José Ignacio Hernández 03 de marzo de 2018
Steven
Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de Gobierno en la Universidad de Harvard,
han desarrollado su prestigiosa carrera académica estudiando comparativamente
la democracia como sistema de gobierno. Mientras Ziblatt se ha especializado en
Europa, Levitsky ha desarrollado su especialidad en Latinoamérica. Desde esas
perspectivas, Levitsky y Ziblatt han analizado el surgimiento, la consolidación
y el colapso de las democracias.
Como
Francis Fukuyama comentó, hasta hace unos años hubiese sido difícil pensar que
dos expertos en colapsos de sistemas democráticos analizaran estos riesgos en
Estados Unidos. En realidad, la democracia podría entenderse como una
característica irreversible de Estados Unidos. Quizás quien mejor describió
esto fue Alexis de Tocqueville en La democracia en América, cuando escribe:
Si hay
algún país en el mundo en el que se pueda apreciar en su justo valor el dogma
de la soberanía del pueblo, estudiarlo en su aplicación a los negocios públicos
y juzgar sus ventajas y sus peligros, ese país es sin duda Norteamérica.
La
llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos ha cambiado este panorama,
llevando a Levitsky y Ziblatt a utilizar sus investigaciones para analizar los
riesgos que corre la democracia en Estados Unidos. El resultado ha sido el
libro publicado en enero de 2018, How Democracies Die (Cómo mueren las
democracias), un completo análisis que describe los caminos institucionales a
través de los cuales las democracias pueden colapsar.
Las
democracias no sólo colapsan al ruido de golpes militares. De hecho, lo común
hoy en día es que el colapso de las democracias sea resultado de un proceso
gradual, a veces silencioso, en el cual las propias instituciones de la
democracia son empleadas para desmantelarla y así imponer un régimen
dictatorial. Las democracias mueren, entonces, en manos de las propias
instituciones llamadas a protegerla. Sobre todo cuando la democracia permite la
elección de un líder populista que, una vez en el poder, subvierte los
controles de la democracia liberal para imponer un régimen autocrático.
Apenas
tuve el libro en mis manos, lo primero que hice fue revisar el índice de
materias para comprobar si se hablaba de Venezuela. Hay 22 entradas sólo de
Venezuela, sin contar las menciones de temas y personas relacionadas, como por
ejemplo, Hugo Chavéz. Hay, por supuesto, otros muchos casos empleados para
demostrar cómo la democracia puede ser desmantelada por mecanismos institucionales,
pero Venezuela ocupa un lugar importante dentro de los casos analizados.
Y es
que Steven Levitsky, como ya decía, ha dedicado buena parte de su actividad
académica a analizar el caso Latinoamericano, y dentro de él, el proceso de
desmantelamiento de la democracia en Venezuela. Al conversar con Levitsky,
sorprende el sólido y fluido manejo de diversos aspectos relacionados con la
democracia en Latinoamérica. Por eso, nadie mejor que Levitsky para conversar
sobre la democracia en Venezuela.
En
1978, Daniel Levine concluyó que la consolidación de la democracia en Venezuela
era un caso exitoso. Sin embargo, como explican en su libro, veinte años más
tarde, con la elección de Chávez, comenzó el largo camino hacia el
desmantelamiento de la democracia. ¿Cuáles son las principales lecciones que
pueden extraerse del caso de Venezuela, que se movió de un éxito democrático al
colapso de la democracia?
Hay
tres lecciones que se desprenden de la crisis venezolana. La primera, y más
importante de todas, es que la consolidación democrática no es una situación
inmodificable. En realidad, ninguna democracia puede darse por sentada. Ésta es
una conclusión válida incluso para Estados Unidos. Muchos –y me incluyo–
pensábamos que la democracia en Estados Unidos estaba asegurada. Sin importar
los vicios de nuestros políticos, pensábamos que no podía desmantelarse la
democracia en Estados Unidos.
