Nelly Pujols 25 de julio de 2018
¡Vámolos!…
¡Vámolos!… Decía Jorge, mi hijo cuando escuchaba la palabra “parque” o
cualquier cosa que le sonara a diversión y lo sacara de la tranquilidad de la
casa.
Ahora
es a nosotros a quienes nos toca decidir si “lo vamos” o “lo quedamos”. La
tranquilidad de vivir en el país de uno (al menos hace algunos años). En
realidad no daba ni siquiera
presentimientos de lo que sería nuestro destino en un futuro cercano. De hecho,
el consulado americano en Caracas entregaba visas a diestra y siniestra con
calidad de “indefinidas” hasta para las señoras que traían algunas en calidad
de servicio doméstico. Me acuerdo claramente, cuando en “Westonzuela” aquí en
Florida, se veían muchachas con uniformes blancos paseando muchachitos en sus
coches, estas, dicho sea de paso, dejaban el pelero en pocos meses y se
devolvían a sus pueblos en Venezuela con un: “Nooo… que va mi amor… nada como
Venezuela, eso por allá es bien aburrido”.
Nosotros
mismos, en aquella época, si algo de dólares verdes nos quedaban en el
bolsillo, corríamos por las tiendas del aeropuerto a comprar cualquier chicle,
chocolate o sombrerito que dijera Miami o nombre de la ciudad visitada en el
momento. Recuerdo que hasta nos vendían en un frasquito de vidrio “hielo de
Florida” que no era otra cosa, sino agua con un muñequito de nieve pintando por
detrás. Los dólares nos picaban en el bolsillo, había que deshacerse de ellos, para llegar a nuestro
fabuloso bolívar a 4.30 que nos esperaba en Venezuela para comprar harina Pan,
mantequilla Maracay, leche Canprolac o Reina del Campo, o Nido y hasta Klim,
¿se acuerdan de esos potes?.
La
gente hacia lo contrario de lo que hace ahora: Ay no mi amor, ese diablito de Estados Unidos no me gusta, y
lo traían de allá para acá. ¡Si! Como lo oyen, de allá para acá. Traíamos leche
en polvo, la harina Pan (aun no se habia internacionalizado) para las arepas y
hasta hojas de hallaca en época decembrina.
Creo
que no es necesario describir lo de ahora. Sin embargo todos aquellos que hemos
emigrado por las diferentes causas que sean, no dejamos de añorar aquellos
tiempos. Y lo que todavía están allá, se rehúsan a dejar el terruño y con
sobrada razón. Lo malo, muy malo, de esto
es que se están acostumbrando a que cada día deben pasar más trabajo para
conseguir alimentos, y si se consiguen es a precio desorbitante, medicinas y pare usted de contar. Pero si el
desmadre parece poco, hay que presenciar una cadena donde Nicolás diga que
ahora la gente se mete las 3 papas y por eso los venezolanos están robustos o
el viajecito que se acaba de dar la parejita presidencial a Turquía y de paso
retratándose disfrazados, ¡qué pena ajena!.
La
gente simplemente apaga el televisor o cambia para canal de cable. Solo se
escucha el comentario de oficina al otro día (si es que no han cerrado la
susodicha): ¿y a la noche? Aaver canal de cable de nuevo.
Sin
embargo hay otros que emigran como pueden, y dejan la “comodidad” de su país
para llegar a otros lugares. En el caso de Miami, los pedidos de asilo han
crecido una barbaridad. Lamentablemente –aquí entre nos- algunos sin
fundamento.
Esto
que voy a escribir lo escuché yo de boca de una persona en un restaurant
venezolano, y es la razón de la página de esta semana:
-Vine
hace unos días y pensé en pedir asilo, pero la cola era larguísima en la
iglesia (la iglesia esta ayudando en los casos de asilo) y me dije: ¡no joda!
¿vengo de Venezuela haciendo cola para todo y aquí también me la voy a calar
para pedir asilo? que vaooo… yo me devuelvo.
Sin
comentarios. Por eso estamos como estamos….bien robustos. Cariños y hasta la
próxima.
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