DAVID OVALLE 03 de agosto de 2018
Es una
ciudad antigua sobre el gélido Mar del Norte en la costa de Escocia, conocida
por su arquitectura de edificios de granito, numerosos pubs y parques, y gente
amable que habla en un dialecto regional lírico pero muchas veces ininteligible
para el extraño.
Así
que no es precisamente el lugar donde uno encontraría a muchos venezolanos.
Sin
embargo, están aquí. Aberdeen y otros lugares de Escocia se han convertido sin
mucho alboroto en pequeños oasis para refugiados que huyen de los conflictos
sociales y el colapso económico en Venezuela.
Los
venezolanos comenzaron a llegar a Escocia hace más de un decenio, atraídos por
una cosa que los dos países, muy diferentes en todo lo demás, tienen en común:
la industria petrolea. Buena parte de la economía de Aberdeen está vinculada
con la producción de petróleo y gas en el cercano Mar del Norte. Así que cuando
la industria estatal petrolera venezolana empezó a trastabillar, cierta
cantidad de personas vinieron a trabajar a Escocia.
Esa
fue la semilla de una pequeña pero cada vez mayor comunidad. Los nuevos
refugiados Carlos y Nathaly Hernández, con sus dos hijas y un hijo adolescente,
habían esperado escapar del caos y la delincuencia mudándose a Miami, donde ya
vive una comunidad venezolana significativa. Pero temiendo que fuera difícil
vivir legalmente a largo plazo en Estados Unidos, pronto pusieron la mira en
Escocia.
La
transición no ha sido fácil: encontraron la comida desabrida, no hablaban
inglés, y mucho menos la variante local, y el tiempo fue un choque fuerte en
comparación con la cálida Caracas.
“Todo
lo veía muy gris”, recordó Nathaly Hernández de su llegada a Aberdeen. “En ese
momento, las niñas se pusieron a llorar. Es una ciudad gris, no les gustó”.
Para
los exiliados venezolanos, la experiencia de los Hernández suena dolorosamente
familiar.
Él era
veterinario y agricultor de buena posición, y ella, contadora y miembro de la
directiva en una empresa de telecomunicaciones. Vivían en una comunidad cerrada
en las afueras de Caracas, sus hijos iban a escuelas privadas y se iban a vacaciones
a Miami y Orlando.
Ahora,
Carlos pedalea su bicicleta medio oxidada a su trabajo de lavaplatos en un
restaurante. Nathaly pasa las noches limpiando habitaciones de hotel. Y todos
viven en un pequeño apartamento junto a un cementerio antiguo.
Pero
las niñas, Ana, de 9 años, y Sophia, de 6, pueden hacer algo que era impensable
en Caracas, ciudad abrumada por la delincuencia: jugar afuera sin temor.
“Los
parques, la playa, aquí no hay peligro, no es como en Venezuela, donde no podía
salir a jugar afuera”, dijo Ana en una mezcla de español e inglés.
Desde
que el ahora fallecido presidente Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1999,
entre dos y 4 millones de venezolanos han huido del país, según cálculos, en su
mayoría a países sudamericanos vecinos. Después de dos decenios de gobierno
socialista, la hiperinflación y los problemas económicos han llevado a una
fuerte escasez de alimentos, electricidad y agua, un aumento dramático de la
violencia y la delincuencia, y la crisis de refugiados que no para.
La
mayor atención se ha centrado en el éxodo a Estados Unidos y la vecina
Colombia, y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional
anunció recientemente una donación de $6 millones para ayudar a alimentar y
atender a las decenas de miles que cruzan la frontera con Colombia.
Pero
muchos venezolanos también han huido a Europa, donde la cantidad que solicitan
protección internacional ha aumentado en más de 3,500 por ciento. Solamente en
febrero de este año, casi 1,400 venezolanos solicitaron asilo, casi todos en
España.
El
Reino Unido también está probando ser una opción cada vez más popular. Se
calcula que el año pasado había unos 22,000 venezolanos viviendo ilegalmente en
Gran Bretaña, según estadísticas nacionales, casi el triple de hace cinco años.
