PIERINA SORA 19 de noviembre de 2017
@pierast
Cruzar
la frontera, dejar atrás el país, “escapar” de la crisis, afrontar una nueva
vida. Historias de emigración abundan, las redes se llenan de logros, los casos
de éxito destacan. Pero nadie publica la imagen de Maiquetía al volver,
derrotado. Los sueños frustrados, los planes mal afinados, las realidades
ásperas obligan a más de uno a desandar el camino, a repatriarse
Irse
del país se va convirtiendo en norma, única salida para quienes sienten que el
agua les llegó al cuello, que el horizonte es turbio. Venderlo todo, quemar las
naves, desarraigarse. Pero regresar también es una posibilidad, el último de
los deseos, la negación de tantos planes e impulsos.
Quienes
hacen el viaje a la inversa se lamentan de su retorno migratorio, pero no
descartan la opción de hacer de tripas corazón para marcharse del país una vez
más, hacia nuevo destino, aplicando lo aprendido. Es el caso de Matilde
Olivares, quien partió en octubre de 2016 junto a su esposo hacia Tenerife, en
España. A sus 65 años de edad, optó por vender todos sus enseres y el mobiliario
de su casa para levanta el capital que financiaría las alas que la llevarían
sobre el Atlántico, y le brindaría un primer sustento al llegar. “La verdad es
que vendí todos mis corotos porque yo no tenía pensado regresar. Gracias a Dios
el apartamento no se vendió porque mi hija paró la venta”, cuenta aliviada.
Matilde
cuenta que los retos que debió afrontar fueron el alejamiento de sus seres
queridos, conocer otra cultura y adaptarse al clima. No pudo. Fue vencida por
las circunstancias. Desde que salió de Venezuela, la mujer no hizo más que
llorar, a pesar de llegar a la ciudad donde su hija reside hace más de una
década.
Pero
ya a las pocas semanas su estado de ánimo era de decaimiento. Su vástago la
llevó al médico, y el diagnóstico no fue alentador: depresión. “Todo el proceso
fue muy fuerte para mí. Pasé días sin comer. Cuando mis familiares me llamaban
de Venezuela no paraba de llorar. Realmente fueron horribles esos días. El
doctor nos dijo que si yo no salía de esta situación podía incluso hasta
morir”, confiesa.
Fue
entonces cuando tomó la decisión de volver a Venezuela, cruzar Maiquetía al
contrario, aterrizar en vez de despegar sobre tierra venezolana. Claro que
sabía a qué volvía, a una economía depauperada, a una hiperinflación que hace
galopar el costo de la vida, a la inseguridad y violencia que deja regados más
de 25 mil cadáveres al año por homicidio, al toque de queda voluntario, a las
calles oscuras, a la escasez de alimentos, a la precariedad. “No importa,
pasaré roncha en mi país pero estoy con mi familia”, se dijo para alentar su
retorno apenas un par de meses después.
Olivares
admite que regresar fue un “choque muy grande” pues “me fui huyendo de la
situación porque realmente lo que estamos viviendo es muy crítico. Cuando llego,
me doy cuenta de que el país está mucho peor a cuando me fui. Quizá no fue la
mejor decisión el haberme regresado pero aquí estoy como todos, sobreviviendo
el día a día”, expresa. Su trabajo en la cocina de un restaurante de viernes a
domingo y su pensión no le alcanzan para afrontar la inflación que, de acuerdo
a la Asamblea Nacional, hasta septiembre de este año alcanzó un acumulado de
536,2%.
Por
eso Matilde sabe que Maiquetía sí es la salida, Dice que para volver a
intentarlo endurecerá su corazón para no tentar un nuevo arrepentimiento.
“Volvería a España porque está mi hija y porque se maneja el mismo idioma.
Aunque mi problema también sea la edad yo estaría dispuesta a cuidar niños o a
trabajar de lo que sea porque la situación aquí está muy pero muy difícil”.
Europa
no siempre recibe con los brazos abiertos al emigrante venezolano,
especialmente sin ascendencia comunitaria. Armando Medina pasó de abandonar los
estudios en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte) para
tomar clases de italiano durante un año. El músico de orquesta, violinista de
formación, se preparó antes de partir a Italia: armó el currículum destacando
su carrera artística, investigó sobre conservatorios en aquel país y preparó un
repertorio para los exámenes que encararía.
Con su
pareja subió a un avión, iniciando un viaje a dos bandas, un “miti y miti”,
pues el periplo sería un viaje de vacaciones para despejarse de la situación en
Venezuela y al mismo tiempo una búsqueda de empleo para quedarse definitivamente.
“La decisión la tomé a comienzos de 2016. Compré los pasajes con los ahorros de
varios años que juntamos mi novia y yo. Decidimos Italia porque habíamos ido
varias veces y ella tiene familia allá, y nos ayudaron bastante con el tema de
la comida”.
Pero
el cuento de hadas comenzó a oscurecerse cuando le exigieron una beca para
tener un cupo en la escuela de música. “Para estudiar como extranjero necesitas
una visa de estudio, entonces allá te piden o una beca aprobada por el gobierno
italiano con una cantidad de dinero o una demostración física de un banco del
país con alrededor de 12 mil euros. Yo toqué mis partituras y me dijeron que
estaba en un buen nivel para entrar en cualquier conservatorio, pero lo que me
frenó fue el dinero, así que me regresé a Venezuela”, detalla.
