sábado, 4 de agosto de 2018

Venezolanos huyen a Escocia, encuentran refugio entre las ovejas y comida desabrida, por @DavidOvalle305 ‏




DAVID OVALLE 03 de agosto de 2018

Es una ciudad antigua sobre el gélido Mar del Norte en la costa de Escocia, conocida por su arquitectura de edificios de granito, numerosos pubs y parques, y gente amable que habla en un dialecto regional lírico pero muchas veces ininteligible para el extraño.

Así que no es precisamente el lugar donde uno encontraría a muchos venezolanos.

Sin embargo, están aquí. Aberdeen y otros lugares de Escocia se han convertido sin mucho alboroto en pequeños oasis para refugiados que huyen de los conflictos sociales y el colapso económico en Venezuela.

Los venezolanos comenzaron a llegar a Escocia hace más de un decenio, atraídos por una cosa que los dos países, muy diferentes en todo lo demás, tienen en común: la industria petrolea. Buena parte de la economía de Aberdeen está vinculada con la producción de petróleo y gas en el cercano Mar del Norte. Así que cuando la industria estatal petrolera venezolana empezó a trastabillar, cierta cantidad de personas vinieron a trabajar a Escocia.

Esa fue la semilla de una pequeña pero cada vez mayor comunidad. Los nuevos refugiados Carlos y Nathaly Hernández, con sus dos hijas y un hijo adolescente, habían esperado escapar del caos y la delincuencia mudándose a Miami, donde ya vive una comunidad venezolana significativa. Pero temiendo que fuera difícil vivir legalmente a largo plazo en Estados Unidos, pronto pusieron la mira en Escocia.

La transición no ha sido fácil: encontraron la comida desabrida, no hablaban inglés, y mucho menos la variante local, y el tiempo fue un choque fuerte en comparación con la cálida Caracas.

“Todo lo veía muy gris”, recordó Nathaly Hernández de su llegada a Aberdeen. “En ese momento, las niñas se pusieron a llorar. Es una ciudad gris, no les gustó”.

Para los exiliados venezolanos, la experiencia de los Hernández suena dolorosamente familiar.

Él era veterinario y agricultor de buena posición, y ella, contadora y miembro de la directiva en una empresa de telecomunicaciones. Vivían en una comunidad cerrada en las afueras de Caracas, sus hijos iban a escuelas privadas y se iban a vacaciones a Miami y Orlando.

Ahora, Carlos pedalea su bicicleta medio oxidada a su trabajo de lavaplatos en un restaurante. Nathaly pasa las noches limpiando habitaciones de hotel. Y todos viven en un pequeño apartamento junto a un cementerio antiguo.

Pero las niñas, Ana, de 9 años, y Sophia, de 6, pueden hacer algo que era impensable en Caracas, ciudad abrumada por la delincuencia: jugar afuera sin temor.

“Los parques, la playa, aquí no hay peligro, no es como en Venezuela, donde no podía salir a jugar afuera”, dijo Ana en una mezcla de español e inglés.

Desde que el ahora fallecido presidente Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1999, entre dos y 4 millones de venezolanos han huido del país, según cálculos, en su mayoría a países sudamericanos vecinos. Después de dos decenios de gobierno socialista, la hiperinflación y los problemas económicos han llevado a una fuerte escasez de alimentos, electricidad y agua, un aumento dramático de la violencia y la delincuencia, y la crisis de refugiados que no para.

La mayor atención se ha centrado en el éxodo a Estados Unidos y la vecina Colombia, y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional anunció recientemente una donación de $6 millones para ayudar a alimentar y atender a las decenas de miles que cruzan la frontera con Colombia.

Pero muchos venezolanos también han huido a Europa, donde la cantidad que solicitan protección internacional ha aumentado en más de 3,500 por ciento. Solamente en febrero de este año, casi 1,400 venezolanos solicitaron asilo, casi todos en España.

