La Hora 11 de julio de 2018
Albergue en la Mitad del Mundo recibe a
viajeros venezolanos que buscan seguir su trayecto o encontrar trabajo en
Quito.
Aquí
no se necesita decir la edad. Todos son ‘chamos’ y todos ayudan para que el
albergue se vea cada vez mejor y pueda acoger a mucha más gente. Bajo el sol de
mediodía, un grupo de ellos arranca las malas hierbas que crecieron en la
vereda y en la calle por la falta de mantenimiento, pues la casa en la que se
han quedado las últimas semanas estuvo abandonada por años.
“La
idea es que este sea como un oasis para que puedan descansar, recuperarse y
conseguir un trabajo para seguir su camino”, dice Aracelis Peñaloza, una de las
líderes de la fundación ‘Chamos Venezolanos en Ecuador’ y la primera que
menciona que la edad no es importante. Este es un sitio de estadía temporal,
por lo que pueden quedarse de tres semanas hasta un mes.
Fue el
22 de junio de este año cuando las primeras 50 personas llegaron al albergue
ubicado en la calle Shyris y calle D, sector Mitad del Mundo. Para esto, la
fundación conformada por venezolanos establecidos en Ecuador llevaba algún
tiempo coordinando la acción humanitaria con la fundación ecuatoriana Nuestros
Jóvenes, la cual presta el espacio que antes también fue un albergue.
Desde
entonces, el oasis ha recibido y despedido a varias personas, en su mayoría
hombres, que antes de llegar ahí pasaron por situaciones difíciles. A muchos de
ellos los contactaron en la terminal de Carcelén, donde esperaban recibir ayuda
En busca de oportunidades
Detrás
del cerramiento y el cuadro del que forman parte los chamos que ayudan al
mantenimiento de la fachada, el albergue está compuesto por varias casas
pintadas de blanco y otras de rosado. Hay un patio central con una palmera
desde el que se puede ver las montañas que rodean el sector.
En una
de las construcciones está la cocina y el comedor. Desde el umbral de la
puerta, el olor a arroz cociéndose llama la atención igual que las figuras, en
contraluz, de dos muchachos que preparan la comida. Es arroz con zanahoria y
pabellón Carolinas. Alejandro Molina Herrera aprendió a preparar ambos
platillos.
Lo
comenta con alegría mientras pica finamente una cebolla. Tiene 20 años y llegó
al país después de 12 días de caminar sin descanso desde Cúcuta (frontera de
Venezuela-Colombia). Iba con un ‘hermano’, pero él siguió hasta Perú.
“En verdad
no es mi hermano, pero ves que en Venezuela a tu mejor amigo le dices así,
‘yunta’, ‘compadre’, ‘costilla’…”, afirma Molina, quien en su nación se
dedicaba a la panadería y la pastelería. Su objetivo al inicio fue quedarse en
Colombia; sin embargo, manifiesta que la situación allá es más difícil.
Él y
Luis Guaymacuto, de 19 años, son los encargados de preparar todas la comida
para quienes están en el albergue, actualmente 37. A pesar de que les gusta la
cocina, esperan conseguir un trabajo fuera del albergue para poder enviar
dinero a su familia que está en Venezuela.
Guaymacuto
cuenta que su viaje duró 45 días porque se quedó unas semanas en Bogotá. Roldán
Torrealba lo escucha atento, él también es parte de la fundación de ‘Chamos
Venezolanos en Ecuador’ y está a cargo del proyecto de reparación de la casa.
Conoce
lo duro que es salir de su país. Debe tener más de 50 años, pero dice que uno
siempre es ‘chamo’ por su actitud y corazón. Vive en Quito siete meses con toda
su familia, no descarta la posibilidad de volver a su patria.
Comenta
que en la mañana y hasta las 13:00, quienes todavía no han conseguido trabajo
se encargan de la reparación y la comida. Los demás llegarán por la tarde,
después de sus jornadas laborales.
Por el
momento, el albergue no acoge a niños, pues no hay las condiciones necesarias
para atenderlos.
Ayuda para todos
Desde
hace dos años, la fundación ha realizado diferentes proyectos de ayuda social
para niños y adultos. En sus oficinas, ubicadas en la Av. La Gasca y Recalde,
reciben donaciones de productos y coordinan con las personas que desean
contratar a sus compatriotas.
Las
puertas del albergue no están cerradas para nadie. David Vivas llegó a Ecuador
desde su ciudad natal Cali hace dos meses y como no conseguía trabajo alguien
le mencionó que en la terminal de Carcelén había colchones y que podía
quedarse.
En el
lugar se encontró con algo mejor, le invitaron al albergue de los ‘chamos’ y
desde entonces ha ayudado en la reparación de la vivienda. Él también está a la
espera de una oportunidad que le permita desempeñarse en su oficio de
albañilería.
Para
Junior Lara, de 29 años, haber llegado al refugio representa un antes y un
después. Pronto cumplirá tres meses en la ‘Carita de Dios’ y señala que ha
tenido que atravesar por situaciones muy difíciles, como dormir en la calle o
caminar por días con los zapatos mojados. Él no ha perdido la sonrisa ni se da
por vencido, llama a su familia cuando puede y pregunta por su hija, de 8
meses, que está en Venezuela. Como todos, espera un mejor futuro, con más
oportunidades.
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