RICARDO HAUSMANN , MIGUEL ÁNGEL SANTOS y DOUGLAS BARRIOS 10
de julio de 2018
@ricardo_hausman ,
@miguelsantos12 y DOUGLAS
BARRIOS
La
situación de Venezuela continúa agravándose año tras año. Si se cumplen las
proyecciones de los organismos multilaterales para 2018, el país habrá perdido
cerca del 50 por ciento de su producto interno bruto en cinco años. Esta caída
se encuentra entre las catástrofes económicas más grandes de los últimos
sesenta años, por encima de Zimbabue entre 2002 y 2008, y comparable solo con
la de países que fueron soviéticos luego de la transición del comunismo. O a la
de conflictos bélicos como los de Irak, Liberia, Libia y Sudán del Sur en las
últimas tres décadas.
A
medida que se deterioran las condiciones del país, también cambian las
estrategias y los apoyos requeridos para lograr su recuperación. Veinte años de
chavismo han dejado a Venezuela en una condición de invalidez tal que
rescatarla va a requerir ayuda internacional en la acepción más clásica del
término. América Latina y la comunidad internacional deben entenderlo así y
asumir el rescate de la nación latinoamericana como una urgencia.
Desde
2013 hemos venido trabajando en los lineamientos de un plan de rescate para “el
día después” del fin del régimen chavista. En septiembre de 2014, propusimos
una reestructuración de la deuda con el fin de evitar el colapso inminente y
compartir las cargas del ajuste de manera más equitativa entre los venezolanos
y los acreedores de deuda pública externa. A finales de 2015, alertamos sobre
la catástrofe humanitaria que se aproximaba. A principios del año 2016,
propusimos acompañar la reestructuración con un programa de asistencia
extraordinaria con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Trabajando con un
grupo de economistas venezolanos, calculamos que en aquel entonces se requerían
54.000 millones de dólares en cinco años; una cantidad similar —diez veces la
cuota del país— a la ayuda que el FMI le dio a Grecia en 2010 y a Argentina
hace algunos meses. Los resultados los recogimos en una propuesta para rescatar
el bienestar de los venezolanos que hicimos pública en 2017.
Pero
el día después no ha llegado y el futuro ya no es lo que era antes. Al actualizar
nuestros estimados con los datos más recientes, hemos tomado conciencia de que
los 54.000 millones de dólares que propusimos el año pasado ya no alcanzan. La
causa de esta insuficiencia es la enorme destrucción de valor en los últimos
doce meses. De acuerdo con un reciente reporte de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP), en mayo de este año la producción petrolera de
Venezuela fue 570.000 barriles por día inferior a la de mayo de 2017, una caída
del 29 por ciento. Esta diferencia representa unos 12.000 millones de dólares
anuales, cifra similar al total de las importaciones del año pasado, y
equivalente a 140 por ciento de las reservas internacionales del país. Además,
han colapsado los sistemas de refinación, generación eléctrica, agua, gas
doméstico y salud, y se han ido del país más de un millón de venezolanos.
Nuestro
problema ya no se puede resolver solo con una reestructuración de deuda más
profunda o con un programa de asistencia financiera más grande. Aunque los
fondos de los organismos multilaterales —como el FMI— vienen a tasas de interés
muy bajas, estos préstamos deben ser repagados. Las normas del FMI requieren
que el país sea lo suficientemente solvente en un plazo razonable como para
poder emitir deuda a tasas de mercado, a fin de devolver los préstamos
obtenidos. Dados los daños registrados en los últimos doce meses, la necesidad
de fondos adicionales sería de tal magnitud, que el país quedaría sobrendeudado
y perdería la posibilidad de acudir a los mercados financieros para repagarle
al FMI.
Una
comparación simple puede ayudar a comprenderlo: si a una persona, con buena
salud, se le quema la casa que compró mediante una hipoteca, es difícil que
pueda adquirir otra con otro préstamo, y salir adelante con dos hipotecas. Por
lo mismo, los bancos le prestarán el crédito para una segunda hipoteca solo si
se elimina la primera. Pero si, además, la persona perdió la salud y se
encuentra incapacitada para trabajar a ritmo normal durante algunos años, los
bancos no le prestarán para la vivienda a menos de que otros aporten parte del
capital.
