Yedzenia Gainza 30 de diciembre de 2017
Una de
las quejas más escuchadas cuando alguien conduce torpemente es “con cuidado,
que no llevas cochinos”. La brusquedad al volante se nota especialmente en los
asientos traseros, por lo que una descripción común sobre el conductor es
“maneja ese carro como a un camión cargado de cochinos”. Y no es que los animales merezcan ser
maltratados, sino que popularmente aquí se entiende que quien lleva un camión
cargado de cochinos no tiene la menor consideración al momento de pasar por
policías acostados o evadir huecos en la carretera. Pasa y punto, da igual si
la carga da un salto o se asusta.
La
escasez que ahoga a Venezuela no se limita a alimentos o medicinas, es general.
No hay neumáticos, repuestos para los vehículos y, en ocasiones cada vez más
frecuentes, ni siquiera gasolina. Sí, lo que leen, en Venezuela no hay
gasolina. El empeño del chavismo por engañar a no sé quién aumentando los
salarios a cada rato a la vez que el país baja rodando sin frenos por el
barranco de la inflación, obliga a los ciudadanos a desplegar su creatividad
para alargar al máximo la vida útil de sus carros, pues al quedarse a pie sus
opciones se reducen a ir caminando a cualquier parte o utilizar el destartalado
y cada vez más insuficiente transporte público en el que viajar sin ser
atracado es poco menos que un milagro.
A
falta de autobuses y fortaleza en los pies para realizar trayectos que son
insoportables bajo el espléndido sol caribeño y el hambre reinante en las
tripas, los venezolanos se las arreglan como pueden para poder trasladarse de
un lugar a otro, y eso incluye ir en camiones de cochinos o verduras apretados como
pueden o sujetos como arañas. Les llaman “Transbaranda” en honor a esos trozos
de madera a los que se sujeta la vida de quienes necesitan como sea llegar a
alguna parte.
Da
dolor ver en los distribuidores a personas metidas en jaulas de metal que huelen
a estiércol. Guardo la denigrante postal en mi mente como la fiel imagen de esa
materia fecal llamada chavismo, que con el cuento de hacer justicia social
trata a los ciudadanos peor que a los pobres cochinos y convirtió al país en un
enorme chiquero del que muchos huyen, otros se resignan y, lo peor, donde
todavía algunos disfrutan revolcándose.
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