Daniela QUINTERO / Santiago TORRADO/AFP 18 de noviembre de
2017
Ni
recolectaban café, ni eran bicitaxistas y, aún menos, vendían sus billetes en
buses. Los venezolanos no solo se han visto forzados a cambiar de país por la
crisis. En Colombia debieron estrenarse en oficios que jamás pensaron.
Hasta
octubre había 470.000 venezolanos en Colombia, 267.000 de forma irregular,
según Bogotá. Quienes corren suerte se emplean en lo que saben, pero otros
sobreviven de insospechadas maneras.
Forzados
a migrar por una crisis que alterna la escasez de bienes básicos, la
inseguridad y el riesgo de default, muchos además enfrentan una pérdida de
“reconocimiento social” que los golpea sicológicamente por los trabajos que
deben desempeñar, dice a la AFP Alexandra Castro, directora del Observatorio de
Migración de la Universidad Externado de Colombia.
– Rabia –
Tiene
40 años y durante 10 ejerció como abogada en Portuguesa, Venezuela. Claudia
Carvajalino se mira las manos y llora. Hace unos meses dejó los escritorios
para desgranar matas de café en Ciudad Bolívar, departamento de Antioquia.
“Las
uñas y las manos se me destrozaron pero, bueno, eso se recupera”, comenta a la
AFP. La resignación le dura poco. Es una experiencia “muy fuerte… se siente rabia,
se siente impotencia”.
En
junio Carvajalino alistó maletas, se despidió de su esposo y sus dos hijos. La
escasez apretaba y su mamá sufría de artrosis. Entonces viajó nueve horas en
autobús hasta la ciudad fronteriza de Cúcuta en Colombia.
Dice
que al ver tantos venezolanos buscando qué hacer pensó que no era buena idea
quedarse en Cúcuta y decidió trasladarse a Bogotá. Resignada, envió su
currículo a tiendas y restaurantes pero ni como mesera fue tenida en cuenta,
lamenta.
Carvajalino
viajó luego a Medellín, la segunda ciudad de Colombia, capital de Antioquia.
Fue allí donde, desesperada, vio en un anuncio una oportunidad. Tomó un
vehículo y llegó hasta uno de los municipios donde por esta época hay cosecha.
Después
de un duro aprendizaje bajo el sol, alcanzó a recolectar por día 80 kilos de
café que le significaron 12,7 dólares. Un recolector experto completa 120 kilos
del grano, el principal producto agrícola colombiano.
Carvajalino
se hospeda en la finca donde trabaja. Y tiene planes para diciembre: regresar a
Venezuela, vender su automóvil y volver a Colombia pero esta vez con su
familia.
– Angustia –
Jhonger
Piña está irregularmente en Colombia. Entró en junio, tiene 25 años y teme ser
deportado. Vaqueros, tenis y gorra, este venezolano evoca, sereno, su salida de
Barquisimeto. El negocio familiar de frutas se vino abajo en medio de la
hiperinflación y decidió migrar a Bogotá junto con un primo.
Sus
amigos venezolanos los acogieron. Sin los documentos en regla, a este
estudiante de ingeniería eléctrica le tocó subirse a Transmilenio, el sistema
de transporte masivo de Bogotá. Pero por falta de dinero no tenía mercancía que
ofrecer y entonces sacó lo único que traía: bolívares, la desvalorizada moneda
venezolana.
“Fui
uno de los primeros que empecé a dar a conocer los billetes. No los vendía,
sino que a cambio la gente me colaboraba y fui reuniendo pesos” colombianos.
Piña
exhibe un fajo de bolívares y explica: “Si esta gran cantidad de dinero (la)
llevara a una casa de cambio, apenas me darían”. Incrédulos, los pasajeros lo
miran. En efecto, por esos billetes, en una casa de cambio, solamente le darían
720 pesos, veinte centavos de dólar, mucho menos de lo que voluntariamente
recibe a cambio de esta “curiosidad”.
El
vehículo frena, y Piña desciende cauteloso. No quiere cruzarse con la policía
porque a veces los expulsan de las estaciones y confiesa que lo piensa “mucho”
para tomar el siguiente autobús: “¿qué voy a decir?, otra vez yo aquí'”.
Con
los pesos que le regalan compra galletas y chocolates para vender, pero siempre
lleva sus bolívares. “Nunca pierdo la esperanza ni la fe de que mi Venezuela
vuelva a ser la misma para poder estar allá”, afirma en una estación del
sistema.
– Frustración –
Bienvenido
a “Cedrizuela”. El tradicional barrio Cedritos, en el noreste de Bogotá, acoge
a muchos migrantes venezolanos. Hace siete meses que Gregory Pacheco salió de
su país y desde agosto trabaja allí. Tiene 29 años, estudió comunicación social
y llegó a ser director comercial de importantes marcas.
Cuando
aterrizó en la capital colombiana venía con otros planes. Le habían hablado
bien del mercado publicitario y creía que se emplearía en lo suyo. “A mi país
fueron en los años 60, 70 muchos extranjeros, y todos lograron un objetivo, que
era tener dinero y prosperidad”, rememora.
Pero
no ha sido su caso. Pacheco tuvo que seguir los pasos de otros venezolanos,
subirse a un bicitaxi y buscar pasajeros en una estación de Transmilenio. Al
dueño del vehículo le debe pagar 45.000 pesos diarios (15 dólares) y para
ganarse 20 dólares pedalea más de 12 horas por jornada.
“Sabía
que era duro, venía mentalizado, pero no me imaginé que iba a ser bicitaxista”,
agrega. Aunque es ilegal, muchos venezolanos terminaron haciendo lo mismo. Hoy,
es común verlos con gorras, camisetas de beisbolistas o de la selección de su
país.
Pacheco
ya se reencontró con su esposa, una productora audiovisual que ya se empleó en
Bogotá. Pero aún debe pedalear para traer a su hijo de cinco años que quedó al
cuidado de sus abuelos. “Yo puedo pasar trabajos, hambre, pero un niño no”.
Tomado de: https://www.aporrea.org/imprime/n317417.html
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