Lo
mismo ocurre con Venezuela. Ya no es una de esas naciones que pueden ir a los
mercados financieros cuando lo necesiten. Tampoco es de los países de ingresos
medios, que no lo pueden hacer, pero sí pueden recurrir a préstamos ordinarios
de organismos multilaterales. Hoy en día Venezuela es un país pobre, altamente
endeudado, que no podrá salir adelante solamente con pedir prestado. Para estos
países se creó otro recurso: las donaciones.
Las
donaciones no son nuevas para el mundo, pero sí son inusuales en América
Latina, particularmente en países, como Venezuela, que alguna vez fueron
considerados ricos. Pero Venezuela ya tampoco es lo que era: actualmente cuenta
con un ingreso per cápita aproximado de 2 600 dólares por habitante y una
producción petrolera per cápita 64 por ciento inferior a la de 2005. El
chavismo le ha traído al país una perdida económica superior a las que se han
registrado en los países que han recibido las mayores donaciones después de
sufrir grandes catástrofes naturales o situaciones de guerra.
En
nuestras proyecciones, además de la reestructuración de la deuda y de un
paquete financiero de 60.000 millones de dólares, Venezuela requerirá de
donaciones de rápido desembolso por aproximadamente 20.000 millones de dólares,
necesarios para financiar la importación de materias primas, insumos
intermedios, repuestos, medicinas y equipos necesarios para iniciar la
recuperación acelerada de la producción.
Estos
recursos también permitirán sustituir a la impresión de moneda —el único
mecanismo de financiamiento del gasto público con el que cuenta el gobierno
venezolano tras agotar su capacidad de endeudamiento— y origen de la
hiperinflación que azota al país. Con este apoyo, el país podría fortalecer su
solvencia, lo que le haría posible acceder a un programa de financiamiento
multilateral en mejores condiciones.
De
obtener esta cantidad de donaciones, Venezuela no sería una excepción
histórica. A precios de 2017, los 20.000 millones de dólares para Venezuela
serían una fracción de la ayuda recibida por Palestina entre 2008 y 2010
(equivalentes a 67.983 millones de dólares) o Irak entre 2005 y 2007 (46.664
millones); y similar a las donaciones que recibió Haití entre 2009 y 2011,
Zambia entre 2005 y 2007 o Siria y Jordania entre 2013 y 2015 (todos alrededor
de 20.000 millones de dólares).
La
tragedia que hoy flagela a Venezuela es uno de los desastres humanos
contemporáneos más grandes. De hecho, que la devastación de esta nación
latinoamericana no esté asociada a una guerra o un terremoto, no la hace menos
cruenta ni menos mortífera, de acuerdo con los cálculos de Caritas.
La
rápida recuperación del país y la atención a su crisis humanitaria debe ser una
prioridad para América Latina y un imperativo moral para el resto del mundo. La
debacle de Venezuela ha generado consecuencias funestas para la región: una
crisis de refugiados, el regreso de enfermedades ya erradicadas —como el
sarampión y la malaria— y problemas asociados al narcotráfico, la corrupción y
el lavado de dinero. Por otro lado, la negativa del régimen venezolano a
aceptar ayuda humanitaria es una muestra más de que las consideraciones
políticas pueden llegar a predominar sobre el derecho a la vida.
El
hecho de que la tragedia venezolana sea producto de la implantación gradual de
un modelo de dominación social a través de la represión y el hambre, le impone
a la comunidad internacional la obligación de intervenir para evitar una
catástrofe humanitaria mayor.
Para
comenzar a recuperarse, Venezuela va a requerir de un programa de reformas que
restablezcan los derechos de propiedad, la seguridad personal y jurídica y los
mecanismos de mercado. También se necesitarán programas de asistencia
destinados a cubrir el enorme déficit de atención social heredado de la
revolución bolivariana. Esta serie de reformas debe ser respaldada por los
mecanismos de asistencia propios de la comunidad internacional: una donación
como la que se hizo a Haití, un programa financiero como el que recientemente
le otorgó el FMI a Argentina y una reestructuración de la deuda como la que se
hizo en Irak.
El
esfuerzo de la sociedad, junto con un programa integral de reformas y el
respaldo internacional, pueden ayudar a restituir a la mayor brevedad la
capacidad del país de salir del abismo y valerse por sí mismo.
Tomado
de: https://www.nytimes.com/es/2018/07/09/opinion-salvar-venezuela-crisis-economica/?smid=wa-share-es
No hay comentarios:
Publicar un comentario