Yedzenia Gainza 21 de diciembre de 2017
A eso
de las tres de la tarde vi una cola de unas ochenta personas, no para entrar
hoy, sino guardando el puesto para comprar mañana cuando abra el supermercado.
No la hice, primero necesitaba el abrazo de los míos.
Hoy vi
a algunos amigos. Siempre llego sin avisar porque así es más bonito. Me aseguro
de que están en casa y aparezco de pronto, en silencio para ver sus caras de
sorpresa, el brillo en sus ojos y esperar a que el tembloroso giro de las
llaves nos permita fundirnos en un abrazo eterno bajo el umbral de la puerta.
Esta
vez la sorprendida he sido yo. Con una sonrisa intenté disimular el dolor al
verlos ojerosos, enflaquecidos, con ropa que les queda grande porque la crisis
en el país ha disminuido las porciones de comida diaria. Hay alegría, claro que
la hay, ¿quién no se alegra al ver a un ser querido? Pero esta vez es como
visitar a un enfermo en el hospital, preocupada
sin saber si va a mejorar, pero con la firme esperanza de que así sea.
No hay
palabras para describir la situación, así que nos dedicamos a hablar de épocas
pasadas en las que como ya es conocido por propios y extraños “éramos felices
pero no lo sabíamos”. Las visitas se reducen en horario y todo va en función de
una especie de ruego permanente: que no se apague el carro mientras me llevan a
casa, que no se vaya la luz porque se daña la comida, que el gas alcance para
que la cena no quede a medio hacer.
Todos se disculpan porque no hay mucho que ofrecer, pero un vaso de agua
o medio aguacate compartido con quien te importa sabe mejor que un plato de
langostinos y vino a solas frente al televisor. El problema es que esto debería
ser una decisión voluntaria, no el resultado de una miseria forzada.
Llego
a casa y me despido rapidito para reducir el riesgo de quien me abre la puerta
y también de quien desde el carro espera que entre para poder irse tranquilo.
La alegría puede ser muy amarga, mucho.
Me
quedo dormida en el sofá recordando un poco frustrada que seguimos sin leche, y
aunque la cola era “de las cortas”, hoy no era el día.
La
felicidad está hecha de momentos que le robamos a las sombras. Hoy pude decir
cerquita “te quiero, me has hecho mucha falta”. Fue un día de miradas llenas de
luz que estos días alumbrarán mi vida como la cruz que cada diciembre corona el
cerro que me vio nacer y ahora adorna una ciudad de flacos que nada tienen que
ver con la vanidad.
Tomado de: http://yedzeniagainza.com/dia-2-flacos/
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