IBSEN MARTÍNEZ 23 de noviembre de 2017
Nicolás
Maduro ha ordenado apresar al presidente interino y otros cinco altos gerentes
de Citgo, la filial estadounidense de Petróleos de Venezuela que opera tres
refinerías en Illinois, Texas y Luisiana con una capacidad de 750.000 barriles
por día. La jerarquía de los detenidos deja ver el tamaño y el alcance de sus
manejos. Junto con el presidente de la filial fueron detenidos los
vicepresidentes de Refinación, de Suministro y Comercialización, de Relaciones
Estratégicas con Accionistas y Gobierno, de Servicios Compartidos y el gerente
general de la Refinería Corpus Christi, en Texas.
Con
ellos pasan ya de 50 los funcionarios de la “revolución bonita” que Tarek Saab,
el acusador público designado por la fraudulenta Asamblea Constituyente,
conocida ya como el sóviet de Maduro, ha ordenado capturar.
Se les
imputa la malversación de fondos públicos, asociación para delinquir y
legitimación de capitales, entre otros delitos. El camarada Saab, incorruptible
Fouquier-Tinville bolivariano, señalado él mismo desde hace años como
insaciable peculador, afirma que hace apenas cuatro meses los seis de Houston
firmaron la refinanciación de los programas de deuda de 2014 y 2015 de
Petróleos de Venezuela (PDVSA). Hablamos aquí de 4.000 millones de dólares. La
garantía ofrecida por los funcionarios fue el 51,1% de las acciones de la
refinadora.
Muchos
sugieren que se trata de un hipócrita juicio que encubre a defraudadores más
grandes. Y hay quien afirma que son los rusos de Rosneft, socios en Citgo,
quienes instigaron por trascorrales la refinanciación para prevenir la pérdida
de sus intereses si llegase a ocurrir el fatídico default. Todo esto ocurría
cuando las expresiones “default técnico”, “tenedores buitres” y “colateral”
entraban definitivamente en el léxico de los venezolanos de a pie y al tiempo
que centenares de niños desnutridos y de pacientes terminales de enfermedades
crónicas mueren irremisiblemente cada día, víctimas de la atroz catástrofe
humanitaria en que ha desembocado el socialismo del siglo XXI.
La
estatal PDVSA llegó a ser, a fines de los años 90, una de las primeras
transnacionales petroleras del mundo, no solo en términos de rentabilidad
comercial, sino también de eficiencia operativa. Tomará años ordenar el relato
de cómo el régimen chavista logró envilecer en solo tres lustros lo que desde
los años 70 del siglo pasado fue una empresa orgullo de los venezolanos, hasta
convertirla, entre otras perversiones, en una lavandería de dinero del
narcotráfico. Los capítulos de tal relato tendrán que ocuparse de la diáspora
de miles de gerentes y técnicos petroleros venezolanos, arrojados al exilio
desde 2003, y de cómo los gerentes chavistas que los sustituyeron se jugaron y
perdieron los fondos de jubilación de los trabajadores petroleros en delirantes
especulaciones bursátiles.
Los
tanqueros fantasmas dedicados al contrabando extractivo de combustibles
ofrecerán tema para la novela del petróleo, esperada desde siempre por los
profesores de Literatura venezolanos, tanto como los tenebrosos negocios de
importación masiva con sobreprecio, de alimentos que nunca llegaron a la mesa
de los venezolanos, el papel de la chequera y de los envíos de crudo y
derivados en la perversa petrodiplomacia bolivariana o los trágicos accidentes
en yacimientos, plataformas y refinerías, los derrames de crudo y las rupturas
de gasoductos que degradan nuestro ambiente. Hugo Chávez, el más avilantado
caudillo de nuestra larga historia de militarismo y tiranos, fue el nigromante
que precipitó definitivamente sobre Venezuela todos los maleficios del
petroestado fallido.
Lo
hizo, irónicamente, en nombre la lucha contra la corrupción y el despilfarro,
invocando el descaminador santo y seña del siglo XX venezolano: sembrar el
petróleo para mejor cazar la renta del subsuelo y privatizarla en favor de una
mafia usurpadora del patrimonio de toda la nación.
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