martes, 13 de marzo de 2018

Venezolanos en La Plata, una camada inmigratoria con una fuerte formación, por @eldialp ‏




NICOLAS MALDONADO 12 de marzo de 2018

Desde que llegó hace dos años escapando de un país que tras haberla formada como ingeniera no le daba ninguna oportunidad laboral, Laura Laguado (29) ha visto arribar cada vez más venezolanos a La Plata. Su casa en la zona del Parque San Martín es de hecho un lugar de referencia para muchos de sus compatriotas que eligen la Ciudad para emigrar. Sólo en este tiempo ha recibido a más de veinticinco: “llegan con una mano atrás y otra adelante”, reconoce ella al señalar que la mayoría posee sin embargo un valor poco común entre los inmigrantes: su alto nivel de capacitación.

“Cuando llegué a principios de 2016 había ya algunos venezolanos en La Plata pero no el aluvión que somos hoy. El año pasado vinieron un montón de colegas y ex compañeros de la facultad, casi todos ingenieros, electrónicos, mecánicos, ambientales o geofísicos como yo -cuenta Laura-. La gente que viene es la que tiene todavía algún recurso para costear un pasaje, el resto no puede ni siquiera salir del país”.

En efecto, el año pasado se radicaron en Argentina 31.167 venezolanos, tres veces más que en 2016. La mitad de ellos (unos 15.680) declararon tener un título universitario: la mayoría en el campo de la ingeniería (4.116) pero muchos también en administración de empresas (1.599), ciencias jurídicas (856), periodismo (650) y arquitectura (250), entre otras profesiones, según datos del gobierno nacional.


“Vinieron un montón de ingenieros en petróleo a un país que tiene petróleo y pocos ingenieros. Es un recurso humano altamente calificado que tenemos que aprovechar”, señalan las autoridades de la Dirección Nacional de Migraciones al reconocer que se trata en su mayoría de personas jóvenes de familias de clase media profesional, personas que de pronto no sólo se encontraron sin trabajo sino también frente a la necesidad apremiante de dejar su país para sobrevivir.

PARA SOSTENER A LA FAMILIA ALLA

“La situación en Venezuela se complicó muchísimo el año pasado. El dólar, que valía 200 bolívares, pasó a valer más de 200 mil. Y al no poder importar insumos por el costo del dólar, muchas empresas cerraron o dejaron de producir. Vas al supermercado y no hay nada; y si de pronto, por ejemplo, aparece una partida de arroz, se acaba ese mismo día porque la gente no compra una caja sino cinco para tener”, cuenta Laura, quien trabaja de moza en una confitería de la Ciudad.

Por eso “uno puede tener un título universitario y una gran formación, pero si se va de su país con lo justo no tiene margen para elegir: hay que ponerse trabajar enseguida y agarrar lo que hay. Porque además hay que ayudar a la familia”, explica Laura, quien todos los meses envía unos 200 dólares de sus ingresos a Venezuela.

Esos 200 dólares “son como treinta sueldos mínimos allá”, señala la chica al explicar que gracias a ese dinero su papá (que es ferretero mayorista) y sus hermanos “están dentro de todo bien: hacen las tres comidas diarias, que no es lo común: hoy en Venezuela se ve gente haciendo cola para comer restos basura de un contenedor”.

Según un estudio realizado a principios de este año por la encuestadora Datos Group, unos tres millones de venezolanos reciben dinero de familiares en el extranjero, lo que representa 14% de la población. Entre ellos, el 5% reconoció haber recibido además medicinas y alimentos del exterior. Si bien el volumen de remesas de Venezuela aún es bajo, la pérdida de poder adquisitivo divide al país entre quienes reciben divisas y los que sólo cuentan con bolívares para sobrevivir.

2 MALETAS Y UNA VIDA HECHA ATRÁS

La vertiginosa pérdida de poder adquisitivo marcó también la salida de Aixa Granados (53) de Venezuela en agosto del año pasado dejando a su marido y dos hijos allá. Aunque propietaria de una empresa de seguridad e higiene industrial en Caracas, cuando decidió emigrar a Argentina no le alcanzaba el dinero para pagarse el pasaje de avión. Fue su hija, que ya estaba instalada en La Plata, quien la ayudó para que pudiera viajar.

Con un pasado como oficial de la Marina venezolana, dos posgrados universitarios y muchos años de trayectoria profesional, Aixa cuenta que tuvo que ponerse a trabajar como ayudante de cocina apenas llegó a la Ciudad. Aun así y con todo lo que le duele haberse venido “sólo con dos maletas, dejando una vida hecha”, ella reconoce que “la situación no daba para más”.

“No es sólo la falta de comida y medicamentos -explica-: es salir de tu casa todas las mañanas y encomendarte a Dios porque no sabes si vas a volver. La situación llegó a tal punto en Venezuela que te matan en cualquier momento por cualquier cosa. La desesperación ha llevado a que las personas se deshumanizaran tanto que si se te queda el carro al caer la tarde, mejor lo dejas porque lo menos que puede pasarte es que lo vayan a robar”, cuenta la mujer.

El año que viene su hijo de 15 años termina la secundaria y “Dios mediante”, espera poder traerlo a La Plata. No sabe en cambio cuánto pasará hasta que vuelva a estar junto a su marido otra vez. “Su situación es muy compleja porque tiene al papá de 90 años, que no está en condiciones de empezar otra vida, y al que no puede dejar sólo allá”, explica señalando que “no es un caso excepcional: miles de familias han tenido que separarse en estos últimos años para sobrevivir”. “Lo que está pasando en Venezuela es una tragedia nacional -dice-, una tragedia que muy pocos llegan a ver”.


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