Ernesto García Mac-Gregor 26 de noviembre de 2017
Esperar
que los barrios humildes se alcen porque son los más sufridos no es una salida
válida, tema que ha sido ampliamente tratado por Herrera Vaillant y Luis
Vicente León. En primer lugar, la prioridad de la gente marginal es batallar
por sobrevivir a los problemas inmediatos y cotidianos de su entorno.
No se
asoman al futuro ni manejan conceptos abstractos. Desesperados se aferran a
todo lo que les suministre oxígeno para continuar viviendo como las misiones y
los CLAP. No son unos “vendidos”, simplemente temen perder lo poco que reciben,
así de simple.
Por
otra parte, las “revoluciones” suelen ser el producto de proyectos de
intelectuales de clase media, como la francesa, la rusa e incluso nuestra
independencia, propulsada por los blancos criollos que eran minoría. La caída
de Pérez Jiménez fue realizada por militares que tumbaron a militares y que al
otro día permitieron que “bajaran los cerros” a saquear mansiones y a linchar
esbirros.
Si
fuese por miseria, Cuba, Corea del Norte, China, India y Brasil ardería en
llamas. El hambre puede traer saqueos de abastos y supermercados, pero no busca
cambios de régimen. La clase media compra caro y paga un "impuesto
directo" a la población pobre que “bachaquea”, la cual obtiene una
transferencia de ingresos, convirtiéndose en un estabilizador social. No hay
entonces una situación extrema que los ponga al borde de la explosión.
Por
supuesto que la sociedad es cambiante y volátil y todo puede variar en el
transcurso de una crisis. Los procesos de transición se desatan de un instante
a otro. Son por naturaleza, súbitos como el Caracazo, que fue espontáneo y sin
planificación. Si la dictadura no resuelve esta crisis que está llegando a su
límite de tolerancia, el hambre, las colas y la falta de medicinas serán más
graves y se agudizará el problema en los hogares y es ahí cuando la situación
podría complicarse.
Los
pueblos con hambre y miedo aguantan, pero llega el momento en que, intoxicados
de mentiras, expulsan al populista de turno. Sin embargo, no podemos cruzarnos
de brazos a esperar que el estallido social o el “diálogo” resuelvan el
problema. Nuestro único camino por ahora es el voto. Votar no garantiza el
éxito, pero no votar sí garantiza el fracaso. Que oiga quien tiene oídos…
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