Gregoria Díaz 01 de mayo de 2018
@churuguara
Aunque
sus ancestros son italianos, portugueses y
colombianos, Andrés Salvador de Oliveira Di Bernardo es tan criollo como
una arepa. Aragüeño de nacimiento, el segundo finalista del reality show Master
Chef Latino habló desde España en exclusiva para Crónica.Uno, sobre la
experiencia en el concurso y sus ganas de regresar algún día a Venezuela.
Maracay.
Cuando le preguntan qué recuerdo guarda de Venezuela, no titubea en afirmar que
el ácido sabor de la parchita lo remonta a sus años de infancia y adolescencia
entre El Limón, estado Aragua, y los Altos Mirandinos.
El
segundo finalista del famoso reality show Master Chef Latino, transmitido por
la cadena Telemundo, fue Andrés Salvador de Oliveira Di Bernardo. Y aunque sus
apellidos pudiesen detonar que nada lo vincula a Venezuela, es tan criollo como
la arepa, el casabe, el rompe colchón o la empanada. Nació hace 36 años en la
clínica Calicanto de Maracay, detrás de la icónica Plaza de Toros de la ciudad
jardín, aunque su familia se estableció desde el primer momento en El Limón, en
el municipio Mario Briceño Iragorry, a escasos minutos de la capital aragüeña.
Sus
padres son esa mezcla de razas que nacieron en este país luego de que Venezuela
se convirtiera en el predilecto refugio para inmigrantes. Su madre es hija de
italianos y su padre nació del matrimonio entre un portugués y una colombiana.
Ambos nacidos en Venezuela.
Andrés
es, entonces, el producto del mestizaje de las migraciones que se establecieron
en Venezuela y que hicieron suyo este país. Su madre, Marucha Di Bernardo, por
ejemplo, arquitecta egresada de la Universidad Central de Venezuela, fue la
diseñadora de la puerta de entrada de la casa Italia de Maracay. Su padre,
Domingo de Oliveira, nació en Caracas y forma parte actualmente de esa diáspora
venezolana. Hoy reside en Kissimmee, Estados Unidos.
Sus
abuelos maternos, los Di Bernardo, fueron propietarios de una estación de
servicio ubicada en la entrada de El Limón y también de una pizzería ubicada en
plena avenida Caracas que con el tiempo y luego de venderla, se convirtió en
una cachapera. Andrés comenzó a temprana edad a disfrutar de la diversidad de
sabores que reinaba en su familia y que, como la mayoría de los miles de
inmigrantes, forjaron futuro para sus hijos y nietos.
Andrés
de Oliveira guarda intactos sus recuerdos infantiles en Aragua y,
particularmente, el olor y el sabor de las empanadas con jugo de parchita que
compraba todos los días en la cantina de la escuela mientras estudiaba
primaria, antes de que sus padres decidieran mudarse a los Altos Mirandinos.
Establecidos
en el estado Miranda, decide estudiar Informática, pero aclara inmediatamente:
“no era lo mío”. El triunfo de Hugo Chávez prendió las alarmas en su familia,
que ya intuía que las cosas en Venezuela no serían igual. En 1999, su madre
toma la decisión de abandonar Venezuela, mientras que su “nonna”, junto con el
resto de su familia materna, reedita el amargo sabor de la migración y retornan
a Sicilia, Italia. Su abuelo, ya fallecido, quedó en tierra venezolana.
Ha
sido muy duro para ella y para la familia —dice Andrés— extrañan y añoran a su
verdadero país: Venezuela.
No ha
perdido la jerga ni el inconfundible acento venezolano, aun cuando vive en
Estado Unidos desde hace 19 años. De Oliveira, accede muy amablemente a
conversar telefónicamente con la corresponsal de Crónica.Uno apenas aterriza en
Madrid, a donde acaba de llegar para disfrutar de unas vacaciones y descubrir
nuevos sabores.
Cuando
me preguntan qué recuerdo de Venezuela —dice sonriente— lo primero que viene a
mi memoria son las empanadas y el jugo de parchita, sobre todo el de la
parchita, fruta que adoro y que en Estados Unidos es sumamente difícil
encontrar“.
En
Miami, Andrés de Oliveira, comienza a incursionar en la actuación. Desde
entonces ha grabado comerciales para marcas importantes como Wendy´s o Toyota y
como actor ha participado en Crime School (2011) y en Tony Tango (2015),
escrita por él y en la que participó con el personaje de Pablo.
Desayuno
criollo | Captura de pantalla
Mudado
a Los Ángeles, descubre una multiplicidad culinaria exquisita, producto de la
confluencia y fusiones de razas que despiertan su curiosidad por la cocina. Su
aprendizaje ha sido autodidacta. Algunos libros de cocina y videos en Youtube
solo despertaron en él su otra pasión, que muestra y demuestra con su familia y
amigos.
Uno de
ellos, quien aspiraba entrar a Master Chef Latino, fue quien lo convidó para la
audición.
“Semanas
después, fue a mí y no a Pedro a quien seleccionaron para el reality”, dice
entre carcajadas mientras asegura que aunque nunca estuvo en su “menú” de vida
participar en este tipo de programas, Master Chef Latino le dejó una grata
experiencia.
Hoy,
sigue recibiendo halagos y felicitaciones y confiesa que las más sentidas y
especiales son las de sus compatriotas. Es que en medio de tanto caos, la noticia
de su clasificación y su segundo lugar en el reality show, han dejado un gran
gusto en el corazón de los venezolanos.
La
fama que por extensión le ha traído haber participado en Máster Chef Latino, se
la disfruta con calma. Al fin y al cabo, Andrés está acostumbrado a las
bambalinas y a los reflectores. No puede hablar sobre los intríngulis del
concurso porque así lo acordaron los participantes en una cláusula de
confidencialidad. Pero desmiente categóricamente cualquier supuesta rivalidad
entre él y la ganadora, Sindy Lazo, y una supuesta demanda contra Telemundo.
“A
Sindy —comenta— le cociné arepas varias veces y siempre fue agradable compartir
con ella“.
Muchos
son los planes y proyectos en puerta. Asoma su participación en una revista
donde tendrá a su cargo la sección gastronómica, pero mientras tanto, sigue
dedicado a la reciente soltería, a la actuación y a los negocios. “El
espectáculo es efímero”, agrega.
Por
eso sigue apostando a la empresa de cuidado de mascotas Sitter4Paws.com, que
emprendió como parte de su supervivencia financiera. Hoy, Andrés de Oliveira
también saborea el éxito, al posicionar su franquicia en 5 estados de EE. UU.
En los
19 años que lleva radicado en el país norteamericano, solo regresó una vez a
Venezuela. Pero esa distancia no le ha expropiado su arraigo. De los tres
hermanos, solo él no ha dejado de hablar español. Además no ha perdido el
acento y durante la conversación siempre afloraron típicas palabras que
solamente los venezolanos saben traducir.
¿Cuál
usas con más frecuencia?
—”Rata”.
A mis amigos siempre les digo así. Y entienden que solo un venezolano sabe lo
que significa.
¿Volverías?
—Si la
situación del país cambia, ojalá que pronto, regresaría a mi país.
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