Macky Arenas 06 de septiembre de 2018
Tocaban en el subterráneo y esta exitosa
iniciativa los sacó de la calle para ofrecer espacio cultural a su talento
Tan
abierto que tocaban en las calles para lograr el sustento diario. Cada uno
llegó con sus historias en el morral. Todos jóvenes pertenecientes al Sistema
Nacional de Orquestas, el proyecto masivo de mayor repercusión internacional,
gestado en Venezuela para hacer del país una fábrica de músicos de excelencia.
Su propósito fue la formación de una ciudadanía de primera a través de la
práctica colectiva e individual de la música. Muchos pudimos constatar cómo
aquellos niños, rescatados de los sectores más vulnerables, eran una verdadera
revolución cultural y nos sentíamos afortunados de que ocurriera en nuestro
país.
Hoy,
muchos de ellos son desterrados. El diario La Nación –Buenos Aires- cuenta sus
vivencias. Omar Zambrano (36), quien dejó su carrera de pianista para ejercer
como realizador audiovisual, relata lo difícil que fue para él su primer año en
Argentina hasta que escuchó un corno francés en el metro: “Ese día cambió mi
vida. Encontré a Eduard Cortez (19), perteneciente al Sistema, que se ganaba la
vida con la caridad de los pasajeros. Me estremeció ver cómo aquel proyecto tan
importante en nuestras vidas terminara bajo la indiferencia de transeúntes que
pasaban frente a un gran talento. Entonces pensé que había que hacer algo”.
Junto
a Boris Jerbic, un amigo argentino, fundaron hace un año la Latin Vox Machine,
de la cual son productores, y cuyo director titular es el maestro surcoreano
Jooyong Ahn, un proyecto de integración artística está dirigido a ofrecer
espacio a músicos inmigrantes venezolanos que buscan trabajar profesionalmente
en la Argentina. El resultado es que están sacando a los músicos de las calles
ofreciéndoles una vida digna acorde al gran talento que han traído desde
Venezuela.
“Llegan
por día unos cuatrocientos venezolanos, en su mayoría jóvenes, luego de
emprender con escasos dólares una larga travesía –reseña la prensa argentina-.
Durante los dos primeros meses de 2018 ingresaron al país 21.444 ciudadanos de
ese país, a un promedio de de 363 por día. Según la Dirección Nacional de
Migraciones, de 2016 a 2017 las radicaciones aumentaron un 142 por ciento, de
12.859 a 31.167. La mayoría posee formación profesional”.
Latin
Vox Machine cuenta hoy con 80 músicos venezolanos residentes en Buenos Aires.
Las historias de su trayecto, accidentado y riesgoso, son increíbles. Adrián
González (19) violinista, fue chequeado en 12 de los 18 puntos de control
fronterizos y viajó dos días en la camioneta de uno de los tantos traficantes
de nafta – a ser vendida en Pacaraima (Brasil)- con el peligro de que esos
vehículos explotan con frecuencia.
Verónica
Rodríguez Prieto (22) quien partió cargando una valija grande y el estuche de su
violoncello. En el último control una guardia la obligó a desvestirse y por
poco no le quitaron los pocos dólares que llevaba. El violinista y director
Moisés Pirela (28) no corrió con la misma suerte: le robaron el poco dinero que
tenía, además de su violín.
Cuenta
el cronista que a los protagonistas de esta historia los une un rasgo común:
hablan como adultos, aun siendo demasiado jóvenes. También los hermana el haber
recibido una formación particular en “El sistema”, es decir el Sistema Nacional
de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Es una iniciativa
creada en 1974 por el ex ministro de cultura, músico y maestro José Antonio
Abreu, hoy en diáspora por la catástrofe política, económica y social
venezolana.
El
Sistema ganó fama en el mundo entero por su disciplina y calidad. Sir Simon
Rattle, director de la Filarmónica de Berlín y Plácido Domingo son sólo dos de
las figuras que han elogiado a las orquestas infantiles y juveniles de
Venezuela. Pensaban que era “ el milagro venezolano”. Un milagro que se repite
en Argentina.-
Cada
vez que ensayan o tocan suelen sentirse por un rato en Venezuela, en el
“núcleo” al que asistían. Pero en su patria de origen, el Sistema lentamente se
desintegra por el exilio permanente de maestros y músicos.
Como
es usual, el pago a los músicos no es sustancioso, pero alquilan habitaciones
entre varios y se muestran agradecidos de estar en un lugar en el que “hay
trabajo, comida todos los días y hasta papel higiénico” y desde el que pueden
enviar dinero a Venezuela para sus padres. “Tres días de tocar unas pocas horas
en el subterráneo representa más dinero que el salario de mi madre allá”, dice
una de ellos. El mismo reconocimiento, dicen, “nos invita a ser igualmente
agradecidos con quienes amplían nuestras fronteras culturales”.
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