María Angelina Castillo 07 de marzo de 2018
Cuando
un venezolano llega a Huaquillas, la ciudad fronteriza entre Ecuador y Perú, ya
ha hecho por lo menos cuatro días de viaje por carretera desde que dejó su
casa.
Las
posibilidades de aseo han sido escasas y la alimentación diaria consiste en
galletas, pan y jugo que muchos guardan en su maleta antes de salir de su país,
a más de 2 269 kilómetros de distancia.
En su
ruta al sur del continente ingresan a Ecuador por el puente de Rumichaca, en
Carchi, en la frontera con Colombia. Huyen de la crisis económica y la
violencia, que atraviesa su país.
Una
vez en Ecuador, viajan desde la terminal de Tulcán rumbo a Huaquillas durante
13 horas; ahí toman un taxi para trasladarse hacia Migración de Perú, cruzando
la frontera. Allí inician un nuevo periplo para ingresar al vecino país del
sur. Aunque hay quienes continúan el camino hacia Bolivia, Chile y Argentina.
En
Migración, Carolina Robledo espera sellar su pasaporte y recibir su Permiso
Temporal de Permanencia (PTP), aprobado en el 2017 por el presidente peruano,
Pedro Pablo Kuczynski.
El sol
del mediodía es calcinante y la temperatura supera los 34 grados. Robledo lleva
ropa deportiva de color negro y una gorra con la bandera tricolor. Buscará a su
papá, que tiene cuatro años en Lima.
Decidió
viajar con su esposo desde Carabobo, estado ubicado en el centro-norte de
Venezuela, porque el dinero ya no le alcanza para comprar comida.
En
Perú se ha contabilizado la presencia de 100 000 venezolanos. El 15% tiene el
permiso temporal, el 75% llega como turista y el resto es residente, según
medios locales.
Durante
el viaje, Robledo hizo amistad con otras seis personas. “Nos unimos por la
inseguridad, porque uno nunca sabe”, cuenta. Se conocieron en Cúcuta, ciudad
colombiana que colinda con San Antonio del Táchira, del lado venezolano.
Comparten
la comida y las responsabilidades. Todos cuidan las maletas de todos, por
turnos: mientras unos van al baño o sellan los pasaportes, los demás vigilan
las pertenencias. Dos de ese grupo son pareja y los otros son primos que
seguirán hacia Bolivia.
En los
casi cinco días que lleva de viaje solo hizo una parada en Cúcuta, para
descansar. “No nos alcanza el dinero. No podríamos quedarnos en hoteles”, se
lamenta. “El único lujo que me pude dar fue un almuerzo que me comí ayer,
porque lo necesitaba. Me estaba muriendo de hambre”.
En los
casi cinco días que lleva de viaje solo hizo una parada en Cúcuta, para
descansar. “No nos alcanza el dinero. No podríamos quedarnos en hoteles”, se
lamenta. “El único lujo que me pude dar fue un almuerzo que me comí ayer,
porque lo necesitaba. Me estaba muriendo de hambre”.
Huaquillas,
en la provincia de El Oro, es la principal entrada a Perú por vía terrestre.
De
acuerdo con el Ministerio del Interior de Ecuador, de los 288 005 venezolanos
que ingresaron al país el año pasado, 227 810 lo hicieron por Rumichaca. De
esta última cifra, el 68,75% registró su salida por la frontera con Perú.
Solo
en enero de este año, la cifra de venezolanos que salieron de Ecuador por
Huaquillas alcanzó las 44 731 personas. Si se mantiene la tendencia, podría
duplicar el total del 2017.
En el
territorio peruano funciona uno de los Centros Binacionales de Atención en
Frontera (Cebaf), que fueron creados por la Comunidad Andina para el control
del flujo de personas, mercancías y vehículos.
La
Aduana de Perú señala que el número de venezolanos atendidos entre enero y
febrero de este año creció 40% en relación con el año pasado.
A
diario, registran en promedio 1 000 venezolanos. La cifra de ecuatorianos,
colombianos y peruanos no supera los 400.
Es
tanta la afluencia que las autoridades habilitaron una oficina únicamente para
venezolanos. Se le conoce como el “Bloque Garita”.
El
trámite en este módulo puede durar más de dos horas.
Rafael
Di Damazo, de 28 años, partió de Aragua. Este fue el estado más violento de
Venezuela durante 2017. Hubo 155 muertes por cada 100 000 habitantes, según el
Observatorio Venezolano de Violencia.
Di
Damazo tiene su título universitario en Producción Industrial y forma parte del
grupo etario con mayor número de migrantes, de acuerdo con el Ministerio del
Interior.
Di
Damazo dejó su país porque su sueldo solo le alcanzaba para comprar dos kilos
de carne. Trabajaba en una fábrica de plásticos, cuya producción bajó por la
falta de materia prima.
Reunió
USD 200, de los cuales había gastado 95 en pasajes desde que salió de su país.
Deximar
Escobar, de 20 años, lleva las fotos de su mamá en su maleta. Ella viaja con su
prima Ashley, de 18, quien esperó cumplir la mayoría de edad para salir.
Seguirá hasta Santiago de Chile, donde la espera su hermano, quien emigró en
agosto pasado.
Acalorada,
Katerine Tamayo lleva a su bebé de tres meses. Ella tiene 22 años y su esposo,
26. Entre los dos llevan alrededor de USD 400.
Son
oriundos del estado Portuguesa (en el centro de Venezuela), donde dejaron a su
otra hija de 3 años, porque no pudieron sacar el pasaporte por falta de
material, dicen.
Se quedarán
en Trujillo, una ciudad del norte de Perú. Allí buscarán trabajo para pagar el
dinero que les prestaron para el viaje y para ayudar a sus familiares.
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