lunes, 27 de noviembre de 2017

¿Por qué no se alzan los barrios?, por @GarciaMacGregor



Ernesto García Mac-Gregor 26 de noviembre de 2017

Esperar que los barrios humildes se alcen porque son los más sufridos no es una salida válida, tema que ha sido ampliamente tratado por Herrera Vaillant y Luis Vicente León. En primer lugar, la prioridad de la gente marginal es batallar por sobrevivir a los problemas inmediatos y cotidianos de su entorno.

No se asoman al futuro ni manejan conceptos abstractos. Desesperados se aferran a todo lo que les suministre oxígeno para continuar viviendo como las misiones y los CLAP. No son unos “vendidos”, simplemente temen perder lo poco que reciben, así de simple.

Por otra parte, las “revoluciones” suelen ser el producto de proyectos de intelectuales de clase media, como la francesa, la rusa e incluso nuestra independencia, propulsada por los blancos criollos que eran minoría. La caída de Pérez Jiménez fue realizada por militares que tumbaron a militares y que al otro día permitieron que “bajaran los cerros” a saquear mansiones y a linchar esbirros.

Si fuese por miseria, Cuba, Corea del Norte, China, India y Brasil ardería en llamas. El hambre puede traer saqueos de abastos y supermercados, pero no busca cambios de régimen. La clase media compra caro y paga un "impuesto directo" a la población pobre que “bachaquea”, la cual obtiene una transferencia de ingresos, convirtiéndose en un estabilizador social. No hay entonces una situación extrema que los ponga al borde de la explosión.

Por supuesto que la sociedad es cambiante y volátil y todo puede variar en el transcurso de una crisis. Los procesos de transición se desatan de un instante a otro. Son por naturaleza, súbitos como el Caracazo, que fue espontáneo y sin planificación. Si la dictadura no resuelve esta crisis que está llegando a su límite de tolerancia, el hambre, las colas y la falta de medicinas serán más graves y se agudizará el problema en los hogares y es ahí cuando la situación podría complicarse.

Los pueblos con hambre y miedo aguantan, pero llega el momento en que, intoxicados de mentiras, expulsan al populista de turno. Sin embargo, no podemos cruzarnos de brazos a esperar que el estallido social o el “diálogo” resuelvan el problema. Nuestro único camino por ahora es el voto. Votar no garantiza el éxito, pero no votar sí garantiza el fracaso. Que oiga quien tiene oídos…

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