El año pasado se registraron 2,000 venezolanos que vivían legalmente en
Escocia, pero la cifra se ha duplicado en comparación con el decenio anterior,
muestran las estadísticas.
La
familia Hernández logró sobreponerse a la situación en Venezuela mucho más
tiempo que otros.
Ellos
y sus tres perros —Jesús Alberto, Fucho y Princesa— vivían en el Country Club
Los Anaucos en una casa en una montaña que ofrecía una vista magnífica de
Caracas. Carlos Hernández tenía una granja y se dedicaba a la compraventa de
cerdos, ganado y pollos, lo que significa que nunca les faltó comida, incluso
cuando los alimentos comenzaron a escasear pronunciadamente en los últimos
años. Incluso cuando la violencia envolvió a la capital y los robos se
dispararon, la familia vivía “aislada del mundo”, dijo Nathaly Hernández.
“No
veíamos la realidad de lo que ocurría”, contó. “Nuestra realidad era
diferente”.
Pero
esa realidad se vino abajo en julio del 2017, cuando ocho adolescentes armados
que buscaban dinero entraron a la fuerza a la granja de Carlos Hernández y
mantuvieron de rehenes cuatro horas al hombre y sus empleados. Lo liberaron
después de convencerlos que era el veterinario, no el dueño.
“Cuando
llegué a casa, le dije a mi esposa: ‘Haz las maletas, nos vamos de Venezuela”,
dijo Carlos Hernández.
La
familia se fue primero a Miami. En años anteriores viajaban al sur de la
Florida con las maletas vacías, con el plan de llenarlas con ropa y otras cosas
que compraban en los centros comerciales Sawgrass y Dolphin. Esta vez, llenaron
las maletas con tantas pertenencias como les fue posible.
“Nunca
he llorado como lloré en ese vuelo”, dijo Nathaly Hernández.
Se
quedaron con amigos venezolanos en Miami, quienes le rogaron que se quedaran y
solicitaran asilo en Estados Unidos. Pero la familia sabía que no tenía buenas
probabilidades de que les concedieran el asilo. Y al no querer vivir en Miami
ilegalmente, Carlos y Nathaly se mudaron a España, pero las perspectivas de
empleo allí resultaron malas. Después de hablar con un amigo que vivía en
Escocia, la familia decisión asentarse en Aberdeen.
Esta
ciudad de menos de 200,000 habitantes en la costa noroeste de Escocia, mucho
menos importante que zonas metropolitanas como Edimburgo y Glasgow. Pero
Aberdeen ha sido un centro industrial importante desde los años 1970, cuando
llegaron las compañías petroleras para explotar la riqueza del Mar del Norte.
Las
fortunas de la ciudad han subido y bajado con los vaivenes del mercado
petrolero, pero uno de sus auges coincidió con una ola de violencia a miles de
millas de distancia.
A
finales del 2002 y en el 2003, Venezuela quedó paralizada por una huelga
laboral en el monopolio petrolero estatal Petróleos de Venezuela. Los
opositores de Chávez esperaban obligar al gobierno a realizar una nueva
elección, pero Chávez afianzó su control sobre el poder con el despido de
12,000 de los 38,000 empleados de la empresa.
Las
empresas petroleras en Escocia, afectadas por la falta de empleados
calificados, empezaron a traer venezolanos. Eso fue lo hizo llegar a Jocsiris
Delida Nava a Aberdeen en el 2004.
Ella y
su esposo, los dos ingenieros, perdieron sus empleos en Venezuela durante la
purga. Terminaron como asesores en Aberdeen, donde han criado a sus hijos. “Al
principio fue difícil, sobre todo por el tiempo”, dijo Nava.
Aunque
la cantidad de venezolanos viviendo en Escocia era pequeña, fue suficiente para
atraer a otros cuando las meteduras de pata económicas del presidente Nicolás
hicieron que el país se precipitara a la situación que existe desde hace un par
de años. “Todo el que viene aquí tiene un familiar o un conocido en Escocia”,
dijo Gilberto Martínez, fotógrafo comercial en Edimburgo que emigró en el 2003
y ahora tiene un grupo en Facebook para expatriados.
