Rodrigo González 17 de junio de 2018
Más de
150 músicos del país caribeño han llegado a Chile como parte de una diáspora en
el mundo. Su prestigio los precede, vienen del famoso Sistema de Orquestas y
viven como pueden: tocan en la Sinfónica, en la Filarmónica, en televisión o en
la calle.
A Miguel
Tagliafico (31) lo persiguen los metales. Cuando no está soplando por la
embocadura dorada de su trompeta en la orquesta de Morandé con Compañía, está
dándole a las latas hundidas de los autos en la desabolladuría de Huechuraba
donde trabaja con amigos venezolanos. En rigor, para ganarse la vida, pasa más
tiempo en el taller: tres días a la semana, versus los dos que graba desde las
12 del día hasta pasada la medianoche en Megavisión.
Hasta
hace siete meses, Tagliafico sólo vivía a través de sus dotes musicales. Y era
en una orquesta sinfónica. Para ser exactos, en la más conocida de
Latinoamérica: la Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, el emblema del Sistema
de Orquestas de ese país, admirado e imitado en todo el mundo, incluido Chile.
Ahí estuvo durante 14 años hasta que la emergencia económica de su país lo
obligó a salir.
“Pertenezco
a la gran familia de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela”,
enfatiza Tagliafico, a quien se puede ver en youtube en conciertos de la
agrupación venezolana por todo el mundo, desde la sala Philharmonie de Berlín a
los Proms del Royal Albert Hall de Londres, el festival clásico más grande del
planeta. Para ser honestos, se lo puede ver a él, pero también a otros
instrumentistas de la Simón Bolívar actualmente en Chile.
Uno
es, por ejemplo, el clarinetista David Medina (35), quien ha tenido más suerte
y logró entrar a la Sinfónica Nacional de Chile. “Mi primera opción era Chile y
afortunadamente se abrió una plaza para ser clarinete en la Sinfónica”, cuenta
Medina. “Me vine con mi esposa, pues todos sabemos lo que pasa con Venezuela.
Hubo una especie de eliminatoria final con 12 solistas y quedé en la Sinfónica
de Chile”, agrega el clarinetista, que desde marzo está en la Sinfónica, aunque
recuerda que como integrante de la Orquesta Infantil de Venezuela ya había
estado en Chile en 1994.
Como
Miguel Tagliafico, (o como casi todos en el país caribeño), David Medina entró
de niño al Sistema de Orquestas. “Participé en varias de las grabaciones que
hizo el maestro Gustavo Dudamel (para el sello Deutsche Grammophon), desde
Beethoven a Mahler”, recuerda Medina. Para él, el momento de gloria de la Simón
Bolívar fue en marzo del año pasado, cuando tocaron las nueve sinfonías de
Beethoven en la legendaria sala Musikverein de Viena. “Es como haberse ganado
un premio, tocar en la ciudad donde se estrenaron las sinfonías de Beethoven”,
añade.
Desde
ese momento el destino de la agrupación de Caracas y de su propio director ha
ido entrando a territorios aciagos. Los coletazos de la mala situación
económica del país retumbaron tarde o temprano en el mayor orgullo cultural de
Venezuela y, de acuerdo al diario El País de España, al menos un tercio de la
Simón Bolívar ha salido del país.
El
golpe de gracia llegó en abril del 2017, cuando en medio de una protesta contra
el gobierno, el violista Armando Cañizales (miembro del Sistema de Orquestas)
cayó muerto por un balazo en la cabeza. En ese momento, el director Gustavo
Dudamel condenó públicamente el hecho y sentenció su futuro y el de la
orquesta: el gobierno de Nicolás Maduro recortó los presupuestos y suspendió
las giras. Hasta hoy, Dudamel (que siempre fue cauto en sus comentarios
políticos) no ha vuelto a pisar Caracas.