El Reino Unido también está probando ser una opción cada vez más popular. Se calcula que el año pasado había unos 22,000 venezolanos viviendo ilegalmente en Gran Bretaña, según estadísticas nacionales, casi el triple de hace cinco años. El año pasado se registraron 2,000 venezolanos que vivían legalmente en Escocia, pero la cifra se ha duplicado en comparación con el decenio anterior, muestran las estadísticas.

La familia Hernández logró sobreponerse a la situación en Venezuela mucho más tiempo que otros.

Ellos y sus tres perros —Jesús Alberto, Fucho y Princesa— vivían en el Country Club Los Anaucos en una casa en una montaña que ofrecía una vista magnífica de Caracas. Carlos Hernández tenía una granja y se dedicaba a la compraventa de cerdos, ganado y pollos, lo que significa que nunca les faltó comida, incluso cuando los alimentos comenzaron a escasear pronunciadamente en los últimos años. Incluso cuando la violencia envolvió a la capital y los robos se dispararon, la familia vivía “aislada del mundo”, dijo Nathaly Hernández.

“No veíamos la realidad de lo que ocurría”, contó. “Nuestra realidad era diferente”.

Pero esa realidad se vino abajo en julio del 2017, cuando ocho adolescentes armados que buscaban dinero entraron a la fuerza a la granja de Carlos Hernández y mantuvieron de rehenes cuatro horas al hombre y sus empleados. Lo liberaron después de convencerlos que era el veterinario, no el dueño.

“Cuando llegué a casa, le dije a mi esposa: ‘Haz las maletas, nos vamos de Venezuela”, dijo Carlos Hernández.

La familia se fue primero a Miami. En años anteriores viajaban al sur de la Florida con las maletas vacías, con el plan de llenarlas con ropa y otras cosas que compraban en los centros comerciales Sawgrass y Dolphin. Esta vez, llenaron las maletas con tantas pertenencias como les fue posible.

“Nunca he llorado como lloré en ese vuelo”, dijo Nathaly Hernández.

Se quedaron con amigos venezolanos en Miami, quienes le rogaron que se quedaran y solicitaran asilo en Estados Unidos. Pero la familia sabía que no tenía buenas probabilidades de que les concedieran el asilo. Y al no querer vivir en Miami ilegalmente, Carlos y Nathaly se mudaron a España, pero las perspectivas de empleo allí resultaron malas. Después de hablar con un amigo que vivía en Escocia, la familia decisión asentarse en Aberdeen.

Esta ciudad de menos de 200,000 habitantes en la costa noroeste de Escocia, mucho menos importante que zonas metropolitanas como Edimburgo y Glasgow. Pero Aberdeen ha sido un centro industrial importante desde los años 1970, cuando llegaron las compañías petroleras para explotar la riqueza del Mar del Norte.

Las fortunas de la ciudad han subido y bajado con los vaivenes del mercado petrolero, pero uno de sus auges coincidió con una ola de violencia a miles de millas de distancia.

A finales del 2002 y en el 2003, Venezuela quedó paralizada por una huelga laboral en el monopolio petrolero estatal Petróleos de Venezuela. Los opositores de Chávez esperaban obligar al gobierno a realizar una nueva elección, pero Chávez afianzó su control sobre el poder con el despido de 12,000 de los 38,000 empleados de la empresa.

Las empresas petroleras en Escocia, afectadas por la falta de empleados calificados, empezaron a traer venezolanos. Eso fue lo hizo llegar a Jocsiris Delida Nava a Aberdeen en el 2004.

Ella y su esposo, los dos ingenieros, perdieron sus empleos en Venezuela durante la purga. Terminaron como asesores en Aberdeen, donde han criado a sus hijos. “Al principio fue difícil, sobre todo por el tiempo”, dijo Nava.

Aunque la cantidad de venezolanos viviendo en Escocia era pequeña, fue suficiente para atraer a otros cuando las meteduras de pata económicas del presidente Nicolás hicieron que el país se precipitara a la situación que existe desde hace un par de años. “Todo el que viene aquí tiene un familiar o un conocido en Escocia”, dijo Gilberto Martínez, fotógrafo comercial en Edimburgo que emigró en el 2003 y ahora tiene un grupo en Facebook para expatriados.

