Por Yedzenia Gainza, 28/01/2018
No sé cómo sea en los demás países,
pero en Venezuela cuando tienes un amigo de verdad es como si tuvieras un
hermano más, no sólo por intimidad de la relación, sino porque sus padres te
adoptan como a un hijo y, si tu amigo no tiene hermanos demasiado celosos,
ellos también te ven como parte de la familia. De esta manera los viejos que
uno tiene se van multiplicando según el número de amigos que hacemos a lo largo
de los años.
Ellos nos vieron crecer al tiempo
que nosotros empezamos a notar sus canas. Cuando llegamos a adultos además de
ser un poco nuestros padres también se convirtieron en nuestros amigos, así que
pasamos agradables ratos riendo con ellos al revelar por fin las aventuras
que no nos atrevimos a confesar siendo muchachitos o por las veces que fuimos
regañados cuando apenas rozábamos los veinte. Han estado allí para
aconsejarnos, incluso para mostrarnos dónde no teníamos razón cuando la
soberbia de la juventud le restaba importancia a las palabras de nuestros
propios padres.
Mis viejos se quedaron en el país al
que entregaron sus mejores años trabajando duro para sacarnos adelante, pero
ahora están viviendo la peor cara de la crisis en la que el chavismo nos ha
hundido a todos. La serenidad con la que solían hablarnos ha desaparecido de
sus ojos llenos de nostalgia por una vejez indigna que jamás imaginaron. Están
sufriendo desasosiego, impotencia, escasez y, sobre todo, una soledad que
no merecen pero que disimulan con su mejor cara intentando engañarnos cuando
los llamamos. Sin embargo, no hay mentira que aguante el día a día viéndonos a
los ojos. Están delgados, ojerosos, irascibles, deprimidos… Hoy vi a dos y
la tristeza fue como una puñalada en el pecho. Los monstruos creados por el
chavismo han menoscabado sus corazones ya arrugados por los años que llevan sin
ver a algunos o todos sus hijos y nietos, y su único consuelo es saber que
están mejor lejos que corriendo peligro constantemente en esta guillotina. En este
momento su mayor preocupación es que se vayan los que quedan, por eso animan a
hacer las maletas y prometen esperar el regreso con una sonrisa que refleje la
libertad recuperada.
Me preocupa verlos así, que mientan
o, peor aún, que callen. Me asusta ver cómo les cuesta sonreír, me duele saber
todo lo que hacen para poder sobrevivir en este caos y me desgarra imaginar que
no lo consigan. Mis viejos se me están desgastando de la peor manera y no sé
cómo salvarlos, no sé cómo sacarlos de aquí. Todos son creyentes y supongo que
la fe los ayuda a no desistir aunque a veces vuelvan a casa sin el pan que
salieron a buscar, aunque no les falte el dinero pero comiencen a temer por su
destino si se quebranta su salud. Aunque en el fondo tengan más miedo que todos
nosotros juntos.
Queridos viejos: estamos haciendo
todo lo que podemos por ustedes, pero por favor, no nos engañen, no nos oculten
la realidad, no le quiten importancia a nada, pues en este momento todo la
tiene. Ustedes son la prioridad para los hijos que parieron y también para los
que han ido adoptando durante años. No permitan que el chavismo les mine
el espíritu. Los necesitamos vivos, sanos de cuerpo, mente y alma. No permitan
que este horror los eche a perder.
Volveremos a vernos, a abrazarnos y
a sonreír de nuevo, pronto.
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