J. LAFUENTE y F. MANETTO 10 de febrero de 2018
Las
negociaciones entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición venezolana
quedaron enterradas el pasado martes. La mesa de diálogo instalada en República Dominicana,
el último intento para tratar de buscar una salida a la grave crisis social,
económica y política que atraviesa el país caribeño, fue dinamitada por un
acuerdo unilateral elaborado por el régimen.
El
chavismo, que nunca se avino a hacer concesiones, mantuvo las riendas del
proceso para tratar de imponer sus condiciones. Las fuerzas opositoras, sin
candidato y con unos líderes inhabilitados o privados de libertad, se negaron a
suscribir el documento que diseña la celebración de unos comicios sin garantías
democráticas. Pocas horas después de que se consumara el fracaso de las
negociaciones, el Consejo Nacional Electoral, controlado por Maduro, fijó para
el 22 de abril la celebración de unos comicios con unas reglas del juego y unos
tiempos que favorecen al chavismo.
José Luis
Rodríguez Zapatero es una de las figuras de este fracaso. El
expresidente español, mediador entre dos partes enfrentadas, terminó, según las
fuentes consultadas, por inclinarse hacia un lado, el de Maduro, después de dos
años volcado en un proceso que cerró la mayoría de puertas.
Las
conversaciones arrancaron el pasado 1 de diciembre con una tensa sesión en la
que los países acompañantes —México y Chile, a propuesta de la oposición;
Bolivia, Nicaragua y San Vicente y las Granadinas, del lado del Gobierno— se
dedicaron a escuchar los planteamientos de ambas delegaciones. En la mayoría de
los casos eran ataques y reproches de lado y lado. Todos callaban, incluido
Zapatero, mientras Danilo
Medina, el presidente anfitrión, trataba de ser equitativo con el uso de la
palabra.
Del
lado del chavismo, intervenía en un 80% de los casos Jorge Rodríguez, ministro
de Comunicación e Información y uno de losmás fieles a Maduro. “Avasallaba”,
coinciden en señalar al menos tres personas de la decena que han sido
consultadas para esta reconstrucción de la negociación, entre dirigentes de la
oposición, asesores y miembros de los países acompañantes. Este diario buscó en
varias ocasiones recabar la versión de Zapatero, pero declinó pronunciarse
alegando la necesidad de discreción en estas negociaciones.
Presos
políticos
Del
lado de la oposición, las intervenciones fueron más dispares en las primeras
sesiones, hasta que, al final, Julio Borges, expresidente de la Asamblea
Nacional y coordinador del partido de Henrique Capriles,
Primero Justicia, se erigió en la cara más visible. “Había un claro dominio de
la argumentación del chavismo. La oposición actuó más coordinada de lo que se
pensaba, pero también más inocente de lo que se creía”, asegura uno de los
implicados.
Tras
la primera toma de contacto, se presentó a las dos partes un documento
consensuado por todos los cancilleres, incluidos los de Bolivia, Nicaragua y
San Vicente, partidarios del chavismo. En el texto se
emplazaba al Gobierno y a la oposición a trabajar para revisar y suprimir las
sanciones internacionales y a celebrar en el segundo semestre de 2018
elecciones con plenas garantías. Esto es, revocando las inhabilitaciones a los
líderes políticos —el caso de Henrique Capriles, pero también de Leopoldo
López, en prisión domiciliaria—, garantizando la observación internacional y
facilitando el voto de los venezolanos en el exterior, teniendo en cuenta que
la diáspora crece con el paso de los días.
La
libertad de los presos políticos era otra de las exigencias. El documento, muy
positivo para la oposición, no fue mal recibido por el Gobierno para sorpresa
de los países acompañantes. “No pusieron mala cara, generó mucho optimismo”,
coinciden dos diplomáticos. Ambas partes, no obstante, querían hacer
observaciones y emplazaron a una nueva reunión.
La
siguiente cita se produjo el 15 de diciembre, cinco días después de las
elecciones de alcaldes en Venezuela en las que no había participado la mayoría
de la oposición al no ver garantías suficientes, tras denunciar fraude en los
comicios regionales de octubre. El ambiente no fue tan positivo como dos
semanas antes. Pero las negociaciones, aun con reservas, parecían avanzar,
hasta el punto de que el canciller mexicano, Luis
Videgaray, aseguró que se trataba de un “proceso serio”.
Mensajero
de Caracas
Poco
duró el optimismo. Días después, la Asamblea
Constituyente, el Parlamento chavista, inició los trámites para prohibir la
participación en unas futuras elecciones de los tres principales partidos de la
oposición (Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática), como
represalia por no concurrir a las municipales. Fue un jarro de agua fría, sobre
todo para México y Chile, que evidenciaron que el chavismo no estaba por la
labor de lograr un acuerdo, como ya había advertido la oposición.
