Alfredo Torres 20 de marzo de 2018
Más de
250 millones de personas viven fuera de su país de origen, el 3,3% de la
población mundial. En el Perú y Venezuela –que tienen una población similar de
32 millones de habitantes– se calcula que alrededor del 10% de su población
vive en el exterior. Pero, mientras los peruanos vienen emigrando desde hace
medio siglo, los venezolanos lo vienen haciendo sobre todo en la última década;
y mientras los peruanos han podido emigrar siempre que han querido, para los
venezolanos es cada vez más difícil salir de su país.
Por
razones de trabajo, me encuentro hace dos semanas fuera del Perú y una de las
ciudades en las que he estado ha sido Berlín, lo que me permitió recordar la
historia de millones de ciudadanos secuestrados en su propio país. Como se
sabe, Alemania fue dividida luego de la Segunda Guerra Mundial entre un sector
oriental –controlado por la Unión Soviética– y un sector occidental, amparado
por Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Ante la creciente evidencia de la
mayor libertad y mejor calidad de vida que existía en el lado occidental, la
migración proveniente del este se precipitó. Se calcula que entre 1949 y 1961
más de 3 millones de personas se pasaron a la Alemania occidental, el 20% de la
población de la Alemania comunista de entonces.
Como
el principal punto de emigración era Berlín, la noche del 12 al 13 de agosto de
1961 el ejército comunista levantó el famoso muro que partió a la ciudad en
dos. Muchas familias y hasta novios a punto de casarse quedaron separados por
completo. Imaginemos por un momento que se construyese un muro en paralelo al
Paseo de la República y las avenidas Abancay, 9 de octubre y Próceres de la
Independencia, y que, de la noche a la mañana, ya no se pudiesen ver familiares
y amigos que habrían quedado al otro lado. El dolor de los berlineses duró 28
años y llegó a su fin cuando cayó el muro en noviembre de 1989. Hasta ahora se
recuerda con emoción el concierto “The Wall-Live” que dio meses después Roger
Waters al pie de la puerta de Brandeburgo en Berlín y que incluyó el derribo de
un gran muro al final del espectáculo.
Pero
el Muro de Berlín no ha sido la única barrera edificada para frenar la
emigración de personas descontentas con la opresión y las penurias de
diferentes dictaduras. Desde Corea del Norte hasta Cuba, ha sido una constante
que los regímenes colectivistas restrinjan la libertad de movimiento a sus
ciudadanos. En el caso de Cuba, fue célebre la incursión de un grupo de cubanos
a la embajada del Perú en 1980. Cuando ya se encontraban en su interior,
hacinados, 5 mil refugiados y el Perú se negaba a entregarlos, Fidel Castro declaró
que quienes querían dejar el país eran escoria y que él no iba a impedir que se
fueran. Inmediatamente se armó una flotilla de pequeñas barcas a través de las
cuales salieron 125 mil cubanos en pocos días, a pesar de los “actos de
repudio” que se organizaron frente a sus viviendas y las represalias contra sus
familiares. Actualmente, se calculan en 2 millones los cubanos en el exilio,
equivalente al 15% de la población de la isla.
En el
caso de la Venezuela y su “Socialismo del siglo XXI”, no ha podido construir un
muro ni está en una isla, pero sí ha creado una serie de barreras burocráticas
y económicas para dificultar la salida de sus ciudadanos. La más evidente es
que “no hay papel” para ciertos documentos, con lo cual conseguir un pasaporte
puede tomar más de un año. Las barreras económicas no son solo directas –tener
que comprar los dólares en el mercado negro– sino también indirectas: cada vez
menos aerolíneas vuelan a Venezuela debido a las millonarias deudas que el
gobierno de Maduro tiene con ellas. Finalmente, si el venezolano logra
conseguir un pasaje, corre el riesgo de ser detenido en el aeropuerto si se
encuentra en su celular alguna crítica al régimen.
Actualmente
hay algo más de cien mil venezolanos en el Perú. Su llegada se ha acelerado en
los últimos años y ha generado controversia. Según Ipsos, 49% de los peruanos
considera positiva su inmigración y 43% la encuentra negativa. Cabe destacar
que las actitudes son diferentes entre los peruanos que tienen familiares en el
extranjero y aquellos que no los tienen. Entre los primeros, 54% favorece la
inmigración venezolana y 39% está en contra. Entre los segundos, la situación
es la inversa: 45% la favorece y 47% se opone.
En
muchas partes del mundo los inmigrantes enfrentan el rechazo de un sector de la
población porque están dispuestos a trabajar por menos y hasta por razones
culturales y de seguridad. En el caso de los venezolanos, sin embargo, los
peruanos debemos ser especialmente solidarios porque no solo han tenido que
salir de su país ante el monumental fracaso de su modelo económico, sino que
han debido sortear mil y una peripecias para huir de un régimen que, siguiendo
el ejemplo del socialismo cubano, emplea el secuestro territorial como política
de Estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario