Yedzenia Gainza 23 de diciembre de 2017
Es
mediodía y a pesar de ser domingo hay cierto movimiento en las calles. Al
margen de una avenida puede verse un hipermercado en el que algunas personas
llevan horas haciendo fila, pero no para comprar en un rato, lo cual ya es
profundamente injusto, sino para que cuando mañana los portadores de una cédula
de identidad terminada en los números ocho o nueve aumenten sus posibilidades
de encontrar la mayor cantidad de productos disponibles a precios regulados,
pero igualmente inalcanzables para muchos. Eso si tienen suerte, porque la
fortuna de ser humillados pasa por cuatro fases:
Primera:
hacer cola a la intemperie desde casi veinticuatro horas antes de la apertura
del día que están autorizados a comprar porque arbitrariamente alguien así lo
decidió.
Segunda:
ser divididos tres grandes grupos en los cuales se realiza un sorteo para
seleccionar cuáles de los asistentes puede entrar al supermercado, pues no hay
para todos.
Tercera:
si superaron el filtro del sorteo, encontrar las estanterías no están vacías y
haya por lo menos una de las cosas que buscan (leche, harina de maíz, aceite…)
Cuarto:
sentirse felices porque no perdieron el tiempo invertido en la cola, pero
sabiendo que el próximo lunes, probablemente tendrán que volver a casa
cansados, con hambre y las manos vacías.
Ya son
las seis de la tarde, ha caído el sol y la cola es visiblemente más larga. Hay
unas trescientas personas, muchas siguen el orden de la fila acostadas, otras
forman grupitos donde conversan sin descuidar la mochila que dejaron para
marcar territorio. Ninguno sabe quién será el flamante ganador del permiso para
comprar una limitada cantidad y variedad de comida. Y como dice la canción:
“algo grande o algo pequeño, el ganador se lo lleva todo”… También la
humillación.
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