Casi
como si se tratara de un guión triste o, en este caso, de una sinfonía
dramática, en marzo murió José Antonio Abreu (1939-2018), el creador del
Sistema de Orquestas de Venezuela y mentor del director Gustavo Dudamel, que
además de ser el hijo pródigo de la institución es titular de la Filarmónica de
los Angeles.
“Es
triste lo que pasa con la Sinfónica Simón Bolívar, pero a veces miro todo de
una manera más optimista pues estoy empezando unnuevo ciclo en Chile”, dice
Medina, que llegó a la audición en Chile gracias a un dato que le entregó su ex
compañero de orquesta en Venezuela, Obeed Rodríguez (40). “Yo estoy en Chile
desde el 2016, cuando se generó un cupo en trombón bajo#, cuenta Rodríguez.
“También estuve en aquellas grabaciones de Mahler o Beethoven con Gustavo Dudamel”,
explica. Y, además, da un dato de economía doméstica: “Estoy con mi familia en
Chile. El sueldo de acá me permite vivir. El de allá no. La comparación entre
lo que le pagan a uno en Venezuela con lo que pagan acá es realmente triste”.
Divisiones
juveniles
David
Montaño (23), oboísta de la Sinfónica Nacional Juvenil de Chile, lleva dos años
en el país y vive en Valparaíso. Para él, su viaje tiene que ver directamente
con las expectativas de una vida más “tranquila”. “Yo me vine a trabajar en
cualquier cosa y tuve suerte pues ahora estoy otra vez tocando el oboe”,
cuenta. “El nivel de inflación hacía imposible que el sueldo me alcanzara para
vivir. Ahora, entre la beca que tengo en la orquesta en Chile y mi trabajo
logro cierta estabilidad”, detalla Montaño, que complementa la música con sus
labores en una tienda de ropa.
En la
misma Fundación de Orquestas Juveniles de Chile (FOJI) está Freddy Pérez (32),
quien en Venezuela dirgía la Orquesta Infantil de Maracay. “Llevo dos meses en
Chile, apenas. He hecho de toco acá”, dice. “Allá, entre otras cosas, mi labor
fundamental era la de director. También me tocó estar en contacto con el
maestro José Antonio Abreu en algún momento. Aunque suene raro, le agradezco a
Chile que me haya dado versatilidad: he estado en call centers, en multitiendas
y también vendiendo shushi en la estación del metro Ñuble”, cuenta Pérez, que
es contrabajista de formación.
De
acuerdo a los datos que maneja la Fundación Música para la Integración, en
Chile hay más de 150 músicos venezolanos, pero apenas un diez por ciento de
ellos están integrados en las orquestas tradicionales. El resto toca en
agrupaciones informales o derechamente hace otra cosa. Varios, además, integran
la Orquesta de la Fundación para la Integración, que está formada
fundamentalmente por sus compatriotas y dirigida por Ana Vanesa Márvez
“Yo
era parte del Coro Sinfónico Simón Bolívar y estoy en Chile desde el 2015. La
integración en las instituciones musicales ha sido lento”, explica Ana Vanesa
Márvez (32), que fue dirigida en su calidad de cantante de coro por el reputado
director de orquesta inglés Simon Rattle, entre otros. “La mayoría de los
músicos venezolanos está en cosas informales: en call centers, de nanas o de
garzones. Yo estuve un año y medio así, pero ahora estoy como gestora cultural
en la Corporación de Lo Barnechea”, dice Márvez, que creó la Fundación para la
Integración con el objetivo de crear fuentes de trabajo para inmigrantes.
“Hasta
ahora hacemos conciertos gratuitos en iglesias y centros cultural es, pero la
idea es que la orquesta nos ayude económicamente en el futuro”, explica la
cantante venezolana, que detalla que en la orquesta hay un porcentaje también
de músicos de otros países.
El
vínculo local
Entre
los instrumentistas que están en el país hay al menos dos que tienen una conexión
chilena: Guillermo Carrasco (23), chelista y encargado de la central de
instrumentos en la FOJI, y Luis Greiner (17), violinista de la Orquesta
Sinfónica Juvenil. Las madres de ambos eran chilenas y llegaron a Venezuela
tras exiliarse después del Golpe.
