Alfredo Zamudio 03 de septiembre de 2018
El
miércoles, 5 de septiembre, la Organización de Estados Americanos discutirá la
situación de migrantes venezolanos en América Latina. Estas son algunas de las
respuestas más urgentes que necesita esta crisis.
Juana
Marín salió caminando de su país, enferma de un cáncer que le estaba apagando
la vida. Salió obligada porque no tenía las medicinas que necesitaba para
salvarse. Enferma y con dolores, cruzó un puente hacia Colombia hasta llegar a
un comedor para personas como ella, que cruzan la frontera en búsqueda de
soluciones. Esa noche durmió en el suelo de una calle del pueblo de Villa de
Rosario.
Según
las cifras más moderadas, la crisis en Venezuela ha obligado a más de un 1.6
millones de personas a abandonar su país desde el 2015. Esa cifra, aunque no
refleja la totalidad del drama, equivale a 50 personas cada hora del día desde
ese entonces. Por primera vez en la historia de América Latina vemos esta
magnitud de desplazamiento transfronterizo y las cifras son comparables a la
crisis de refugiados de Siria en el Mediterráneo en el 2015. Esa crisis le
recordó a Europa que no basta con la respuesta humanitaria, sino que también hay
que combatir a la xenofobia desde el primer momento, y no debemos ignorar el
resurgimiento de la xenofobia como movimiento político como el que se ve en
Europa.
La
gran mayoría de los venezolanos que abandonan su país están en una situación de
vulnerabilidad. El miedo abunda y las respuestas son pocas. Como en muchas
otras emergencias, vemos que no son los estados o Naciones Unidas los primeros
en responder, sino que son las propias comunidades los primeros en abrir sus
puertas. Algunos ofrecen un cuarto de su casa, otros colaboran con transporte,
un plato de comida, medicinas. Y con frecuencia estas comunidades son de
escasos recursos y comparten con los recién llegados. La solidaridad entre
pueblos hermanos es admirable, y define desde hace tiempo nuestra identidad
latinoamericana y esta solidaridad viene de los tiempos de la independencia.
No
todos lo saben, pero conseguimos nuestra libertad de España gracias a jóvenes
patriotas, que hace más de 200 años también cruzaron fronteras, y en ese
entonces fue para unirse a los ejércitos libertadores de América. Eran otros
tiempos y las ideas de libertad viajaban más rápido que los miedos o prejuicios
de hoy en día. Aunque ellos ya no existen, sus nombres están en calles y
carreteras a lo largo de nuestro continente. Y por esas mismas calles que
llevan los nombres de los líderes solidarios de nuestro pasado, hay cientos de
miles de caminantes en búsqueda de una vida digna.
Algunos
de los caminantes de Venezuela son víctimas de humillaciones y violencia y esos
casos van en aumento. La xenofobia es un cáncer que contagia rápido y dura
mucho tiempo. No es el momento para dejar libre a las más represivas fuerzas
del pasado, sino que actuar con lo mejor de nuestra cultura y responder
responsablemente.
Responder
con responsabilidad humanitaria significa tres cosas: hay que prevenir el
desplazamiento forzado, hay que mitigar el sufrimiento de quienes ya están en
camino y hay que recibir en forma digna a quienes están en nuestras puertas.
Prevenir el desplazamiento
Primero
que nada, Naciones Unidas debe nombrar a un enviado especial para colaborar con
los países de la región y con Venezuela y deben movilizarse recursos inmediatos
para la respuesta antes, durante y después del desplazamiento. La
responsabilidad por lo que sucede en Venezuela recae sobre los hombros de sus
autoridades, pero hay urgentes necesidades alimenticias y médicas que requieren
una inmediata respuesta. El trabajo humanitario no debe ser un rehén de los
políticos y no debe ser politizado; la oferta de ayuda no es una crítica al
gobierno de Venezuela, sino una voluntad de colaborar para aliviar las
necesidades de quienes lo necesitan. Si Venezuela concede el espacio
humanitario, será visto con mucho respeto y consideración por toda la comunidad
internacional.
Mitigar el sufrimiento
Son
miles de personas en ruta a sus destinos y algunos sin ninguna esperanza. Juana
Marín es una ellas, fácil presa para abusos sexuales, abusos y amenazas. Es
necesario un sistema urgente de rutas monitoreadas, con transporte seguro y de
acceso a albergues de emergencia. Organizaciones como la Cruz Roja, entidades religiosas
y otras están todas dispuestas, pero necesitan coordinación, fondos y voluntad
política para mitigar el sufrimiento de los desplazados de Venezuela y
colaborar con las comunidades que lo recibe. Aquellos que reciben ayuda nunca
olvidarán a quien les ayudó, y aquellos que son víctimas de abusos tampoco
podrán olvidar sus sufrimientos, y de nosotros depende cuáles son las historias
que se contarán en el futuro.
Recibir en forma digna
Nuestros
países han firmado importantes instrumentos de protección, como la Convención
de Refugiados de 1951 y la Declaración de Cartagena, pero no hay un claro
consenso entre nuestros países sobre cuáles son las normas a aplicar ante esta
situación. Pero hay opciones y hay precedentes internacionales que dan ejemplo,
como la Convención de Kampala, que otorga protección también cuando el
desplazamiento no es por conflicto. Se puede dar protección temporal, con
derecho a buscar trabajo, acceso a la educación y atención de salud. Depende de
la voluntad política y de la capacidad de liderazgo de nuestros líderes.
También es urgente que la sociedad civil y los líderes de nuestro continente
sean claros y contundentes en su rechazo a la xenofobia, no puede haber aguas
tibias en el rechazo al odio. La estabilidad política y económica de América
Latina depende de cómo asumimos esta crisis y la podemos superar otorgando una
vida digna a los más vulnerables. Para días de crisis como éstos, para
responder a personas como Juana Marín, enferma de cáncer y que duerme en las
calles, es que somos libres para ejercer la más noble y la más latina de
nuestras cualidades: ser solidarios.

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