Yedzenia Gainza 09 de enero de 2018
Transitar
por las calles de cualquier ciudad venezolana es moverse en las entrañas de la
miseria. Es difícil no sentir un nudo en la garganta e ignorar el sentimiento
de impotencia que sacude a cualquiera que presencia las terribles escenas con
las que he tropezado.
Mientras
seguía en mi búsqueda constante de alimentos pasé por un conocido barrio de los
que alguna vez podían considerarse de clase media. Un barrio normal, con casas
bonitas y áreas verdes que han derivado en jaulas para los vecinos, parques
donde hay más malandros que árboles, viviendas abandonadas, en venta, o ambas
y, como no, una tristeza irrefutable incluso en los árboles.
El
barrio que sigue siendo importante para generaciones de ciudadanos que durante
la infancia jugaron alegremente por sus calles, ahora es uno de los puntos
donde es más evidente la carestía de este país. Señoras pidiendo limosna en los
semáforos, niños tocando timbres a ver quién les regala comida, improvisados
cuidadores de carros que agradecen más una empanada que unos billetes inútiles…
La mayoría lleva los zapatos rotos (si es que tiene) usa ropa sucia y en muchos
casos se confunde con los vecinos que aún teniendo una casa propia, una carrera
y un empleo, ya no pueden comer más de una vez al día.
Allí,
en medio de todo este paisaje podrido con grafitis de “Viva Chávez” estaba una
pareja buscando el almuerzo: él agachado escarbaba entre dos bolsas de basura
de las que extraía pedacitos de no sé qué que ella, con una barriga enorme (no sé si de embarazo
o de parásitos) recibía de pie. Ambos se
chupaban los dedos y yo los observaba con dolor desde un semáforo en el que no
es posible esperar la luz verde porque es mejor arriesgarse a chocar que a ser
encañonado.
Seguí
mi camino con la imagen de aquella pareja que se alimentaba de basura y me
pregunté hasta cuándo esta pesadilla, hasta cuándo Venezuela va a seguir
pasando hambre, ¿hasta cuándo el chavismo nos va a chupar la sangre?
Temo
que la respuesta es: hasta que nosotros sigamos permitiéndolo. Sin embargo, es
muy complicado luchar contra un régimen asesino cuando el hambre amenaza con
dejar a un pueblo a merced de sus verdugos, los mismos que llegaron al poder
jurando que se ocuparían de “la gente”, “del pueblo”, que acabarían con los
pobres. Aunque no puedo decir que hayan mentido, a los pobres los están
liquidando y, al resto del país,
también.
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