Para los venezolanos que buscan refugio en el Reino Unido, Escocia ha resultado un lugar más económico que ciudades grandes como Londres y Liverpool, dijo.

“Me contactan cuatro o cinco veces a la semana. ¿Cómo es Edimburgo? ¿Cuánto cuesta alquilar un apartamento? ¿Cómo consigo una visa?”, contó Martínez.

Se calcula que los nuevos inmigrantes venezolanos establecidos en Edimburgo son entre 100 y 150, en su mayoría personas que tienen ciudadanía europea porque sus padres nacieron en España o Italia. Ellos han creado una pequeña red informal que ayuda a los recién llegados, da el dinero del fondo para alquilar apartamentos, e incluso entienden el acento escocés; la mayoría habla un inglés pasable pero con acento aprendido de lecciones de inglés norteamericano y películas de Hollywood.

“Ahora, en el verano, hacemos parrilladas. Los niños van a la playa, que son frías pero son playas”, dijo Maxi Leone, un contador de 44 años que dejó su práctica en Venezuela y ahora trabaja en Sky TV.

Todos los domingos, Leone y sus amigos venezolanos se reúnen para jugar fútbol con empleados de un supermercado escocés. Después a lo mejor se reúnen para comer arepas. Una compañía llamada Orinoco Latin Food las venda ahora en los mercados al aire libre los fines de semana.

Dicen que la comida escocesa deja mucho que desear, especialmente el haggis, el tradicional plato nacional hecho de entrañas de oveja.

“Yo lo como, pero no es mi favorito”, dijo Leone

Más de 100 millas al norte en Aberdeen, familias como los Hernández todavía están tratando de encontrar su camino.

Nathaly Hernández encontró rápido un empleo limpiando habitaciones en el Park Inn Radisson, que el mes pasado estaba lleno de asistentes al torneo British Open de golf.

Su inglés se limita a las palabras shampoo, pillowcase y towels. La mayor parte del tiempo sonríe, se carcajea incesantemente y asiente con la cabeza durante las reuniones de los empleados. Incluso después de tres meses, el duro trabajo le parece algo surrealista pero vital porque le permite enviar dinero a sus familias en Venezuela regularmente.

“En Venezuela, ni siquiera lavaba los platos en mi casa”, dijo Nathaly. “Nunca pensé que iba a tener que hacer un trabajo tan duro”.

Gustavo Hernández, el hijo de 18 años del matrimonio, trabaja de camarero. Carlos Hernández también consiguió un empleo de ayudante de cocina.

Todos se han ido ajustando poco a poco. Cerca encontraron una iglesia católica, St. Mary’s. El cura es de Trinidad y Tobago y dice misa en español una vez al mes, a lo que sigue una reunión para tomar café y comer galletitas. Los fieles son de Venezuela, España y Argentina, entre otros países.

Pero los problemas del día parecen triviales cuando las niñas llegan a casa sonriendo.

Una noche reciente, la familia recibió a un visitante con un plato de queso y uvas. Las niñas miraban videos en sus tabletas; el pequeño apartamento lleno de juguetes, discos DVD y videojuegos. Ana, de 9 años, explicó entusiasmada que en su escuela no hay niños abusadores. . “He avanzado mucho, he hecho amigos”, dijo Ana. “Estoy aprendiendo más del idioma”.

Sophia es más introvertida. Estaba sentada sobre las piernas de su padre, jugando con un bolso pequeñito. “Entiendo un poquito”, dijo tímidamente en español. “Entiendo un poquito de inglés.

“¿Qué entiendes en inglés?”, le preguntó Carlos Hernández.

Sophia se volvió hacia él, pestañeó repetidas veces y sonrió, pero no contestó. Entonces empezó a reírse.

“¿Tu comida favorita?”, le preguntó.

Le contestó en inglés, con firmeza: Pizza


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