Patrick Gillespie 06 de diciembre de 2017
Mariella
Azzato ve que su personal se disminuye casi a diario en Venezuela.
Más de
430 profesores y asistentes de profesoras han dejado la Universidad Simón
Bolívar, en Caracas, desde 2015, según Azzato, vicerrectora administrativa
encargada. Esta universidad pública es ampliamente reconocida como una de las
mejores de Venezuela. Sin embargo, más de un tercio de los docentes se han ido
en los últimos tres años.
Una
gran mayoría de profesores se han ido buscando una mejor vida en otros países
mientras Venezuela se sumerge en una profunda crisis humanitaria y económica,
marcada por un gobierno que muchos, incluyendo el presidente Donald Trump,
consideran una dictadura.
“Va a
llegar un momento cuando ya no quede nadie más”, lamenta Azzato. “Hay un éxodo
de la mayoría de profesores talentosos hacia otros países”.
Los
estudiantes también se están yendo. Azzato dice que la universidad empezó el
año con un poco más de 12.000 estudiantes, pero estima que esa cifra cayó a
10.700.
El crimen
rampante, la escasez de comida y suplementos médicos y una inflación extrema
han forzado a cientos de miles de venezolanos a buscar refugio en otros
lugares. Azzato dice que el éxodo de profesores es cada vez mayor.
“No
veo ningún cambio en el país, y puedo prever que esta tendencia va a
continuar”, dice Azzato, quien dice que no ha considerado irse de Venezuela.
Mientras
el presidente Nicolás Maduro intenta aumentar su poder —en julio tomó el poder de la Asamblea
Legislativa que estaba manos de la oposición— el éxodo de la clase educada del
país hace que surjan preguntas sobre quién quedará para resolver los infinitos
problemas de Venezuela, y mucho menos quién pueda enseñarles a las generaciones
futuras.
Más de
39.000 venezolanos buscaron asilo en todo el mundo en la primera mitad de este
año, duplicando el ritmo del año pasado, cuando 34.000 venezolanos lo hicieron
durante todo 2016, según el reporte de la Comisión de Derechos Humanos de
Naciones Unidas, publicado en octubre. Los países a los que más acuden los
venezolanos a pedir asilo son Estados Unidos, Colombia, España, Argentina,
Brasil y México. La población de Venezuela es de unos 30 millones de personas.
Sin
embargo, estos números son solo una parte de todo el panorama. En la primera
mitad de este año, 263.000 venezolanos cruzaron hacia Colombia, según
funcionarios de migración de ese país.
Venezuela
y Colombia comparten una frontera que se extiende sobre miles de kilómetros.
Algunos venezolanos cruzan los límites para comprar comida, artículos de aseo y
otros productos básicos y regresan el mismo día a su país. Miles de venezolanos
también tienen doble ciudadanía en Colombia, por lo que es difícil saber
cuántos venezolanos han dejado su país para vivir al otro lado de la frontera.
Pero muchos no regresan a Venezuela.
“Un
gran porcentaje de venezolanos entran a Colombia para utilizar nuestro país
como puente para llegar a terceros países”, escribió Christian Krüger
Sarmiento, director de Migración Colombia, una agencia gubernamental. (Varias
aerolíneas han dejado de volar a Venezuela, así que Colombia es el lugar más
cercano desde donde pueden viajar).
Clases interrumpidas
Alejandro
Nava dejó de ser profesor en Venezuela en abril. Nava era un exprofesor adjunto
de derecho en Maracaibo, Venezuela, y consiguió una tarjeta verde para vivir en
Arlington, Virginia, con su tía.
Aunque
nunca le sucedió, Nava dice que en Venezuela las clases en la universidad son
usualmente interrumpidas por ladrones que apuntan con armas a todo el mundo.
Los campus universitarios son ciudades fantasmas en Venezuela a las 5 p.m.,
agrega. (Durante mucho tiempo, las universidades en Venezuela han permitido a
los mejores graduados impartir cursos de pregrado).
“Todos
los profesores se están yendo”, dice Nava, de 25 años. “Permanecer en Venezuela
hubiera significado quedarme solo… si estás atrapado en Venezuela en este momento,
el futuro es negro, no hay nada”.
Además
del crimen, su carrera como profesor se volvió insostenible: debido a la rápida
devaluación del bolívar, el salario mensual de Nava valía unos 5 dólares en el
momento que se fue. Él trabajaba en una firma de abogados para juntar otros 45
dólares durante un mes, mientras vivía con sus padres. Además solía correr
entre la entrada de las tiendas de comestibles y la puerta de su auto por temor
de ser robado en el estacionamiento.
Aunque
su familia no sufrió la escasez de medicinas o comida, sí han tenido que
visitar varias farmacias para encontrar medicinas básicas. Cuando Venezuela
sufrió de cortes eléctricos en 2016, debido a una sequía en la principal planta
hidroeléctrica del país, la familia de Nava lidió con los cortes de energía,
quedando sin el servicio de luz durante cuatro horas al día.
Ahora,
Nava vive en Washington, una de las areas metropolitanas más seguras del mundo,
y disfruta de pequeños placeres como no tener que mirar a cada lado antes de
sacar su celular. Y está ahorrando para mudarse a un apartamento compartido en
enero, algo que nunca podría hacer en Venezuela con su moneda desmoronándose.
“Es
como un sueño”, dice él. “Realmente puedo considerar un futuro para mí”.
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