A
pesar de que la democracia venezolana no lucía tan consolidada como la
democracia en Estados Unidos, Daniel Levine acertó en su conclusión, pues la
democracia en Venezuela lucía sólida. Sin embargo, Venezuela tenía una
democracia real que colapsó. Por ello, la primera lección de Venezuela es que
nunca podemos dar por asegurada la consolidación de la democracia. Y esto vale
para Chile, Brasil e incluso Estados Unidos.
La
segunda lección es que las crisis económicas pueden derivar en crisis
democráticas, como el propio Linz concluyó en The Breakdown of Democratic
Regimes.
La
tercera y última lección es que es importante tener en cuenta cómo los
mecanismos implementados para consolidar la democracia pueden ser un arma de
doble filo. Así, el Pacto de Puntofijo, que ha sido duramente cuestionado por
el chavismo, fue un instrumento indispensable para la consolidación de la
democracia, con lo cual, puede concluirse que ese Pacto produjo importantes
beneficios. Pero a la vez, este instrumento actuó como un arma de doble filo,
pues en el largo plazo, el Pacto derivó en diversas limitaciones asociadas al
proceso de creación de la democracia venezolana que, en suma, llevaron al
colapso de esa democracia.
Así,
el Pacto de Puntofijo fue muy importante para evitar o reducir la polarización
que eliminó la democracia en Uruguay, Brasil, Chile y Argentina durante la
década de los sesenta y setenta, en una época muy complicada consecuencia de la
revolución cubana y de la Guerra Fría. Con lo cual, el Pacto contribuyó a
superar esa difícil etapa a través de mecanismos de cooperación política. Pero
en el largo plazo resultó insostenible.
No es
cuestión de buscar culpables. Simplemente es que el Pacto de Punto Fijo se
agotó.
En su
libro concluyen que sólo fue con la instalación de la ilegítima Asamblea
Nacional Constituyente en 2017 que se reconoció que Venezuela no era una
democracia ¿Por qué tomó tanto tiempo reconocer a Venezuela como una
autocracia? ¿Hay una especie de “margen de tolerancia” hacia los autoritarismos
electorales?
Sí la
hay. Muchos científicos políticos, académicos y observadores de la realidad
venezolana observaron el colapso de la democracia venezolana desde mucho antes.
Personalmente diría que Venezuela degeneró en un autoritarismo competitivo
entre 2003 y 2004, especialmente con el abuso del Gobierno de Chávez al
manipular el referendo revocatorio de 2004.
Es muy
difícil para los académicos trazar la línea entre democracia y autoritarismo en
Venezuela. Pero para muchos de los que hemos estudiado sistemas de gobierno,
fue posible observar el colapso de la democracia en Venezuela mucho antes de la
instalación de la Asamblea Nacional Constituyente.
Desde
una perspectiva general, sin embargo, la realización de elecciones competitivas
suele ser suficiente para calificar la existencia de una democracia. Por ello,
si la oposición venezolana podía competir en elecciones, y en especial, si el
Gobierno podía perder elecciones (como sucedió con el referendo constitucional
de 2007 y luego, de manera importante, con la elección parlamentaria de 2015),
es difícil considerar que existe un régimen dictatorial. Ello llevó a que
Venezuela fuese vista como una democracia.
Este
es, precisamente, el peligro asociado a las elecciones realizadas en regímenes
autoritarios, pues ellas permiten ocultar el proceso de desmantelamiento de la
democracia. Antes, los golpes militares, como por ejemplo los que sucedieron en
Venezuela y Chile, evidenciaban la muerte de la democracia por la instalación
de una dictadura miliar. Pero, cuando hay elecciones competitivas y se permite
a la oposición ganar –obviamente no en elecciones presidenciales–, la tendencia
es a considerar que el régimen político es democrático, por más viciadas que
estén las instituciones electorales.
