JOSÉ
CARREÑO FIGUERAS 03 de mayo de 2018
La crisis de
refugiados venezolanos crece cada vez más, tiene ramificaciones y consecuencias
cada vez más amplias y ningún viso de terminar.
Se trata,
comienzan a concordar sociólogos y políticos, de la crisis de refugiados más
grande de los tiempos modernos en América Latina, aún cuando el gobierno
venezolano, aliados como Bolivia y Cuba, o beneficiarios como Trinidad y
Tobago, resistan la definición.
De acuerdo con
la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), “si bien no todos
los venezolanos son refugiados, cada vez resulta más claro que un número
significativo necesita protección internacional”.
Cualesquiera que
sea la formulación, sea refugiados políticos o migrantes económicos, las
reverberaciones tienen cada vez mayor alcance en el continente: tan lejos como
Buenos Aires y Miami o tan cerca de Venezuela como Brasil, Colombia, Ecuador o
Trinidad y Tobago.
Juan Manuel
Santos, presidente de Colombia, afirma que hay más de un millón de venezolanos
asentados en su territorio.
El Primer
Ministro de Trinidad y Tobago, Keith Rowley, advirtió a las Naciones Unidas que
no permitirá que su país se convierta en un campo de refugiados; en Brasil, se
estima que más de 50 mil venezolanos se han establecido en la ciudad de Boa
Vista, que tenía 320 mil habitantes 2016 y es la capital del estado de Roraima,
en la frontera con Venezuela.
En total se
estima que más de un millón de venezolanos han emigrado en los últimos 30
meses.
Sean lo que sean
y cualesquiera sea la definición de políticos o burócratas internacionales, son
ciertamente producto de una crisis económica, política y social.
Y no importa
cómo se les denomine, son cerebros y brazos que dejan Venezuela en busca de
oportunidades.
Son parte de ese
enorme volumen de personas que en Asia, África o América Latina buscan mejorar
su situación; sus razones son similares a las que en las últimas décadas
motivaron a otros migrantes, sean mexicanos, italianos, franceses, españoles,
chinos o japoneses: el deseo de una vida mejor en lo económico o huir de la
represión.
En el caso
venezolano, para bien o para mal y guste o no al gobierno de Maduro, se
combinan ambos factores. Peor aún, no parece haber una salida viable: el
presidente Maduro buscará legitimar su gobierno con una elección del 20 de
mayo, en la que el único candidato de la oposición tradicional es Henri Falcón,
del Partido Avanzada Progresista, y el tercero en discordia es Javier Bertucci,
un predicador evangélico que representa al grupo Esperanza por el Cambio.
Y como ha
sucedido en los últimos años, la oposición está dividida pese a una semblanza
de coordinación en la Mesa de Unidad Democrática que el propio Falcón asegura
que “dejó de existir hace tiempo”.
Pero tal como se
plantean, las elecciones no serán solución para los problemas y sólo llevarán a
cada vez más emigración, con o sin el nombre de refugiados.
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