Yedzenia Gainza 20 de diciembre de 2017
Los
sentimientos encontrados no me dejaron dormir mucho, estaba tan feliz de volver
como triste por el panorama que tenía ante mis ojos. Mi ciudad parecía un
cementerio: oscura, vacía, con cuerpos que de pronto aparecían asustándome
porque no sabía bien si se trataba de muertos o, peor aún, de vivos dispuestos
a matarme.
Anoche
al escuchar las gaitas que daban la bienvenida en la sala de recogida de
equipajes tuve la sensación de que por lo menos el inicio de esto iba a ser
igual a ellas: música alegre que a punta de tambor y furruco muchas veces
esconde letras tristes. Caras largas moviendo los pies al ritmo de canciones
que suenan a nostalgia, a años en que los reencuentros eran más felices y la
situación del país era indescriptiblemente mejor.
Mi
vieja estaba contenta, por fin tenía en casa a todos sus hijos para Navidad.
Pero su alegría no ocultaba esa especie de vergüenza que siente uno cuando sabe
que el país es un rancho que se cae a pedazos.
En mi
casa siempre hemos tenido la costumbre de tomar café y contarnos lo que soñamos
la noche anterior. Esta vez el “anoche soñé” fue sustituido por un “el café es
negro, no se consigue leche”. Por primera vez en casi cuarenta años debo tomar
el café sin leche al que mi mamá ya casi se ha acostumbrado. ¿Qué importa el
café? Yo ni siquiera bebo café, lo importante es que estamos juntas, pero en el
fondo sé que ella lo extraña y hasta le da pena decir que no tiene. Ya no hay
distancia que oculte las carencias y eso le empaña la mañana. La oigo decir
desde la cocina que endulzará el café con papelón, pregunta si está bien y le
respondo que claro, no hay problema.
Me
hago la loca y me tiro al sofá a escuchar cómo cae la lluvia en el patio, los
perros siguen durmiendo y yo intento hacer lo mismo para no pensar. Así que
ahogo el nudo en la garganta y espero a que el olor a guayoyo me haga abrir los
ojos de nuevo.
Por
una parte está bien no haber hablado de los sueños. Anoche tuve una pesadilla
en la que unos malandros me bajaban del carro en el que venía del aeropuerto,
se robaban todo a punta de pistola y me dejaban tirada en la autopista junto al
amigo que me hizo el favor de recogerme. Desperté en la parte en la que mirando
un poco a sus ojos y otro tanto al arma, les pedía que no nos mataran.
Hay
empanadas dominó para desayunar. Mi mamá lleva rato amasando aunque apenas son
las siete de la mañana. Somos una familia afortunada: estamos vivos, sanos,
todos juntos, tenemos empanadas dominó… Y aunque hoy no nos contamos los sueños
entre nosotros, ya lo haremos mañana. Hoy haré lo posible por encontrar leche.
Eso cuenta como soñar despierta, ¿no?
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