Neyda Saldaña, inmigrante venezolana, con sus hijos frente a una estación del metro en Madrid. |
LUIS NÚÑEZ-VILLAVEIRÁN 23 de agosto de 2018
En agosto ya se han superado las
peticiones de asilo de todo el año 2017
El nuevo bolívar de Nicolás Maduro dispara
la pobreza y el éxodo en Venezuela
Son
las 10.15 de la mañana, Sharon Falcón espera tranquilamente mirando el móvil en
la Terminal 4 del aeropuerto de Adolfo Suárez-Madrid Barajas a que llegue un
amigo suyo de Caracas con un regalo muy especial: una tabla de surf. Es su
primera visita desde su llegada a España hace apenas dos semanas y
su preocupación, a sus 23 años, es ahora buscar buenas olas. No lo era hace dos
meses. Sharon abandonó Venezuela tras pasar por Perú porque estaba siendo
perseguida por la Policía Bolivariana. Su crimen: pertenecer a un grupo de
protesta estudiantil.
«Me
hicieron una foto cuando entregaba escudos a varios compañeros que iban a las
protestas y a partir de ahí comenzó la persecución como si fuera una
terrorista», expresa Falcón mientras mira con ansia hacia la puerta de
llegadas. Sharon llegó al movimiento casi por casualidad, «estudiaba el último
curso de Arquitectura cuando la mayoría de mis profesores y compañeros se
fueron y no pude continuar», manifiesta. Hoy busca una plaza reservada
para extranjeros en una universidad española, tiene muy avanzada ya la
solicitud de plaza para un centro en el País Vasco.
Es una
de las caras de una inmigración que se ha multiplicado
exponencialmente en los últimos años en España. Hasta 2014 Venezuela
no estaba entre los principales países con más presencia en nuestro país, hoy
es el séptimo por delante de otros estados como Perú o China. Aunque el
Instituto Nacional de Estadística habla de 95.474 venezolanos residiendo en nuestro
territorio hasta el 1 de enero de 2018, hay otros organismos no
gubernamentales que hablan de más de 300.000. Justifican el que muchos, gracias
a sus parientes o a haber contraído matrimonio, no figuren ya como ciudadanos
de ese país. Las comunidades autónomas que más venezolanos acogen son Madrid,
Cataluña y Canarias, por ese orden. De 2016 a 2017 el porcentaje de
venezolanos residentes en España ha crecido un 44%.
Es el
caso de Carlos Yumar. «Mis abuelos eran canarios y gracias a ellos pude obtener
los papeles», explica en conversación con EL MUNDO. Llegó en octubre de
2016 a España cansado de la «inseguridad» que vivía a diario en
Caracas y le resultó tan fácil la adaptación como que aterrizó un domingo y el
miércoles siguiente ya tenía trabajo en un local de restauración. Cuenta que
recibe llamadas de familiares casi a diario preguntándole por las condiciones
en España porque la mayoría quiere emigrar. «En Venezuela ya no se
vive, se sobrevive», comenta.
Desde
la llegada a la Presidencia de Nicolás Maduro, en 2013, no sólo ha crecido el
flujo migratorio sino también el de refugiados. La Agencia de las Naciones
Unidas para el Refugiado (ACNUR) estima que más de dos millones de
personas han salido de Venezuela en los últimos tres años. A 15 de agosto
de 2018, las peticiones de asilo en nuestro país ya superaban las de todo
2017. Fueron 32.688, 12.785 de venezolanos, frente a las 31.120 de las
cuales 10.350 pertenecían a ciudadanos de ese país latinoamericano. Y eso
que desde 2016, Venezuela ya superaba a Siria como país de origen de mayor
número de peticiones de asilo en España y si se mantiene la tendencia sería el
tercer año consecutivo que lidera las peticiones.
Sin
embargo, desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) denuncian que
el problema no son las peticiones sino la respuesta que está dando el Gobierno
español a las mismas ya que las están acumulando sin resolver en los seis meses
preceptivos «a la espera de que haya una solución en el país y se pueda
alcanzar una solución global», declara Paloma Favieres, portavoz de CEAR.
Favieres cuantifica en 50.000 las peticiones «en stock» o paralizadas que
tiene el Ministerio de Interior. «Más allá de la crisis humanitaria, hay que
reseñar que la gente en Venezuela está siendo perseguida», apunta Favieres. Sin
embargo, una reciente sentencia de la Audiencia Nacional les ha dado un fuerte
espaldarazo en sus pretensiones ya que concede el asilo a una familia
venezolana, por primera vez, «por razones humanitarias».
Neira
Prieto se abraza fuertemente a su amiga Grace Pellegrini tras haber abandonado
el país el mismo día en que Maduro ponía en circulación el bolívar soberano. Un
movimiento económico que deja imágenes espeluznantes de venezolanos caminando
por la Panamericana huyendo con lo que podían cargar. Neira viene con
su hija y barrunta la idea de pedir asilo en nuestro país. «Es probable que
lo haga si me quedo en Europa», expresa poco después de abrazar por segunda vez
a su amiga que está bañada en lágrimas.
«Es
que no sabéis lo que es aquello», interrumpe Pellegrini, «no hay médicos,
medicinas; como enfermes... estás muerto». Ella llegó hace siete meses y
gracias a la nacionalidad de su marido, que es portugués, no tuvo problemas
para conseguir los papeles. «Tuve que aprender oficios que no podía ni
imaginar», revela Pellegrini que hoy trabaja de camarera en un bar.
La
inmigración venezolana que llega a España representa todo tipo de estrato
social. De hecho, en un estudio reciente del Servicio de Estudios de Red Piso,
los venezolanos son los principales dinamizadores del mercado inmobiliario en
Madrid, comunidad en la que viven un tercio de ellos, por encima de rusos y
chinos. La demanda de vivienda se ha incrementado un 10% en los últimos
años. Las inversiones en vivienda se sitúan en una media de 565.000
euros según el mismo estudio y prefieren barrios céntricos porque
«priman el poder pasear tranquilamente por la calle, tener cerca museos,
teatros, boutiques y restaurantes», cuenta Paloma Pérez, directora de la
inmobiliaria Engel & Völkers.
Neyda
Saldaña tenía un buen nivel de vida en Venezuela. Tenía un alto cargo en una
empresa de telecomunicaciones y estaba casada y tenía dos niños pequeños.
Cuando empezó el racionamiento a la hora de poder acceder a bienes de primera
necesidad, ella y su marido se plantearon salir del país.
Especialmente porque les costaba horrores encontrar pañales, leche y demás
productos para el cuidado de sus pequeños que entonces tenían 3 y un año.
Hasta
que un día hace dos años, cuando iban en coche a casa de sus padres a buscar a
los niños, tres individuos subidos en una moto les asaltaron a punta de pistola
y les quitaron el vehículo y todo lo que llevaban. «Nos robaron toda la
documentación que es lo que más miedo me dio porque estaban las direcciones de
mi casa,...», dice a EL MUNDO. En ese momento, y aprovechando que mucha de
su familia ya había emigrado a España, decidieron dar el paso.
Su
familia estuvo ahí para ella en todo momento pero el aterrizaje fue duro. «Trabajé
limpiando casas, de teleoperadora, vendiendo seguros de salud...», cuenta
no como queja sino como información de una historia que tuvo final feliz. Hoy
es técnica informática en Metro de Madrid, su familia está a salvo en España y
no se arrepiente de haber elegido un país que siempre puso todo de su parte
para darle una oportunidad.
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