CEV 06 de julio de 2018
Al
cumplirse cinco años de su visita a Lampedusa el Romano Pontífice celebró una
misa en el altar de la Cátedra de Pedro por los migrantes, a la que
participaron, precisamente, migrantes y socorristas.
Poco
después de su elección como Sucesor de Pedro, el Santo Padre Francisco decidió
visitar Lampedusa, la isla italiana que recibe cada día cientos de migrantes
que buscan un futuro mejor y que huyen de guerras y carestías: era el 8 de
julio de 2013. Así el Papa Francisco marcaba, con su primer viaje Apostólico,
una de las prioridades de su pontificado: los migrantes.
Al
cumplirse cinco años de aquella visita el Romano Pontífice celebró una misa en
el altar de la Cátedra de Pedro por los migrantes, en la que participaron,
precisamente, migrantes y socorristas.
Migrantes, víctimas de la cultura del
descarte
En la
homilía el Santo Padre partió de la advertencia del profeta Amós, «Escuchen
esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo…Vendrán días en que les haré
sentir hambre... hambre de escuchar la palabra del Señor», para recordar las
víctimas de la cultura del descarte, entre ellas, a los migrantes y refugiados,
“que siguen golpeando las puertas de las Naciones que disfrutan de un mayor
bienestar”.
Las respuestas no han sido suficientes
Sucesivamente
recordó su visita a Lampedusa, en la que se hizo eco del llamamiento perenne de
Dios a la responsabilidad humana: “¿Dónde está tu hermano? La voz de su sangre
clama a mí”, y manifestó que no se trata de una pregunta dirigida a otros, sino
"a cada uno de nosotros". Lamentablemente, las respuestas a esta
apelación- dijo - aunque sean generosas, no han sido suficientes, y hoy
lloramos a miles de muertos.
Dios cuenta con nosotros para ayudar a
nuestros hermanos
Haciendo
presente la promesa de Dios «Vengan a mí todos los que están afligidos y
agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28), Francisco puso de relieve que Dios
Padre necesita de nuestros ojos para ver las necesidades de los hermanos y
hermanas, nuestras manos para ayudar, nuestra voz para denunciar las
injusticias cometidas en el silencio, a veces cómplice, de muchos y nuestro
corazón para manifestar el amor misericordioso de Dios por los últimos, los
rechazados, los abandonados, los marginados.
La hipocresía estéril de quien no quiere
ensuciarse las manos
El
Papa Francisco también puso en guardia sobre la tentación de tener una actitud
de cerrazón ante quienes tienen derechos como todos a la seguridad y a una
condición de vida digna, y también se refirió a quien construye muros, “reales
o imaginarios”, en lugar de puentes. Para ello recordó el Evangelio de Mateo
del día, en que Jesús reprocha a los fariseos sobre la estéril hipocresía de
quien no quiere “ensuciarse las manos”: «Vayan y aprendan qué significa: Yo
quiero misericordia y no sacrificios» (9,13).
La respuesta es la solidaridad y la
misericordia
“Ante
los desafíos migratorios de hoy, la única respuesta sensata es la de la
solidaridad y la misericordia” afirmó el Papa, precisando que se trata de una
respuesta “que no hace demasiados cálculos”, y que “requiere una división ecua
de las responsabilidades, una honesta y sincera valoración de las alternativas
y una gestión prudente”.
La
política justa – aseguró - es aquella que se pone al servicio de la persona, de
todas las personas interesadas; que prevé soluciones adecuadas para garantizar
la seguridad, el respeto de los derechos y la dignidad de todos; que sabe
buscar el bien de su país teniendo en cuenta el de los otros países, en un
mundo cada vez más interconectado. Es éste el mundo que buscan los jóvenes.
Se necesita lealtad y compromiso
El
Romano Pontífice aludió luego a la necesidad de un compromiso de lealtad y de
buen juicio a llevar adelante junto con los gobernantes de la tierra y las personas
de buena voluntad y manifestó que por este motivo, se sigue con atención el
trabajo de la comunidad internacional para responder a los desafíos planteados
por las migraciones contemporáneas.
En la
conclusión, dirigió palabras en su lengua materna a los fieles presentes en la
Basílica provenientes de España, socorristas y rescatados en el Mediterráneo: a
los primeros expresó su gratitud por encarnar la parábola del Buen Samaritano,
y a los rescatados reiteró su solidaridad y aliento y les pidió “que sigan
siendo testigos de la esperanza en un mundo cada día más preocupado de su
presente, con muy poca visión de futuro y reacio a compartir, y que con su
respeto por la cultura y las leyes del país que los acoge, elaboren
conjuntamente el camino de la integración”.
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