Los
dos muchachos se educaron bajo la exigente disciplina de hierro del Sistema de
Orquestas de Venezuela. Calderón ya no puede integrar la Juvenil pues tiene un
año más de lo permitido, mientras que Greiner si cumple con los requisitos. “Mi
intención es poder seguir estudiando acá y perfeccionarme, seguir en la
música”, dice el primero. “Es difícil que nos devolvamos a Venzuela por ahora.
Estoy acá con toda mi familia. Mi padre, que tenía allá un buen tabajo como
dueño de una fábrica de pulpa de fruta, fue asaltado varias veces. Aquí en
Chile estamos en la comuna de El Bosque”, detalla Greiner, que durante cinco
meses alojó en su casa a Oswaldo Guevara (29), violista de la Filarmónica de
Santiago.
El
músico es hijo de uno de los fundadores del Sistema de Orquestas de Venezuela.
“Yo soy del estado de Aragua, en el norte del país. Toco el violín y la viola”,
se presenta humildemente Aragua, que lleva el mismo nombre de su padre. “En la
Filarmónica estoy tocando ahora la viola”, agrega el instrumentista, quien vive
en San Miguel en la casa de un primo. Aragua también tocó en el Ensamble Noa,
un octeto de cuerdas de venezolanos que se presenta frente al Museo
Precolombino, a pocos metros de la calle. “Tocamos ah de lunes a sábado, de 11
a 3 de la tarde”, dice el violinista José Ignacio Durán (21), que complementa
sus actividades en el Ensamble Noa con su labor en la Orquesta de Cámara del
Teatro Municipal.
Así
como Durán, Guevara y Greiner tienen conexiones comunes, el cornista Javier
Mijares (26) también conoce a Obeed Rodríguez, el trombonista de la Sinfónica y
a Miguel Tagliafico, el trompetista errante. Mijares, como Guevara, se crió en
el norte de Venezuela y ahora es cornista de la Filarmónica de Santiago.
El
espectro sinfónico caribeño en Chile se mueve de a poco y trata de buscar su
lugar de la mejor manera. En Chile no hay tantas orquestas como en Venezuela y
es probable que eso les juegue en contra. Sin embargo, el vaso habría que verlo
medio lleno y no medio vacío. Habría que ver como Chile se enriquece con la
presencia de los músicos.
“Son
músicos muy bien preparados, con mucho repertorio y carrete”, afirma Juan Pablo
Aguayo, director residente de la Sinfónica Nacional Juvemil y flautista de la
Sinfónica de Chile. “Todos ellos vienen del Sistema de orquestas venezolano y
ahora, debido a la situación política de su país, están repartiéndose en todo
el mundo. Es un fenómeno global. Lo triste es en las condiciones que han tenido
que salir de su país, pero desde el punto de vista nuestro, Chile puede
aprender de ellos”.
Dentro
de dos semanas, el maestro Gustavo Dudamel dirigirá dos conciertos en CorpArtes
con miembros de las orquestas Filarmónicas de Viena, Berlín, Los Angeles,
Sinfónica de Gotemburgo, Sinfónica Simón Bolívar y la Nacional Juvenil de
Chile. Tal vez se podría interpretar como la oficialización del nexo musical
venezolano-chileno. José Ignacio Durán, el violinista del Museo Precolombino, fue
invitado a tocar ahí. También dos más del Ensable Noa. Dudamel justamente está
en estos días en Chile viendo los ensayos y uno de los que los presenció fue
Alberto Dourthé, histórico concertino de la Sinfónica de Chile. “Para mí es un
orgullo que los músicos venezolanos estén en Chile”, dice. “Son instrumentistas
de primer nivel. Y no lo digo yo, sino que grandes directores como Simon Rattle
y Claudio Abbado, quienes condujeron la Sinfónica Simón Bolívar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario