Catalina Oquendo 06 de marzo de 2018
@cataoquendo
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¿Qué
iba a estar pensando Félix Mendoza en hacerle caso a las trabas que le ponía el
destino?
El
suyo era Argentina y estaba decidido. Lo había hecho un año atrás cuando dejó
la universidad y empezó a trabajar para ahorrar para el exilio. “En Venezuela
uno no ahorra para darse un gusto sino para estar listo para el ahora o nunca”.
Su
ahora o nunca llegó el 18 de diciembre de 2017. Aunque a decir verdad, todo
estaba en contra.
Había
vendido su televisor, su ventilador, su ropa y había trabajado en una
cervecería en Catia La Mar (estado Vargas), juntado hasta el último dólar; pero
solo llegó a tener 300.
Hizo
cuentas. Las mismas que han tenido que hacer al menos 56 mil venezolanos que
emigraron a Argentina:
Pasaje.
En avión, “si es que se consigue”: 1.200 dólares; en bus 400.
Pasaporte
por primera vez, si es que hay papel: desde 150 a 300 dólares pagando a
“gestores”.
Apostillaje
de documentos, comida, gastos del viaje, dinero para vivir al menos un mes en
Argentina, cerca de 640 dólares.
“No,
chamo, no me alcanza”, le dijo Félix a su mejor amigo Víctor Jesús Cadena,
quien también estaba pensando emigrar.
Con un
trabajo que le dejaba 7 dólares al mes, claro, no le iba a alcanzar.
Félix
tiene apenas 21 años y estudiaba guitarra clásica. Nació y se crió en el barrio
Catia, en una familia de clase media baja donde “nunca nos faltó ni sobró
nada”. Es aplomado, un chico serio para su edad, con voz de alguien mayor. A
Félix se le iluminan los ojos cuando habla de música, pero se le apagan tan
pronto recuerda que debió dejar la carrera, “era eso o la comida”, recuerda. Y
él eligió.
“Salir
de Venezuela se estaba convirtiendo en mi sueño. Y eso es triste, una ironía
pero era la magnitud de la desesperación”, dice.
La
incertidumbre ya rodeaba su vida. Así que cualquier cosa tendría que ser mejor
a lo que estaba viviendo, dice ahora en Buenos Aires tras un periplo que casi
le cuesta la vida.
¿Por
qué a Argentina?.
Buenos
Aires hoy suena a chamo, fino y a ajá, expresiones coloquiales del país; y
huele a arepa de Harina Pan, que se ve especialmente en las calles de Palermo
donde suelen llegar a vivir los venezolanos siempre con otros paisanos.
En la
estación del metro de Diagonal Norte, la del famoso Obelisco, unos músicos
increíbles tocan música llanera; en otra suena ‘Llorarás y Llorarás’ en la voz
de Óscar d' León en la trompeta potente de un chico venezolano. Unos más se
aventuran con un tango con violines en medio de un público felizmente asombrado.
Y Aracely sale del edificio donde vivió el escritor Julio Cortázar en el barrio
Agronomía: cuida unos niños en un apartamento contiguo al del escritor.
No es
una exageración que la tonada esté por todos lados: en cafés donde suelen ser
contratados por ‘buenos laburantes’, como dicen los argentinos; en negocios de
comercio, en bares.
Solo
en 2017, según la Dirección Nacional de Migraciones, llegaron 31 mil y se
triplicó entre 2016 y 2017. De acuerdo con una investigación de la Universidad
Tres de Febrero, el 65 por ciento son profesionales.
“Los
atrae que tienen una red y la flexibilización de los trámites. Aunque Venezuela
está sancionado en el Mercosur, nunca hemos tomado represalias contra sus
ciudadanos”, dice Julián Curí, subdirector de la Dirección Nacional de
Migración (DNM).
Félix
cuenta cómo tomó la decisión: “Empecé a pensar: a Colombia van muchos; a
Europa, el pasaje está muy caro; en Chile, complicados los papeles; Brasil es
muy grande, pero ya va, no hablo portugués; y con los argentinos ya nos
conocemos, porque en otra época muchos de ellos vinieron a vivir acá y además,
son más fáciles los trámites”.
Una
reciente flexibilización del Gobierno permitirá simplificar e incluso eximir a
los venezolanos de la presentación de ciertos documentos necesarios para
radicarse en el país. Por el ‘ahora o nunca’, muchos viajaban sin sus
antecedentes penales, uno de los requisitos clave para comenzar el trámite de
radicación en Argentina.
La DNM
analizará cada caso particular cuando “razones ajenas a su voluntad” impidan o
dificulten a los venezolanos obtener los documentos.
“Hay
personas que no pueden renovar su pasaporte o no recibieron sus antecedentes
penales. Nosotros creemos que si vienen a trabajar no hay ningún problema”,
agrega Curí.
Lo mismo
hará con los títulos educativos. Quienes por salir de urgencia no llegaban con
sus documentos legalizados ni podían entrar a las universidades ni validar sus
títulos para ingresar al mercado profesional.
“Los
migrantes venezolanos pertenecen a sectores medios y medios altos calificados y
altamente calificados en su gran mayoría, y cuentan con una red de
connacionales establecida en el país, lo que permite deducir que su
incorporación a la sociedad argentina puede ser mucho más dinámica que otras comunidades
migratorias”, dice el estudio de la Universidad Tres de Febrero.
La
mayoría son ingenieros y algunos médicos, pero también hay periodistas que han
tenido que ocuparse en labores diferentes a sus profesiones. Su lógica es la
siguiente: llegar, conseguir trabajo, estabilizarse lo cual puede durar un año
y luego, intentar retomar sus profesiones.
Pero
no es tan fácil.
Y
generalmente aparece el llanto.
Vincenzo
Pensa, es presidente de la Asociación de Venezolanos (Asoven) y una vez al mes
hace una reunión de contención emocional para los que llegan. La gente busca
que la escuchen, contar lo que dejó, lo que hacía en su país.
“Para
la mayoría el primer año es el más duro. Hay gente que ha tenido que pasar de
profesor universitario a mozo (mesero), y eso duele; vivir en un hostel después
de que dejaron su casa con todo, eso duele; el no saber si van a poder pagar el
alquiler, eso duele”, afirma Vincenzo, quien lleva más de una década en Buenos
Aires.
La
reunión se hace en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, pero muchos
también se juntan en torno a la música y la alegría en Caracas Bar o en alguna
de las ventas de arepas que existen hoy en la ciudad.
De
acuerdo con la Universidad Tres de Febrero, el 78 % de los migrantes
venezolanos viven con otros venezolanos. Así se sienten un poco en su país.
Como
afirma Nolan Rada, periodista y fotógrafo migrante, “Venezuela termina siendo
un país fantasma, que existe en nuestra nostalgia”.
Algunos
dicen que Buenos Aires es como la nueva Miami de América Latina.
Pero
nada es tan sencillo como parece en ese comenzar de cero en la "ciudad de
la furia”, como se conoce a la capital de Argentina.
Viajes riesgosos
Ilusionado
con Buenos Aires, Félix logró que el padre de un amigo le prestara dinero para
el viaje. “Eran todos sus ahorros y me los prestó para migrar”.
Y
claro, como abundan los que quieren salir no fue difícil contactar a una
agencia de viajes. Le ofrecieron un bus Caracas-Lima y de Lima a Buenos Aires
en avión: todo por 480 mil bolívares, unos 400 dólares. Una parte la pagaba en
Caracas y otra en Cúcuta. Salía el 18 de diciembre.
Pero
cinco días antes lo llamaron y le dijeron que ya no había pasajes en avión y
que el plan cambiaba. Ahora debía ir a Colombia y de ahí en un bus directo
hasta Argentina.
Nada
de eso pasó como se lo dijeron. De la angustia de los migrantes, hay también
quienes se benefician. Agencias de viajes que ofrecen recorridos azarosos,
“agilizadores” de trámites, transportadores de objetos, juegan con el ahora o
nunca que los mueve a todos.
Félix
no se amilanó y el 18 de diciembre, como lo había planeado, arrancó su viaje:
una maleta, una bolsa de comida con jamón endiablado, panes y atún para varios
días, poca agua y un gran temor: no tenía la vacuna de la fiebre amarilla. En
ningún lugar de Caracas consiguió que se la pusieran.
El bus
igual saldría así que, escondiendo la tristeza y con la ausencia de la vacuna,
se despidió de su familia y se aventuró.
Lo que
no sabía es que el viaje sería más difícil de lo planeado. Después de 13 horas
por carretera, llegó a San Cristóbal y se bajó en Urueña con las maletas. “Ahí
aparecieron unos amigos de la agencia que nos querían cobrar por pasarnos las
cosas de tecnología a Colombia porque supuestamente los militares nos las
quitaban. Había que pagarles 10 mil pesos colombianos. Pero yo iba muy corto de
dinero entonces me arriesgué y pasé mi Tablet conmigo”, dice Félix
-Cuando
miro adelante, ¡Colombia! y volteo para atrás y están las montañas de
Venezuela. Ahí sí dije, olvídate de tu país. ¡Qué tristeza!
Lo que
le esperaba era otro cambio de planes. “La gran noticia de la agencia es que ya
no había bus directo. Fue otro golpe”.
Entonces
pagó por un pasaje Cúcuta hasta Lima y siguió. Pero en la mitad del camino se
desmayó.
“Íbamos
por el Alto de Caldas y en un momento sentí una presión extraña en la cabeza y
empecé a temblar, después no recuerdo más. Luego me contaron que convulsioné y
me sacaron a respirar. Me dio mal de altura. Nunca había pasado tanta sed, mi
error fue no llevar mucha agua”, explica Mendoza.
Hasta
ese momento no había podido comunicarse con su familia, decirles que estaba
vivo. Después de pasar el puente caminando, pudo hacerlo en Ecuador. La llamada
le costó 0.40 centavos de dólar, recuerda.
Tulcán-
Guayaquil fue un viaje que Félix recuerda con gusto. Luego Lima y el trago de
pasar la Navidad fuera de su país, lejos del asado negro, las hallacas y el pan
de jamón, del abrazo familiar, de su novia de hace 6 años.
En
Lima, la espera. Hasta ahí llegaba la agencia de viajes, “esa agencia de
farsa”, dice el chico. Muchos migrantes venezolanos llegaban a destino. Él no.
Ahora
le toca comprar un nuevo pasaje hasta Buenos Aires. Doscientos dólares. Pero,
por la Navidad, los conductores de Lima no viajaban. “Ahora ¿qué hago? Iba full
limitado de plata y cómo iba a pagar tres noches ahí”.
Lima,
sin embargo, se le presentó en forma de solidaridad. Un conocido de una amiga
suya lo hospedó en su casa, lo invitó a pasar las fiestas. Félix, contra todo
pronóstico, pasó el 24 de diciembre en medio de una fiesta familiar venezolana.
Le
ofrecieron un trabajo temporal pero no lo aceptó. Su destino era Argentina.
Las rutas
Perú
no es la ruta más usual de los venezolanos que viajan hacia Argentina. Hasta
comienzos de 2017, muchos llegaban en avión. Pero en el último año, lo hicieron
por vía terrestre y mixta.
En el
aeropuerto de Ezeiza un sábado por la noche uno puede asistir a una extraña
escena de felicidad con incertidumbre. El vuelo que viene de Manaos trae mucha
expectativa. Está retrasado y hay tiempo de contar historias.
Dania
Montoya llora cuando recuerda lo que dejó en Venezuela: su casa, su trabajo
como gerente en una empresa de baterías. “Para los jóvenes es más fácil porque
no tienen tantas raíces allá, las cosas que lograste y dejarlo para empezar de
cero es muy duro. Migrar es algo que no le deseo a nadie”, dice la mujer en el
aeropuerto.
Dania
compró una franquicia de medialunas. Es una venezolana haciendo medialunas en
lugar de arepas y aunque confiesa que no le ha ido muy bien, ahora está feliz
porque espera a su madre de 82 años que emigró de Venezuela a pesar de la edad.
Doña Consuelo Montoya hizo un recorrido de una semana por carretera y luego se
embarcó en un avión junto a su hermana, Hilda Montoya, también de mucha edad.
Desde
Caracas hasta Puerto Ordaz, de ahí a Santa Elena de Uairen y a Boa Vista
(Brasil), era la mujer más mayor del bus. Todos pensaban que no aguantaría el
viaje, pero ella agarró fuerza: prefería eso a morirse de depresión y soledad
en su país.
El
abrazo en el aeropuerto, las mil historias de lo que vivió la abuela en el
viaje. Las galletas, el jamón endiablado, los ‘realitos’ contados para el
trayecto. El cansancio.
“Yo me
hacía la fuerte-dice Consuelo- pero hombre, fue muy duro. Hubo un momento en
que todos lloraban en el bus”, cuenta la abuela días después en Buenos Aires.
“Además
de estar enferma y no conseguir medicamentos, mi mamá estaba comiendo mal
porque prefería darles a sus nietas lo que conseguían”, agrega Dania.
Belkys
Montoya fue la encargada de organizar todo el viaje. No solo estuvo pendiente
de las dos mujeres mayores, sino de sus hijos Ricardo y Mariana Pulido, de 16 y
8 años, con quienes llegó a Buenos Aires “Estaba sufriendo ataques de pánico y
estrés por la angustia de salir del país”, cuenta Belkys, que es contadora y
anda buscando empleo, pero ya consiguió colegio para los dos hijos. Algo que
fue "realmente fácil, sin tanto rollo como en Venezuela".
En el
mismo avión de Consuelo venía otra familia que tuvo que despedirse de su vida.
Alexis Ñañe, sus hijos, Luis David y Andrés Alejandro, y su compañera Lissette
Rodríguez hicieron la ruta mixta.
“Fue
muy impactante ver la plaza de Boa Vista llena de venezolanos que usaban el
wifi para comunicarse con los suyos y ver cómo en la noche pasaban locales
regalando comida”, cuenta Alexis que seguía camino hasta Manaos para tomar un
avión de la aerolínea GOL.
Las
selfies de la migración son el recuerdo de un viaje amargo. Los que salen en
avión tienen la típica foto de la obra del artista Carlos Cruz-Diez como
recuerdo de la partida. Los que cruzaron a Brasil, como Alexis, guardan una
foto con un pie a cada lado de la frontera.
Cada
uno tiene su momento de quiebre. El de Félix fue el momento en que vio hacia
Colombia pasó a Cúcuta y vio una montaña venezolana. El de Alexis fue muy tarde
ya cuando el avión volaba sobre Buenos Aires. “Caí en cuenta que ahí si era
empezar de cero”.
Esa es
quizá la palabra que más se les escucha decir. Y tiene una explicación.
De acuerdo
con el experto en migraciones, Roberto Aruj, “se les resquebrajan las
representaciones imaginarias de las expectativas de vida”.
Dania
lo dice de otra manera: “Lo peor es que no puedo proyectar, no tengo metas.
Vivo día a día. Lo que aspiro es seguir viviendo con tranquilidad y dársela a
mi madre sus últimos años de vida”, dice. Y se quiebra.
El choque con la realidad
De
Perú a Chile y luego a Argentina por carretera, Félix había sorteado cada
crisis. Hasta las más inesperadas: “En la de Chile, un perro de la Aduana se
lamió la última latica de jamón endiablado que tenía”, se ríe.
Y
finalmente entró a Mendoza que lo emocionó en particular porque el nombre de
esta ciudad argentina es igual a su apellido.
Preguntas
y repreguntas, mostrar la tarjeta migratoria, el hotel, el pasaje. Estaba
exhausto. Llevaba 11 días de viaje y se dirigía por fin a Buenos Aires.
“Llegué
el 30 de diciembre y cuando vi una bandera argentina solo sentía satisfacción y
libertad”, cuenta. Irónicamente, mientras habla, suena una canción de Calle 13,
aquella que dice “Vamos a darle al mundo’.
En
Argentina, los venezolanos son bien recibidos. Y hay varias razones: una es que
se trata de un país hecho de migrantes (de los que llegaron a Buenos Aires
huyendo de las guerra civil española o de las guerras mundiales) y está
acostumbrado a ellos; pero también porque existe una relación de vieja data
entre Argentina y Venezuela. En 1973, durante el boom petrolero, muchos
argentinos migraron a Venezuela; lo mismo que ocurrió a finales del 70 por la
dictadura y después, durante la crisis económica de 2001 que sufrió Argentina.
Y
aunque están mejor que en Venezuela, lo cierto es que también llegan a un país
con una tasa de desempleo de 8,3 y una inflación de 24,6 %.
¿Les
impactó lo caro de Argentina?
– ¿Es
un chiste? Para nada. Con una inflación de 2.500 por ciento no hay punto de
comparación”, dice Alexis Ñañe y comienza a hacer cuentas: “Es que mire: el
salario mínimo promedio son 750 mil bolívares y un cartón de huevos cuesta 480
mil. Mejor dicho, en eso se le va casi el salario del mes a una persona”.
“Nosotros
venimos del futuro. Sabemos que las cosas siempre pueden estar peor, lo
vivimos”, acota Rada.
Por
eso no sorprenden los relatos de venezolanos tomándose fotos en los
supermercados. “Se las toman para mostrarles a sus familias como era”, recuerda
el presidente de Asoven.
Aruj,
experto en migraciones, afirma que lo más complejo es que Venezuela perdió una
generación de jóvenes profesionales. “Si bien no todos los venezolanos migran,
lo notable es que Venezuela siempre fue receptor y que está perdiendo recursos
humanos calificados con el costo que eso implica”.
Profesionales
que encontraron en la gastronomía la forma de subsistir, porque en Argentina
los venezolanos viven de la cocina de la nostalgia: al menos cinco grandes
ventas de arepas son reflejo de esto.
En
realidad tardan muy poco en conseguir empleo. Félix repartió currículos la
primera semana y a la tercera ya trabajaba en La Wafflería, donde hay otros 7
compatriotas suyos. Alejandro Andrés y Lissette lograron hacerlo a la segunda
semana. Él en un restaurante y ella como enfermera cuidadora.
Aunque
en muchos casos son trabajos que en Argentina llaman “en negro”, sin todas las
prestaciones de Ley o con salarios menores. Y casi todos envían dinero a sus
familiares.
Según
el estudio de Untref, el 43 % de los migrantes venezolanos está entre los 26 y
35 años, son solteros y tienen una adaptación fácil. Solo el 18 % ha sentido
discriminación y esta es más común entre los que estudian y trabajan.
Vincenzo
cree que hay varios tipos de migrantes: los que viven en dolor permanente y no
salen de ahí; los que llama ‘ciudad de la furia’, jóvenes que creen que todo es
fácil y viven en fiesta permanente; y los que vienen con familias, que trabajan
de sol a sol.
“Muchos
se sienten culpables por haber venido, por poder ir al supermercado y conseguir
todo o por comer bien y se exigen demasiado. Hay otros que vinieron creyendo
que era solo por un tiempo y siempre están pensando en Venezuela”.
El
retorno siempre está en la cabeza del migrante, explica Aruj. Y a muchos
migrantes se les va la vida haciendo el duelo de su partida.
Alexis
cree que no es sano. “Para mí esto es un nacimiento, un comienzo de cero.
Cuando uno vive con la añoranza del pasado, se ata”.
Doña
Consuelo responde con rapidez mientras prepara un café: “No, señorita, es que
allá no hay vida”. Y Dania dice con amargura: ¿volver a qué?
–Felix,
¿piensas en el regreso a tu país?
–“No
sé, es muy duro. Cuando me despedí de mi familia pensé: migrar es como si te
tuvieras que olvidar de tu vida, ‘olvídate de todo’, me dije’. Es mejor pensar
que esta es mi vida de ahora en adelante”.
Muy acertado su articulo!
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