Con lo
cual, los ciudadanos sólo se dan cuenta de que están perdiendo la democracia
cuando ya es demasiado tarde. Y en Venezuela, para 2016, ya era demasiado
tarde.
¿Considera
que una de las causas que llevó al colapso de la democracia venezolana fue la
diferencia entre las instituciones constitucionales y las instituciones
informales, basadas en aspectos culturales,que propendieron al autoritarismo?
No
estoy muy seguro de que las reglas informales en Venezuela, o en Latinoamérica,
tiendan al autoritarismo. Lo que yo puedo observar es que, luego de la
independencia, la capacidad de las nuevas Naciones Latinoamericanas para
proveer bienes públicos fue muy baja, lo que llevó a una debacle e
inestabilidad institucional por algunas décadas. Los actores políticos se
acostumbraron a ese entorno de inestabilidad, limitando su estrategia a
acciones en el corto plazo. Muchos países –no sólo Venezuela– entraron en un
círculo vicioso en el cual la inestabilidad institucional llevó a diseñar
estrategias de corto plazo bajo liderazgos carismáticos que no favorecieron la
estabilidad de las instituciones democráticas.
Por
ello, no creo que exista ningún elemento cultural que promueva al
autoritarismo. De hecho, en nuestro libro explicamos que los americanos solemos
valorarnos como una sociedad democrática muy homogénea, lo que no es así. Lo
que puede observarse de varios estudios, como el Latin American Public Opinion
Project, es que, en términos de valores democráticos, no hay una diferencia
sustancial entre Latinoamérica y Estados Unidos. Y como argumentamos en el
libro, si bien ha habido una tendencia dentro de cierto sector de los electores
americanos de apoyar a líderes autoritarios, ello no impide considerar otras
tendencias opuestas dentro de nuestra diversidad cultural.
Con lo
cual, la diversidad cultural presente en Latinoamérica impide que exista una
tendencia hacia el autoritarismo. El problema de fondo, por ello, es que la
estabilidad institucional que requiere Latinoamérica ha tardado en
consolidarse, lo que ha impedido crear una cultura democrática sólida, o sea,
instituciones informales favorables a la democracia. El proceso de creación de
esas instituciones informales puede observarse en algunos países como Costa
Rica y creo que Uruguay, pero no es todavía una tendencia consolidada.
La
pregunta apuntaba a la herencia cultural del caudillismo en Latinoamérica. ¿No
hay alguna conexión entre ese caudillismo y el autoritarismo?
Lo que
puede observarse es que los caudillos o líderes carismáticos emergen cuando se
dan dos factores: (i) el quiebre de los partidos políticos y (ii) una situación
de crisis. En cualquier país, incluyendo los Estados Unidos, cuando esos dos
factores confluyen, se incentiva la probabilidad de regímenes personalistas. No
es, por tanto, un problema cultural.
¿Cómo
interpreta la posición de Trump hacia Venezuela?
La posición de Trump hacia Venezuela es, en
realidad, consecuencia de su apoyo hacia sus aliados políticos que tienen un
interés legítimo en la crisis de Venezuela. Para Trump es relativamente fácil
apoyar a esos aliados y es por eso que apoya la causa democrática en ese país.
Durante
la Guerra Fría, Estados Unidos asumió una política internacional muy clara:
apoyar a sus aliados y oponerse a sus enemigos, más allá del régimen político
imperante. Los países aliados con la URSS eran considerados enemigos, al margen
de que fuesen democracias o dictaduras. Fue una política, por ello, pragmática
y, hasta cierto punto, hipócrita. Pero con el fin de la Guerra Fría, Estados
Unidos comenzó a apoyar más consistentemente a los regímenes democráticos. Por
ejemplo, Estados Unidos implementó una operación militar en Haití para rescatar
la democracia, al margen de sus diferencias con el Gobierno de ese país.
