Yedzenia Gainza 31 de diciembre de 2017
Los
tiendas estaban cerradas, las calles solas, los vecinos encerrados en casa. No
hubo algarabía ni música, tampoco mesas repletas de platos deliciosos ni
comensales estrenando vestuario. No hubo cohetes, globos de deseos ni fuegos
artificiales.
La
estrechez paseaba casa por casa y se burlaba de los arbolitos con mucho espacio
para regalos inexistentes. Los niños dormían con la esperanza de encontrar al
día siguiente al menos una chuchería qué agradecerle al Niño Jesús. Las
familias que tuvieron cena guardaron celosamente hasta la última miga para no
desperdiciar lo que podría ser el alimento de un día entero.
No
hubo visitas ni fiesta, no hubo cervezas y tampoco aguinaldos. El intento por
disfrazar de alguna manera la Nochebuena más triste de nuestra historia
degeneró en un hondo sentimiento de culpa por tener en la mesa lo que pocos
habían siquiera visto a través de un cristal. La impotencia por no poder ayudar
a todo el que lo necesita aumentó la amargura por esta injusta realidad tan
distinta a la que se esperaba después de tanto trabajar.
Sólo
un tenue rayo de esperanza iluminaba la mirada de los presentes que esperan
seguir vivos, sanos y juntos la próxima vez para celebrar que por fin todo ha
acabado. Brindaron con un refresco sintiéndose afortunados por la suerte de la
compañía y de tener en el plato una hallaca recién hecha. Todo en voz bajita por consideración a quienes
no podían decir lo mismo. Abrieron el armario donde estaban escondidos los
modestos regalos de los niños que sonrieron agradecidos la bondad del Niño
Jesús y se fueron a dormir en medio de un desgarrador silencio jamás conocido
hasta ahora en un país que en algún momento fue el más feliz del mundo.
Tomado
de: http://yedzeniagainza.com/dia-11-silencio/
No hay comentarios:
Publicar un comentario