Reuters 17 de octubre de 2018
Las
cañas a lo largo del río Táchira crujen cada pocos minutos.
Los
contrabandistas, en un número cada vez mayor, emergen de la maleza con un grupo
de migrantes venezolanos: hombres que avanzan portando maletas destrozadas,
mujeres que abrazan bultos en frazadas y escolares que llevan mochilas.
El
grupo cruza las rocas, se adentra en el río y atraviesa la fangosa corriente
hacia Colombia.
Esta
es la nueva migración de Venezuela.
Por
años, a medida que empeoró la actual crisis económica del país, cientos de
miles de venezolanos -aquellos que podían permitirse viajar en avión y autobús-
huyeron a otros países lejanos y cercanos, donde muchos rehicieron sus vidas
como migrantes legales.
Ahora,
la hiperinflación, los cortes diarios de energía y el empeoramiento de la
escasez de alimentos, están impulsando a huir a aquellos con menos recursos,
quienes desafían la dura geografía, a los criminales y a las cada vez más
restrictivas leyes migratorias, para probar suerte en casi cualquier lugar.
En las
últimas semanas, Reuters habló con docenas de migrantes venezolanos mientras
cruzaban la porosa frontera occidental de su país hacia la esperanza de una
vida mejor en Colombia y más allá.
Pocos
tenían más que el equivalente a un puñado de dólares en sus bolsillos.
"Es
una vaina tremenda, pero la necesidad obliga", dijo Darío Leal, de 30
años, relatando su viaje desde el remoto estado costero de Sucre, donde
trabajaba en una panadería que pagaba el equivalente a unos 2 dólares al mes.
En la
frontera, Leal pagó a los contrabandistas casi tres veces más para cruzar y
luego se preparó, con alrededor de 3 dólares restantes, para caminar los 500
kilómetros restantes hasta Bogotá, la capital de Colombia.
Los
contrabandistas, a su vez, pagaron una comisión a las bandas de delincuentes
colombianas que les permiten operar, según la policía, los residentes locales y
los propios traficantes.
Según
Naciones Unidas, hasta 1,9 millones de venezolanos han emigrado desde 2015.
Sumados a los que los precedieron, se cree que un total de 2,6 millones han
dejado el rico país petrolero. El 90 por ciento de las salidas recientes
permanece en Sudamérica, según la ONU.
El
éxodo, una de las migraciones masivas más grandes jamás vividas en el
continente, está poniendo mayor presión sobre los países vecinos.
Colombia,
Ecuador y Perú, países que una vez recibieron a los migrantes venezolanos,
recientemente ajustaron los requisitos de ingreso. La policía de esos países ahora
realiza redadas para detener a los indocumentados.
A
principios de octubre, Carlos Holmes Trujillo, ministro de Relaciones
Exteriores de Colombia, dijo que en el país podría haber hasta cuatro millones
de venezolanos para 2021, lo que costaría a las arcas nacionales hasta 9.000
millones de dólares.
"Estamos
frente a la magnitud de un desafío que no había vivido nuestro país",
afirmó.
En
Brasil, que también limita con Venezuela, el gobierno ha desplegado tropas y
financiamiento para gestionar la ola de migrantes y el tratamiento de los que
llegan enfermos, hambrientos y embarazadas.
En
Ecuador y Perú, los trabajadores dicen que la mano de obra venezolana reduce
los salarios y se quejan de que los delincuentes están camuflados entre los
migrantes honestos.
"Hay
demasiados de ellos", dijo Antonio Mamani, un vendedor de ropa en Perú,
que recientemente vio a la policía detener un autobús lleno de venezolanos
indocumentados cerca de Lima.
--- "DEBEMOS IRNOS" ---
Al
migrar ilegalmente, los venezolanos se exponen a redes criminales que también
controlan la prostitución, el tráfico de drogas y otros delitos.
En
agosto, investigadores colombianos descubrieron a 23 venezolanas indocumentadas
que habían sido obligadas a prostituirse y vivir en sótanos en la ciudad
caribeña de Cartagena.
Si
bien la mayoría de los migrantes evita esos problemas, tampoco faltan otras
dificultades, desde la carencia de vivienda y el desempleo, hasta la fría
recepción que muchos reciben cuando duermen en plazas públicas, venden dulces o
abarrotan hospitales ya sobrecargados.
Aún
así, la mayoría persiste en la salida, muchos a pie.
Algunos
se unen a compatriotas en Brasil y Colombia. Otros, habiendo gastado el poco
dinero que tenían, están caminando por vastas regiones, como los fríos pasos
andinos de Colombia y las sofocantes tierras tropicales, en un esfuerzo por
llegar a capitales distantes, como Quito o Lima.
Johana
Narváez, de 36 años y madre de cuatro hijos, dijo a Reuters que decidió irse
después de tener que cerrar el negocio familiar de un pequeño taller de
reparación de automóviles en el estado rural de Trujillo.
Los
ingresos adicionales que hacía vendiendo comida en la calle se acabaron porque
el efectivo es cada vez más escaso en un país donde la inflación anual, según
la opositora Asamblea Nacional, alcanzó 342.000 por ciento en setiembre.
"No
podemos quedarnos aquí", le dijo a su esposo en agosto, después de que se
quedaron sin comida y sobrevivieron gracias a las empanadas de maíz que les
regalaron sus amigos. "Aunque sea a pie, debemos irnos".
Su
esposo, Jairo Sulbarán, pidió limosnas y vendió llantas viejas hasta que la
familia pudo pagar los boletos de autobús a la frontera.
El
presidente venezolano, Nicolás Maduro, critica cada vez más a los que deciden
irse y advierte que los migrantes terminarán "limpiando pocetas". Su
gobierno incluso ofreció vuelos gratuitos a algunos en un programa llamado
"Retorno a la Patria", que la televisión estatal cubre todos los
días.
La mayor
parte de la migración, sin embargo, va en la otra dirección.
Hasta
hace poco, los venezolanos podían ingresar a muchos países sudamericanos solo
con sus documentos de identidad nacionales. Pero algunos han endurecido las
reglas y exigen a los venezolanos pasaporte o documentación adicional.
Incluso
conseguir un pasaporte es un desafío en Venezuela.
Muchos
migrantes argumentan que la escasez de papel y una burocracia cada vez más
disfuncional hacen que el documento sea casi imposible de obtener.
Varios
migrantes dijeron a Reuters que esperaron dos años en vano después de solicitar
uno, mientras que una media docena de otros dijo que les pidieron hasta 2.000
dólares en sobornos por parte de empleados corruptos para obtener uno.
El
gobierno de Maduro dijo en julio que reestructuraría la oficina nacional de
identificación y extranjería, encargada de los pasaportes, para erradicar la
"burocracia y la corrupción".
El
Ministerio de Información no respondió a una solicitud de comentarios.
--- "VENEZUELA TERMINARÁ VACÍA"
---
Muchos
de los que cruzan a Colombia pagan a los "arrastradores" para
contrabandearlos a través de la frontera a lo largo de cientos de senderos.
Cinco
de los "coyotes", todos hombres jóvenes, dijeron a Reuters que el
negocio está en auge.
"Venezuela
terminará vacía", dijo Maikel, un contrabandista venezolano de 17 años con
rasguños en la cara por el cruce a través de los senderos llenos de maleza.
Maikel,
quien se negó a dar su apellido, dijo que perdió la cuenta de cuántos migrantes
ha contrabandeado.
Las
autoridades colombianas, también, luchan para tapar esas entradas ilegales.
Antes
de que el gobierno ajustara las restricciones a principios de este año,
Colombia emitió "tarjetas fronterizas" que permitían a los titulares
cruzar cada vez que quisieran. Ahora, Colombia dice que detecta diariamente
cerca de 3.000 tarjetas falsas en los puntos de entrada.
A
pesar de la intensificación del patrullaje a lo largo de la porosa frontera de
2.200 kilómetros, las autoridades dicen que es imposible asegurarla por
completo.
"Es
como tratar de vaciar el océano con un balde", dijo Mauricio Franco, un
funcionario municipal a cargo de la seguridad en Cúcuta, una ciudad cercana a
Villa del Rosario, junto a la frontera.
Y no
sólo es cuestión de encontrar viajeros indocumentados.
Los
poderosos grupos delictivos, que han controlado durante mucho tiempo el
contrabando a través de la frontera, ahora están recibiendo su parte por el
tráfico de personas.
Javier
Barrera, un coronel a cargo de la policía en Cúcuta, dijo que el Clan del Golfo
y Los Rastrojos, notorios grupos que operan en todo el país, están involucrados
en ese tráfico.
Durante
una reciente visita de Reuters a varios puntos ilegales de cruce, los
venezolanos llevaban cartón, limas y baterías de automóviles como trueque, en
lugar de usar el bolívar, una moneda casi sin valor ya.
Los
migrantes pagan hasta 16 dólares para cruzar. Maikel aseguró que después él le
paga a los pandilleros alrededor de 3 dólares por persona.
Para
su travesía, Leal, el panadero de Sucre, llevaba una mochila negra desgarrada y
una pequeña bolsa de lona. La foto de 2015 de su identificación venezolana, su
única documentación, muestra a un hombre más sano y feliz, antes de que comenzó
a saltarse el desayuno y la cena porque no podía pagarlos.
Se
sentó a descansar debajo de un árbol, pero su preocupación por la policía
colombiana le hizo imposible relajarse.
"Tengo
miedo porque aparece la 'migra'", dijo, usando el mismo término que usan
los migrantes mexicanos y centroamericanos para describir a la policía
fronteriza de Estados Unidos.
La
situación no mejora según avanzan los migrantes.
Incluso
si sus parientes transfieren dinero, las agencias de cambio exigen un pasaporte
legalmente sellado para recoger el dinero. Las compañías de autobuses también
rechazan a los pasajeros indocumentados para evitar multas por transportarlos.
Algunos
se arriesgan, pero cobran una prima de hasta el 20 por ciento, según varios
empleados de autobuses cerca de la frontera.
La
familia Sulbarán caminó e hizo autostop a lo largo de unos 1.200 kilómetros
hasta el pueblo andino de Santiago, donde tienen familiares. Jairo, el padre,
recorrió los garajes en busca de trabajo, pero no encontró ninguno.
"La
gente dijo que no, otros estaban asustados", dijo Johana, su esposa.
"Algunos venezolanos vienen a Colombia para hacer cosas malas y creen que
todos somos así".
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