Trump,
por el contrario, sólo ha mostrado interés por aquellos regímenes más cercanos
a él, o en todo caso, cercanos a sus aliados, como sucede con Venezuela. Yo
creo que Trump no tiene mucho interés por Venezuela, pero algunos de sus
aliados sí tienen ese interés, y es por ello que su Gobierno ha apoyado el
rescate de la democracia en Venezuela. Y me alegra que el Gobierno de Estados
Unidos esté asumiendo esa posición, pero hay que tener en cuenta que Trump no
está actuando sólo en defensa de los valores democráticos.
¿La
posición de Estados Unidos podría llevar a pensar que la comunidad
internacional será quien logre reconstruir la democracia en Venezuela?
Aun cuando a Maduro no le queda mucha
legitimidad, lo cierto es que una intervención militar de Estados Unidos en
Venezuela –como asomó Trump– podría favorecerle. He perdido la cuenta de
cuántas veces Maduro ha advertido sobre el riesgo de invasiones militares
extranjeras en Venezuela; cualquier riesgo en ese sentido sólo contribuiría a
reforzar la narrativa antiimperialista. Lamentablemente, parte de la izquierda
Latinoamérica sigue pensando que Estados Unidos es una potencia imperial que ha
llevado a Maduro a defender la soberanía en Latinoamérica.
El
caso venezolano, como ha sucedido en otros regímenes autoritarios, evidencia
los riesgos de un control judicial desviado de la Constitución por parte del
Tribunal Supremo. ¿Es el control judicial de la Constitución un riesgo para la
democracia?
El
caso del Tribunal Supremo de Justicia venezolano es uno de los casos más
groseros de fraude constitucional que he visto. La intervención política del
Tribunal para anular a la Asamblea Nacional es el mejor ejemplo que coloco para
advertir a los americanos de los riesgos sobre la democracia.
Por
eso, la lección del caso de Venezuela es que debe evitarse la politización del
Tribunal Supremo. Todo gobierno autoritario con la posibilidad de intervenir al
Tribunal Supremo tendría igualmente el poder de violar la Constitución por
otros medios, por lo cual no veo por qué la eliminación del control judicial de
la Constitución a cargo del Tribunal Supremo reduzca ese riesgo. Ciertamente,
mientras más poder tenga el Tribunal de controlar la Constitución, mayores
incentivos tendrá el Gobierno para intervenir políticamente al Tribunal que,
antes que un escudo, será un arma en contra de la Constitución.
Por
eso, en mi opinión, el control judicial de la Constitución es una institución
positiva en las democracias liberales. Lo importante es diseñar instituciones
que puedan proteger a la democracia, como el Tribunal Supremo, aun cuando
exista el riesgo de que esas instituciones puedan subvertir el orden
democrático. Por ello, lo realmente importante es impedir que el autoritarismo
llegue al poder, y si llega –como sucedió con Chávez o con Trump–, entonces el
objetivo debe ser evitar el control político sobre el Tribunal.
Tomando
en cuenta las condiciones politicas actuales en Venezuela, ¿es inevitable que
Maduro “gane” las fraudulentas elecciones presidenciales convocadas para abril
o todavía es posible salvar a la democracia en Venezuela, a pesar de que no hay
una salida electoral?
Creo que debemos dejar de hablar acerca de
cómo salvar a la democracia en Venezuela. La democracia en Venezuela está
muerta y tiene que ser reconstruida. Quizás hubiésemos podido hablar de cómo
salvar a la democracia en los últimos años del régimen de Chávez, pero, hoy
día, la democracia está muerta. Esa muerte comenzó con Chávez, pero fue
materializada bajo el régimen de Maduro.
Y si
hubiese alguna duda acerca de la muerte de la democracia, bastaría con observar
el fraudulento proceso de convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente
que terminó de asesinar y de enterrar a la democracia.