Las
medidas adoptadas por el chavismo hacen que Videgaray, a principios de año,
ponga en duda la participación de México en la siguiente reunión, que
finalmente se celebra el 11 y 12 de enero. La tensión para entonces ya es
latente y se produce una acalorada discusión entre el canciller mexicano, su
homólogo chileno, Heraldo Muñoz, y Zapatero. Las
fricciones, no obstante, venían de atrás. El expresidente español era
partidario de que las opiniones de los países acompañantes, el anfitrión y la
suya fuesen consensuadas. Sugirió que hubiese una portavocía única, siendo él
el encargado o el anfitrión, Danilo Medina. El rechazo fue tajante,
especialmente del lado mexicano. “La voz de México la tiene México y nadie
más”, le vino a espetar el canciller Videgaray.
Una de
las mayores críticas que ha recibido la intervención del expresidente español
es que asumió con naturalidad la actitud del Gobierno de Maduro. Hasta
el punto de que trató de convencer a la oposición de que tenía que entender que
el Ejecutivo de Maduro no cree en la “alternabilidad”, como coinciden en
señalar al menos cuatro fuentes. “Terminó por convertirse en un mensajero, no en
un mediador”, aseguran varios asistentes
“Lo
que Venezuela necesitaba era una negociación para la transición o la
restauración democrática, como se le quiera llamar. Esto no es el caso de
Colombia o los conflictos de Centroamérica, donde había una guerra”, asegura
uno de los asistentes a las conversaciones.
Del
lado opositor se critican los comentarios de Zapatero de lo que podía pasar si
no lograba un acuerdo y que se evidenciaron en las declaraciones que hizo horas
antes de la ruptura definitiva: “La alternativa a un acuerdo es
extraordinariamente negativa para Venezuela y América Latina. No hace falta
poner encima las hipótesis, pero las anticipamos”. “Es como si el mediador de
un secuestro de un banco le dice a los secuestrados que lo mejor es que se rindan,
porque es la única forma de sobrevivir”, aseguran desde la oposición.
Otro
de los asuntos que llamó la atención entre los países y algunos asesores que
colaboraron con la oposición es que en ningún momento el Gobierno planteó un
contrapeso a la exigencia de tener unas elecciones con plenas garantías. “Por
qué iban a facilitar unas elecciones libres a cambio de nada si estamos viendo
a numerosos exdirigentes latinoamericanos enjuiciados después de dejar el
poder”, señala uno de los asistentes. “Y aquí, más que de derechos humanos, se
trata de personar el asalto al Estado más grande que se recuerda en América
Latina”.
A la
pérdida de protagonismo y liderazgo de Zapatero se unió la salida de las
negociaciones de uno de los artífices de su mediación y el gran
valedor del expresidente dentro de la oposición, Timoteo Zambrano, a
quien conocía de hace años gracias a la Internacional Socialista. El diputado
de Un Nuevo Tiempo renunció después de que la Mesa de la Unidad Democrática
(MUD) rechazase que fuese el nuevo presidente de la Asamblea Nacional y
obligase a su partido a decantarse por otro diputado, Omar Barboza. Los
principales líderes de la oposición siempre recelaron de la cercanía de
Zambrano con el Gobierno y con Zapatero, por lo que no querían que fuese la
cara visible del Parlamento elegido en 2015. En su carta de despedía, Zambrano
deseaba suerte a Zapatero, de quien en más de una ocasión había asegurado que
“siempre está sudando la camiseta” por lograr una salida negociada
La
desconfianza ha marcado la relación a lo largo de estos dos años entre Zapatero
y la oposición, una amalgama extremadamente frágil que el chavismo ha logrado
fragmentar aún más después de las protestas de 2017, que dejaron
más de 100 muertos y la instalación de la Asamblea Constituyente. Esa
división ha sido acuciante durante las negociaciones de República Dominicana.
Mientras el bloque con más representación buscaba un acuerdo, otro,
minoritario, encabezado por el exalcalde de Caracas, Antonio Ledezma y la
exdiputada Maria Corina Machado, criticaba los intentos. Pese a no tener tanto
calado en Venezuela, sí cuentan con un altavoz internacional, caso del senador
republicano Marco Rubio o el secretario general de la OEA, Luis Almagro, que
llenaban de ruido la ya estruendosa negociación.