Para
los venezolanos que buscan refugio en el Reino Unido, Escocia ha resultado un
lugar más económico que ciudades grandes como Londres y Liverpool, dijo.
“Me
contactan cuatro o cinco veces a la semana. ¿Cómo es Edimburgo? ¿Cuánto cuesta
alquilar un apartamento? ¿Cómo consigo una visa?”, contó Martínez.
Se
calcula que los nuevos inmigrantes venezolanos establecidos en Edimburgo son
entre 100 y 150, en su mayoría personas que tienen ciudadanía europea porque
sus padres nacieron en España o Italia. Ellos han creado una pequeña red
informal que ayuda a los recién llegados, da el dinero del fondo para alquilar
apartamentos, e incluso entienden el acento escocés; la mayoría habla un inglés
pasable pero con acento aprendido de lecciones de inglés norteamericano y
películas de Hollywood.
“Ahora,
en el verano, hacemos parrilladas. Los niños van a la playa, que son frías pero
son playas”, dijo Maxi Leone, un contador de 44 años que dejó su práctica en
Venezuela y ahora trabaja en Sky TV.
Todos
los domingos, Leone y sus amigos venezolanos se reúnen para jugar fútbol con
empleados de un supermercado escocés. Después a lo mejor se reúnen para comer
arepas. Una compañía llamada Orinoco Latin Food las venda ahora en los mercados
al aire libre los fines de semana.
Dicen
que la comida escocesa deja mucho que desear, especialmente el haggis, el
tradicional plato nacional hecho de entrañas de oveja.
“Yo lo
como, pero no es mi favorito”, dijo Leone
Más de
100 millas al norte en Aberdeen, familias como los Hernández todavía están
tratando de encontrar su camino.
Nathaly
Hernández encontró rápido un empleo limpiando habitaciones en el Park Inn
Radisson, que el mes pasado estaba lleno de asistentes al torneo British Open
de golf.
Su
inglés se limita a las palabras shampoo, pillowcase y towels. La mayor parte
del tiempo sonríe, se carcajea incesantemente y asiente con la cabeza durante
las reuniones de los empleados. Incluso después de tres meses, el duro trabajo
le parece algo surrealista pero vital porque le permite enviar dinero a sus
familias en Venezuela regularmente.
“En
Venezuela, ni siquiera lavaba los platos en mi casa”, dijo Nathaly. “Nunca
pensé que iba a tener que hacer un trabajo tan duro”.
Gustavo
Hernández, el hijo de 18 años del matrimonio, trabaja de camarero. Carlos
Hernández también consiguió un empleo de ayudante de cocina.
Todos
se han ido ajustando poco a poco. Cerca encontraron una iglesia católica, St.
Mary’s. El cura es de Trinidad y Tobago y dice misa en español una vez al mes,
a lo que sigue una reunión para tomar café y comer galletitas. Los fieles son
de Venezuela, España y Argentina, entre otros países.
Pero
los problemas del día parecen triviales cuando las niñas llegan a casa
sonriendo.
Una
noche reciente, la familia recibió a un visitante con un plato de queso y uvas.
Las niñas miraban videos en sus tabletas; el pequeño apartamento lleno de
juguetes, discos DVD y videojuegos. Ana, de 9 años, explicó entusiasmada que en
su escuela no hay niños abusadores. . “He avanzado mucho, he hecho amigos”,
dijo Ana. “Estoy aprendiendo más del idioma”.
Sophia
es más introvertida. Estaba sentada sobre las piernas de su padre, jugando con
un bolso pequeñito. “Entiendo un poquito”, dijo tímidamente en español.
“Entiendo un poquito de inglés.
“¿Qué
entiendes en inglés?”, le preguntó Carlos Hernández.
Sophia
se volvió hacia él, pestañeó repetidas veces y sonrió, pero no contestó.
Entonces empezó a reírse.
“¿Tu
comida favorita?”, le preguntó.
Le
contestó en inglés, con firmeza: Pizza
Tomado
de: https://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/america-latina/venezuela-es/article215994150.html
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