Dos
meses y dos semanas apenas estuvo en el país de “la bota”. Así, volvió a la
inestabilidad económica, a la inseguridad y a la muerte. “Estando nosotros
afuera, a un amigo de la infancia lo mataron en Venezuela para robarle el
carro”, cuenta. Ahora lo puede llorar sobre la misma tierra mientras evalúa de
nuevo cómo emigrar. “No volvería a Italia, pero estoy concretando a cuál país
de Latinoamérica me iría”.
Sueños de papel
Al
fenómeno de irse y volver se le conoce como migración de retorno. Claudia
Vargas Ribas, magíster en Ciencias Políticas y especialista en temas
migratorios, explica que entre sus causas prevalece lo afectivo y emocional. Es
decir, el emigrante extraña el país de origen y a los familiares que deja
atrás. Pero también están las condiciones legales y los estatus migratorios.
Por último, se involucran factores asociados al contexto relacionados con las
costumbres, los idiomas, la política y la economía de la nación de acogida.
La
especialista insiste en que quienes deciden emigrar lo hacen con la esperanza
de encontrar mejores oportunidades en otras latitudes. Sin embargo, algunos se
encuentran con una realidad distinta a sus sueños. “Resulta que las personas
salen con unas expectativas determinadas pero al final no consiguen en ese país
destino lo que él o ella se fue buscando”, explaya.
Eso le
ocurrió a Darío Matos, quien se desempeñaba como operador de máquina de
inyecciones de plástico en Caracas. Pero los aumentos de sueldos decretados por
el Ejecutivo hicieron que la empresa que lo empleaba no pudiera pagar la nómina
completa. Entonces fue víctima de una inesperada reducción de personal.
Se vio
en la calle, sin sustento, con su esposa embarazada y con un hijo de 13 años.
La liquidación y los ahorros se quemaban rápido. La desesperación lo hizo
moverse, tomar una decisión urgente: emigrar a Santago de Chile por tierra.
Para ello juntó su capital disponible -tan solo 300 dólares- y la disposición
para transitar el sur del continente en una butaca.
Matos
decidió partir y llegó a la capital chilena para trabajar. No perdió tiempo.
Estaba dispuesto a todo, embelesado por las historias de éxito de paisanos que
se instalaron al borde de esa cordillera andina y lograron sus metas, calidad
de vida y reunificación familiar. Se empleó como “copero” -lavando platos- en
una distribuidora de alimentos. El oriundo de Maracaibo vio a su jefe
convertirse en un “explotador”. “Yo sí vi a mis compañeros de trabajo que pasaron
por la humillación. Allá también hay muchos haitianos y a ellos los discriminan
mucho por su color y porque les cuesta hablar en español, a ellos los tratan
peor que a nosotros los venezolanos”, rememora.
El
hombre de 26 años vivió tres meses en Chile. No tuvo suerte. Su situación
laboral no mejoró. La adaptación no ocurrió. Y la nostalgia por los suyos
derramó el vaso. Así volvió también a Venezuela, por tierra, desandando sus
pasos y tantas carreteras. Ahora, vuelve a encarar la crisis sin empleo fijo,
haciendo “marañas”. “Mi hijo tiene 13 días de nacido y por eso trabajo de lo
que sea”, puntualiza.
Volver con menos
Regresar
a Venezuela después de tomar la decisión de irse definitivamente, puede ser
considerado un fracaso. Para Claudia Vargas Ribas, también profesora de la
Universidad Simón Bolívar, quien vuelve debe transitar por más dificultades.
“El que retornó está desempleado, perdió el patrimonio de su hogar y además
viene con una gran cantidad de frustraciones y quizá sus metas no las llegue a
cumplir en el contexto venezolano”.
La
sociólogo recuerda que Venezuela nunca fue un país de emigrantes, sino receptor
de culturas foraneas, aprendizaje de décadas por quienes llegaron de Europa y,
después, desde Colombia y otros países de la región. “Lo que está pasando ahora
es que ha habido una emigración muy desordenada porque las personas están
viendo en el salir del país como una necesidad. No hago ningún llamado a que
los ciudadanos se vayan o se queden en el país porque eso es una decisión personal,
pero las personas que tienen la intención de emigrar o están en ese proceso les
recomiendo que lo hagan de una manera ordenada y planifiquen”, clama.
Julio
Blanco partió a Barranquilla, Colombia, con la intención de expatriar a su
pareja luego de establecerse y conseguir un empleo. Pero los planes no salieron
como él los tenía pensado. Comenzó a trabajar por su cuenta mientras acudía a
cuanta entrevista de trabajo le salía. Ninguna le dio el sí. Cumplidos los tres
meses como turista, se devolvió a su pueblo en Guatire.
El
ingeniero en informática de 26 años vaticina que en 2018 volverá a tomar un bus
para emigrar por tierra porque “el presupuesto no da para comprar los boletos
en avión”, como la primera vez. Asegura que en su segundo round no volvería a
la misma localidad, sino a una ciudad más grande que ofrezca mejores
oportunidades. “Barranquilla es una ciudad costera de Colombia y por eso no
pude conseguir empleo. En otros lugares más grandes como Bogotá o Medellín sí
existen más ofertas”, jura y en verdad se lo cree.
Julio
sabe que parte del problema estuvo en su poca planificación, en creer que sería
más fácil. “Uno se regresa golpeado porque los objetivos no fueron logrados. En
el pensar luego de la llegada uno reflexiona más calmado. A lo mejor no era el
sitio idóneo, o no investigué la parte del estatus migratorio. También hay que
planificar un mejor viaje, y si no lo hiciste sino que todo fue en la mente
obvio puede irte mal”. Su caso es uno de los tantos que van atrás para sí coger
impulso.
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