Hay un
consenso creciente entre politólogos que, bajo la mayoría de las
circunstancias, incluso bajo autoritarismos competitivos, es más conveniente
para la oposición participar en las elecciones antes que llamar a la
abstención. Muchas personas, incluso en Venezuela, creen que la decisión de
llamar a la abstención en las elecciones parlamentarias de 2005 fue claramente
un error. En la mayoría de las ocasiones, la estrategia basada en abstención
fracasa, pues sólo en pocos casos la abstención y el boicot electoral pueden
afectar la estabilidad del régimen.
Por lo
tanto, si hay mecanismos institucionales disponibles, la oposición debe acudir
a ellos, tal y como explicamos en el libro. La pregunta en Venezuela, sin
embargo, es si existe algún mecanismo institucional disponible. Y la respuesta
parece ser negativa.
Yo
creo que la oposición acertó al participar en las elecciones parlamentarias de
2015, pues había la posibilidad de ganar esas elecciones y de impulsar, desde
la Asamblea Nacional, cambios políticos. Lamentablemente, pese al esfuerzo, ese
objetivo no se alcanzó. Así, los resultados de esa elección llevaron a Maduro a
adoptar una estrategia abiertamente autoritaria sin siquiera acudir a las
jugarretas que en el pasado había implementado. En realidad, Maduro optó por
actuar descaradamente como un gobernante autoritario.
Bajo
este nuevo escenario, entonces, la estrategia de la oposición venezolana luego
de 2016 apuntaba a afectar la estabilidad del Gobierno de Maduro, que quedaría
desacreditado y aislado internacionalmente, todo lo cual podría conducir al
colapso del régimen. En este punto, la única causa que podría llevar a tal
colapso es el quiebre dentro del Gobierno, por la decisión de sus funcionarios,
incluso dentro de la Fuerza Armada, de abstenerse de seguir cumpliendo las
órdenes autoritarias de Maduro. Tales funcionarios hubiesen actuado en su
propio interés, pues en definitiva el régimen de Maduro colocó en riesgo a
todos aquellos que apoyaron a su gobierno. Por esto, era posible pensar en la
formación de una coalición dentro del sector oficialista –tanto de civiles como
de militares– a los fines de decidir que, para su propia subsistencia, era necesario
detener el autoritarismo de Maduro y acabar con la tragedia venezolana.
Por lo
tanto, la conducta abiertamente autoritaria de Maduro que destruyó a la
Asamblea Nacional y cerró las vías democráticas ha debido llevar en definitiva
al colapso de su régimen. Pero eso no sucedió. Para mí es una sorpresa que el
régimen de Maduro haya subsistido tanto tiempo en el medio de una profunda
crisis económica y sin apoyo político.
Creo
que, desde 2015, la oposición venezolana adoptó una estrategia adecuada, incluso
con las protestas de 2017. Lamentablemente no se logró la salida de Maduro, lo
que no quiere decir que había una alternativa posible mejor.
Ahora
bien, en las actuales condiciones, cuando la oposición venezolana está impedida
de participar políticamente, y cuando no hay ninguna vía electoral o
institucional disponible, debe pensarse en mecanismos no-electorales para
lograr ese cambio. Así, la combinación de protestas –que generarán represiones–
puede llevar a un quiebre dentro del Gobierno, siempre y cuando sus
funcionarios decidan no seguir las órdenes arbitrarias de Maduro.
Ésa
fue precisamente la estrategia en el 2017, pero no se logró entonces el cambio
político.
Así
es. Hay varios ejemplos de regímenes autoritarios que han colapsado, por
ejemplo, el de Serbia en el año 2000, el de Ucrania entre 2004 y 2005 y el de
Zimbabue, hace no mucho, y sin protestas.
Los regímenes autoritarios que llevan al colapso del Estado, haciéndolo
incapaz de proveer bienes público, colapsan. Sorprendentemente esto no ha
sucedido en Venezuela, pero ello no significa que el régimen de Maduro no vaya
a colapsar. Por eso, la oposición implementó la estrategia correcta en 2017,
pero en política no hay leyes perfectas: incluso las mejores estrategias pueden
fallar.
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