse en un “explotador”. “Yo sí vi a mis compañeros de trabajo que pasaron por la humillación. Allá también hay muchos haitianos y a ellos los discriminan mucho por su color y porque les cuesta hablar en español, a ellos los tratan peor que a nosotros los venezolanos”, rememora.

El hombre de 26 años vivió tres meses en Chile. No tuvo suerte. Su situación laboral no mejoró. La adaptación no ocurrió. Y la nostalgia por los suyos derramó el vaso. Así volvió también a Venezuela, por tierra, desandando sus pasos y tantas carreteras. Ahora, vuelve a encarar la crisis sin empleo fijo, haciendo “marañas”. “Mi hijo tiene 13 días de nacido y por eso trabajo de lo que sea”, puntualiza.

Volver con menos

Regresar a Venezuela después de tomar la decisión de irse definitivamente, puede ser considerado un fracaso. Para Claudia Vargas Ribas, también profesora de la Universidad Simón Bolívar, quien vuelve debe transitar por más dificultades. “El que retornó está desempleado, perdió el patrimonio de su hogar y además viene con una gran cantidad de frustraciones y quizá sus metas no las llegue a cumplir en el contexto venezolano”.

La sociólogo recuerda que Venezuela nunca fue un país de emigrantes, sino receptor de culturas foraneas, aprendizaje de décadas por quienes llegaron de Europa y, después, desde Colombia y otros países de la región. “Lo que está pasando ahora es que ha habido una emigración muy desordenada porque las personas están viendo en el salir del país como una necesidad. No hago ningún llamado a que los ciudadanos se vayan o se queden en el país porque eso es una decisión personal, pero las personas que tienen la intención de emigrar o están en ese proceso les recomiendo que lo hagan de una manera ordenada y planifiquen”, clama.

Julio Blanco partió a Barranquilla, Colombia, con la intención de expatriar a su pareja luego de establecerse y conseguir un empleo. Pero los planes no salieron como él los tenía pensado. Comenzó a trabajar por su cuenta mientras acudía a cuanta entrevista de trabajo le salía. Ninguna le dio el sí. Cumplidos los tres meses como turista, se devolvió a su pueblo en Guatire.

El ingeniero en informática de 26 años vaticina que en 2018 volverá a tomar un bus para emigrar por tierra porque “el presupuesto no da para comprar los boletos en avión”, como la primera vez. Asegura que en su segundo round no volvería a la misma localidad, sino a una ciudad más grande que ofrezca mejores oportunidades. “Barranquilla es una ciudad costera de Colombia y por eso no pude conseguir empleo. En otros lugares más grandes como Bogotá o Medellín sí existen más ofertas”, jura y en verdad se lo cree.

Julio sabe que parte del problema estuvo en su poca planificación, en creer que sería más fácil. “Uno se regresa golpeado porque los objetivos no fueron logrados. En el pensar luego de la llegada uno reflexiona más calmado. A lo mejor no era el sitio idóneo, o no investigué la parte del estatus migratorio. También hay que planificar un mejor viaje, y si no lo hiciste sino que todo fue en la mente obvio puede irte mal”. Su caso es uno de los tantos que van atrás para sí coger impulso.

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