Yedzenia Gainza 02 de enero de 2018
Entre
las cosas que más rechazo me generan desde hace unos años están los uniformes.
No debería, porque usar uno para mí comporta que estoy haciendo lo que me
gusta. Cada color tiene su significado y es fácil distinguir quién es quién
según el lugar en el que uno se encuentre. Los uniformes son sinónimo de
autoridad en un determinado contexto, pero en Venezuela hay unos cuántos que
equivalen a delincuencia, crueldad, traición y muerte.
Andaba
con dos amigas y nos tocaba meternos por una calle que ha sido cerrada por
“seguridad”, pero no como la de ayer. Esta calle estaba “cerrada” con unos
conos endebles como nuestras instituciones y sucios como la conciencia de los
miembros de la Asamblea Nacional Constituyente. Al lado de uno de los extremos
de la fila de conos estaba atravesada una patrulla de la policía
municipal, y parado por ahí se movía un
policía solo y con actitud igual a la de cualquier malandro de los que uno se encuentra
por la calle. La única diferencia era el uniforme.
El
agente, que parecía más perdido que cucaracha en baile de gallinas, no paraba
de mirar a los lados como si pensara que en cualquier momento era a él a quien
iban a atracar. Detuvo el carro y con tono desagradable dijo que no podíamos
seguir. Preguntamos cómo hacer para entrar al lugar si esa era la única
entrada. Respondió con un simpático y razonable “porque no, mami” sin, por
supuesto, dar opciones para poder salir de aquella ratonera que él había
creado.
A ver,
a ver, a ver, puedo pasar por alto la grosería del “porque no”, pero ¿MAMI?
¿Desde cuándo tengo cara de ser la mami de alguien? ¿A cuenta de qué un policía
se permite llamar “mami” a una ciudadana? Les diré el motivo: porque sí y
punto. En este país donde los tiroteos se dan entre agentes de guardia contra
compañeros en sus horas libres, que llamen “mami” a una mujer carece de
importancia para muchos. En el mismo lugar donde un uniforme parece ser
suficiente justificación para robar teléfonos, meter mano, dar palizas o disparar
a quemarropa, que me llamen “mami” se supone debo tomarlo como un gesto amable
del baboso de turno, sea porque esta es su forma de negar indicaciones sobre
cómo entrar a un lugar o de pedir que me apure dándole hasta los zapatos que
llevo puestos.
Da
igual el rincón del país y la situación en la que uno se encuentre, los
venezolanos tenemos claro que topar con un agente uniformado (del rango o
jurisdicción que sea) es hasta peor que encontrarse con un malandro, porque
incluso cuando no están ocupados robando, violando o matando, la mayoría de
ellos inspiran cualquier cosa, menos respeto. Y si bien es cierto que es muy
común escuchar a desconocidos llamarse “chico” o “mi amor”, por más poder que
tenga un cretino uniformado y por mucho que le ofenda mi reacción, que no
espere silencio, yo no soy su “mami”.
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