En
algunas ocasiones, los intentos de división tuvieron la venia de Zapatero. Al
menos tres altos dirigentes de la oposición y dos fuentes diplomáticas dan por
hecho que el expresidente español jugó un papel determinante en la concesión del arresto
domiciliario a Leopoldo López. Si una forma había de hacer estallar
por los aires a la oposición era lograr la división entre López y Henrique
Capriles, el dos veces candidato, las figuras con más peso. La relación entre
Zapatero y Capriles, exgobernador del Estado de Miranda, hoy inhabilitado, ha
sido la más tensa, sobre todo desde que el expresidente se opusiera a la
celebración de un referéndum revocatorio, en 2016.
La
falta de predisposición del Gobierno por negociar quedó demostrada el 24 de
enero, cuando la Asamblea Constituyente decidió convocar elecciones antes de
mayo. La decisión unilateral del chavismo forzó la salida de México de la mesa
de negociación, si bien la diplomacia ha estado activa hasta el momento. Para
ese momento, las partes trataban de salvar el proceso. No se trataba de la
fecha de la elección, sino de las garantías de la misma. El sistema, denuncia
la oposición, está creado para que el chavismo nunca pierda.
De
hecho, ganó también en esta ocasión. El
documento del pasado día 6, firmado por el oficialismo, pretendía que
los dirigentes opositores aceptaran la fecha de las elecciones, asumieran las
ilegalizaciones e inhabilitaciones de sus partidos políticos y confiara en una
observación internacional sin garantías tangibles. La contraoferta, que
renunciaba a los nombres de las candidaturas excluidas, ni siquiera fue tenida
en cuenta. La mesa de República Dominicana derivó así en un mero choque, más
que una mediación. Una pelea cuyo fracaso estaba escrito.
Las
negociaciones saltaron por los aires y Zapatero dirigió una carta a Julio
Borges, como figura visible de la oposición. “Le pido, pensando en la paz y la
democracia, que su organización suscriba formalmente el acuerdo que le remito,
una vez que el Gobierno se ha comprometido a respetar escrupulosamente lo acordado.
Esta petición la formula desde mi convicción profunda en la necesidad de este
acuerdo y desde mi compromiso por el cumplimiento del mismo”, escribió. La
misiva busca presionar a los representantes de la MUD tratando de descargar
responsabilidades por el fracaso del diálogo. Una palabra que, como lamentaba
un líder de la oposición, “se ha convertido en Venezuela en un sinónimo de
claudicar, de humillarse”.
“SE
SENTÍA INCÓMODO CON LOS CANCILLERES, QUERÍA ESTAR SOLO”
Con la
incorporación de los países acompañantes al diálogo se trataba de lograr algo
similar a lo que se consiguió en la isla de Contadora, en 1983, cuando México,
junto a Venezuela, Colombia y Panamá sentaron las bases para pacificar
Centroamérica. El cambio en la dinámica era sustancial.
Durante
dos años, el español José Luis Rodríguez Zapatero ha sido el referente de las
conversaciones entre el Gobierno y la oposición venezolana. En un primer
momento, lideró la terna de expresidentes junto al dominicano Leonel Fernández
y el panameño Martín Torrijos, auspiciada por el ex secretario general de
Unasur, Ernesto Samper. Tuvo el apoyo de El Vaticano, de Estados Unidos, de la
Unión Europa y del Gobierno de España, entre otros. Todos veían con buenos ojos
los intentos de diálogo y daban un voto de confianza a Zapatero.
Ese
apoyo no solo se fue diluyendo, sino que, desde diciembre, el exmandatario
español tuvo que lidiar con representantes de varios Gobiernos en la misma
mesa. “Siempre se sintió incómodo con la presencia de los cinco cancilleres,
quería que fuesen meras figuras decorativas. Él quería estar solo”, aseguran
varias fuentes diplomáticas.
La
oposición intentó incorporar a otro exmandatario a las conversaciones para
compensar. Se barajaron al menos los nombres del mexicano Ernesto Zedillo; el
chileno Ricardo Lagos y el brasileño Fernando Henrique Cardoso. Todos fueron
rechazados por el chavismo. Tampoco Zapatero los veía con buenos ojos, según
los protagonistas consultados.
“QUIEREN
UN MONÓLOGO QUE NO AVANCE”
“Él
tenía una idea preconcebida de lo que podía firmar el Gobierno, que en
definitiva es a quien más urgía el acuerdo”, asegura una fuente diplomática
presente en Santo Domingo sobre José Luis Rodríguez Zapatero.
El
chavismo buscaba a toda costa un texto que sirviese para frenar las sanciones,
especialmente las de la UE, pero nunca mostró intención de facilitar unas
elecciones con garantías, más allá de acordar una fecha.
“El
Gobierno quiere un monólogo eterno que no avance”, zanja un alto dirigente de
la oposición, que ha seguido de cerca todos los intentos de diálogo desde la
victoria opositora en las elecciones de 2015, que arrebató al chavismo el
control del Parlamento.
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